El saldo del debate
Por:Mauricio Fernández Díaz
Errores, homenajes y apodos en el debate de candidatos
Ciudad y Victoria.- Titubeó, se callaba o se perdía en confusiones. Interrumpía bruscamente u olvidaba intervenir cuando lo ameritaba. Con frecuencia dejaba incompletas las frases y se enredaba en sus propias ideas. El peor participante del debate ente candidatos a la gubernatura 2022 fue Ana María Lomelí, la moderadora.
Le sigue faltando un conductor de primera clase a los debates en Tamaulipas desde aquel de 2016 en el que Fructuoso Sáenz se reía con Francisco Chavira y Gustavo Cárdenas porque llamaron “representante de la comunidad LGBT” a Jorge Valdez, abanderado del PRD. Le cedieron ahora la oportunidad a una comunicadora de la Ciudad de México, con experiencia en la televisión nacional, pero ni ella pudo con el paquete.
Esperemos que Javier Solórzano lo haga mejor en el segundo encuentro entre aspirantes, programado para el 22 de mayo. Él también proviene de la capital del país para ha sobresalido más en el periodismo electrónico y debemos confiar en que aumentará el grado de la discusión democrática.
Por lo pronto, ya se vieron por primera vez las caras Arturo Díez Gutiérrez, de Movimiento Ciudadano; César Verástegui Ostos, el Truko, de PAN-PRI-PRD, y el doctor Américo Villarreal Anaya, de Morena-PT-PVEM.
Antes de declarar a un ganador conviene precisar el significado de la palabra debate, ya que no se trata de un concurso de oratoria, que califica la belleza del lenguaje, ni de ejercicios de modulación, que denotan la belleza de la voz.
Hablamos de un verbo con un sentido concreto: discutir. Sí, pero no cualquier discusión acalorada es un debate. El diccionario de la Academia es muy genérico en ese aspecto, pero hallamos más justa una explicación en otro sitio (definición.de). Debatir es “discutir o disputar sobre algo”, y hace mención a una controversia.
El interlocutor con mejores argumentos, con más inteligencia para responder las opiniones contrarias, y el más creativo para defender sus puntos de vista, termina por imponerse. El debate suele revelar cierta grandeza del estadista; por ejemplo, Barak Obama.
Cualquiera que revise el foro organizado por el IETAM advertirá que ninguno de los candidatos se ajustó al formato de debate y casi nunca cruzaron realmente sus posturas para confrontar las ideas. Esto no se debe tanto a errores de planeación como a un problema cultural: en México no sabemos debatir porque, para empezar, no sabemos escuchar. Esto deberíamos cultivarlo desde los hogares, en familia, en la sobremesa o el descanso. Ni Arturo Díez ni César Verástegui ni Américo Villarreal parecen acostumbrados a eso. Es imposible que luzcan sus habilidades para el diálogo político o intelectual si sus actividades diarias no lo facilitan.
De cualquier manera, ha sido de mucha utilidad este primer ejercicio, y vamos a mencionar los principales aciertos y desaciertos de cada uno de los contendientes.
Sin posibilidades reales de ganar, Arturo Díez Gutiérrez tenía la oportunidad, al menos, de causar buena impresión. Entre sus aciertos pueden citarse dos iniciativas: declarar en Tamaulipas el derecho universal a la salud, y una Ley por la Paz o un derecho constitucional a la paz. Esta última puede convertirse en una ingenuidad o en letra muerta si no viene acompañado de un sistema de justicia y de seguridad fuerte.
Otras propuestas no eran sino plagios de gobiernos pasados, como la reinvención del Fondo Tamaulipas para financiar proyectos a micros y pequeños empresarios. También planteó aprovechar la relación con Nuevo León y Texas para atraer inversión privada. De hecho, insistía demasiado en mirar hacia los regiomontanos para reactivar a Tamaulipas.
Díez Gutiérrez llegó con la lengua muy suelta. Acusó frívolamente al Truko y al doctor Villarreal de pactar con la delincuencia, pero nunca lo demostró. Tampoco se cansó de pregonar a los cuatro vientos que él había recorrido los 43 municipios. Mucho ruido y pocas nueces, quiso presentarse como el candidato limpio y acabó aburriendo.
César Verástegui, en cambio, mostró gran conocimiento del estado y su problemática. Enumeró las fortalezas de Tamaulipas en materia de competitividad. De memoria, se refirió a la infraestructura de salud y sus 301 centros de atención. A respecto, propuso un hospital universitario de tercer nivel para evitar que la gente busque este servicio en otro estado.
Vino entonces el tema de la seguridad, y el Truko pudo defender los resultados de la estrategia que ha ayudado a disminuir los delitos. Hay un antes y un después, sostuvo con razón. Luego hizo un homenaje a la policía estatal, que causó sorpresa: “Sí tenemos que reconocerle a la Policía del Estado todo el trabajo que ha venido desarrollando”. Se hablará de esto por varios días, sin duda.
Por último, Américo Villarreal abanderó la lucha contra la corrupción como principio del nuevo gobierno. De la aplicación de valores éticos dijo que generaría los ahorros para construir nuevos hospitales y resolver las carencias de medicinas y materiales. Prometió administrar con honestidad los recursos públicos, promover la inversión pública y privada y ayudar a los más necesitados. En seguridad, se declaró a favor de dar “cero tolerancia” a policías corruptos.
El doctor Villarreal se comprometió a adherir a Tamaulipas al INSABI y a las compras consolidadas de medicinas manejados actualmente por el gobierno federal, proyectos que aún no han dado los resultados esperados. En su cierre, emplazó a los ciudadanos a “seguir como estamos” o a ir por la esperanza de cambio, pero la disyuntiva quedó tan abierta que alguien hubiera podido elegir lo primero.
Si aplicáramos el concepto real de debate, como señalamos arriba, los tres merecerían una puntuación semejante, de mediano rendimiento. Como se esperaba más, declaramos un empate técnico. Hay peleas de box que terminan así, justamente porque los contendientes no desarrollan el potencial que la competencia permite.
El único que asestaba punzadas era el Truko, pero los otros no sostuvieron la discusión o respondieron a medias. Al final, Díez Gutiérrez recibió la descarga más dura de parte del ingeniero Verástegui, y ahora todos lo conocen como “mantenido” y “tarugo”.
Nos ha quedado claro que ninguno de los tres sabe debatir, que usaron el encuentro, unos, como mitin político, y otros, como pleito callejero. Pero no se sorprenda: así anda la mayoría en este país.