Por:Mauricio Fernández Díaz
Ciudad Victoria.- El panorama político luce sembrado de peligros desde el asesinato de Sergio Carmona, ocurrido el 22 de noviembre en San Pedro Garza García, Nuevo León. Este atentado exige crear un sistema de seguridad confiable alrededor de los aspirantes. Y la primera condición es expulsar a todos los infiltrados.
Lo más difícil de este procedimiento es identificarlos; estos usurpadores no tienen aspecto de rivales ni se diferencian de los buenos amigos. Es más, entran al equipo porque parecen amigos; incluso algunos lo son. Sin embargo, están ahí para sacar información y llevarla a la casa del adversario. Pudieran igualarse a Judas Iscariote pero son más astutos todavía, ya que el Maestro tenía marcado al apóstol traidor, y a los referidos a veces nunca se los descubre.
La política y los negocios utilizan tácticas de guerra y llegan a adoptar hasta los términos de esta. Estrategia, cuartel general, contención, ataque, son palabras castrenses prestadas al ámbito de las elecciones y la competencia económica. Y en los conflictos bélicos, los espías o informantes cumplen un papel fundamental. Ellos suministran conocimientos que pueden determinar el rumbo de una campaña.
Repetimos, las circunstancias ameritan este tipo de medidas, y su práctica trae muchos beneficios. Ayudan incluso a eliminar el miedo y la incertidumbre. Se aplican con frialdad, con cálculo y rigor; por ello a los departamentos de contraespionaje se les denomina de “inteligencia”.
En campañas de todo tipo (militar, empresarial o político), la agenda debe resguardarse entre un puñado de personas y no más: el jefe, el asistente y el operador principal. Cuando el adversario descubre los movimientos es porque ya son hechos o ya transcurrieron; el avance se ha logrado sin sufrir bajas ni retrasos. Esta prevención asesta golpes sorpresivos a los contrarios, por ejemplo, alguna publicación en medios y redes con una propuesta de alto impacto económico o social. También mantiene bajo reserva las reuniones privadas con personalidades influyentes que pueden convertirse en aliadas. Nadie tiene por qué saberlo si no es preciso.
Dejar al conocimiento de cualquiera los movimientos o la agenda privada es demasiado riesgoso en estas competencias. Sin embargo, en el ámbito de la seguridad personal es un peligro mortal. Es el contexto en el que se desenvuelven personajes poderosos como ministros, gobernantes y empresarios sobresalientes. Este nos ha parecido el error de Sergio Carmona Angulo, dicho sea con profundo respeto. Sus ejecutores mostraban un conocimiento preciso de sus quehaceres. O le pisaban la sombra o alguien reportó su ubicación, pero resulta difícil seguir un objetivo de un vehículo a otro, por varias calles, sin que nadie lo note. La verdadera respuesta la dará solo una investigación, ya que en este espacio no presumimos certezas ni damos por hechos simples conjeturas.
El primer cerco de protección para un candidato, en consecuencia, es el control de la información sensible. La agenda privada no debe andar circulando como la hoja de ofertas del supermercado.
Cada equipo implementará su propia “prueba de confianza” para integrar a los elementos leales y confiables. Quizás tampoco sea necesaria una cacería de brujas o una depuración paranoica de la organización, en la que se termine desconfiando hasta de la propia sombra. Es un asunto de protección y reserva de temas, principalmente.
Libre de paranoia, es cierto, pero ha de hacerse una evaluación de los colaboradores cercanos y sus contactos. Porque son ellos los principales causantes de las filtraciones.
Un profundo desconcierto reina en las primeras actividades del proceso electoral en Tamaulipas. Vemos a individuos que hace seis años arreaban la campaña de Baltazar Hinojosa, colocados ahora en los equipos del PAN y hasta de Morena. Algunos parecían tan firmes en su afiliación priista, por todos los beneficios recibidos de esta, que cuesta entender qué hacen en el instituto rival.
Eso nos preguntamos cuando aparece un José Manuel Flores en tareas de apoyo a César Verástegui ya que trabajaba, hasta hace poco, para Héctor Garza, el “Guasón”, aspirante de Morena a la gubernatura; le acompañaba en estas aventuras su amiga Karla Cabrera, aunque en secreto, según las versiones de nuestros colegas. Vemos, igualmente, a Felipe Garza Narváez buscando la candidatura con los morenistas y a su yerno, Eric Valdez, a las órdenes de gobiernos panistas, primero con Pilar Gómez en el Municipio de Victoria, y ahora en la Secretaría General, en el tercer piso del Palacio de Gobierno. Nos desconcierta menos la presencia de Heriberto Ruiz Tijerina y de Florentino Sáenz Cobos, viejos operadores del PRI convertidos en funcionarios de la administración de García Cabeza de Vaca, ya que cuentan con verdadera experiencia política y no vagan en calidad de “ahijados”, cuando no de fardos de sus protectores, como los primeros. ¿O son auténticos consultores?, ¿expertos en algo?
La infiltración en épocas de guerra es tan vieja como la humanidad misma. Los aqueos engañaron a los troyanos con un caballo de madera gigante para vencerlos. Se los dieron de regalo y sus enemigos, gustosos, introdujeron la enorme figura en su fortaleza: estaba hueca; llevaba cientos de guerreros aqueos en su interior, que salieron por sorpresa y mataron a sus adversarios.
Por seguridad, por estrategia, por conveniencia, los aspirantes necesitan neutralizar a los infiltrados en el proceso electoral 2021-2022 en Tamaulipas. Hay razones a la vista para esto.