Seguridad

El desafío de gobernar Afganistán con milicianos

Los talibanes, sin apenas preparación ni experiencia, premian a los que han empuñado las armas y rechazan perfiles de profesionales cualificados

A Shafiqullah Sahar lo intentaron matar los talibanes dos veces en un mes. Está vivo de milagro y cojo de por vida. Menos de un año después y con esos mismos yihadistas en el poder, Sahar sigue ocupando su puesto de director en la nueva administración del Emirato Islámico de Afganistán.

¿Cómo es eso posible? La primera respuesta de este hombre de 31 años llega en forma de risas. La segunda sirve para alumbrar un poco la oscura y compleja situación bajo la que viven los 40 millones de afganos. “Si no sigo con mi trabajo me seguirían amenazando”, contesta al tiempo que hace una referencia a su familia. El miedo y la necesidad ―les deben al menos dos sueldos― empujan a muchos afganos a continuar en la nueva administración. A otros, simpatizantes de los barbudos en la sombra desde antes, se les ha empezado a ver el plumero ahora.

Los talibanes anunciaron hace un mes un Gabinete provisional integrado por 33 personas. Más allá de no reflejar la diversidad de la población ni admitir a mujeres, se enfrenta al reto de superar la falta de experiencia y formación, la desconfianza de una parte importante de los ciudadanos y la huida del país de decenas de miles de personas, muchos de ellos funcionarios cualificados. En estas primeras semanas, según varios testimonios recogidos por EL PAÍS, son pocas las señales que indiquen que la amnistía anunciada sea real y completa. No vuelve a su puesto de trabajo aquel que quiere sino aquel al que se le permite. A eso se une el que ni siquiera los propios talibanes esperaban hacerse con el control íntegro del país de manera tan rápida, según dos fuentes que han tenido contacto al más alto nivel en el emirato.

Fruto de esa improvisación fue lo que le ocurrió a Shafiqullah Sahar, que tuvo las narices de presentarse en el recinto bunkerizado de la Zona Verde que acoge el palacio presidencial, las embajadas y otros edificios oficiales. Era la mañana del lunes 16 de agosto, apenas unas horas después de ser tomada la capital. El hombre quería seguir trabajando. Pero Kabul era entonces una bomba de relojería. Nadie se atrevía a pronosticar qué iba a pasar cinco minutos después. Aprovechando la osadía de este director, los barbudos lo montaron en un coche y se lo llevaron a la sede de la televisión nacional. No iban a dejar pasar la ocasión sin darle una pátina propagandística al asunto.

Shafiqullah Sahar, que ha decidido seguir como funcionario tras la llegada de los yihadistas al poder.
Shafiqullah Sahar, que ha decidido seguir como funcionario tras la llegada de los yihadistas al poder.LUIS DE VEGA HERNÁNDEZ

Colocaron a este funcionario de la Dirección Independiente de la Gobernanza Local (IDLG, según sus siglas en inglés) en medio de un corrillo e improvisaron algo parecido a una declaración institucional jaleada con varios gritos de “¡Allahu akbar!” (Alá es el más grande). Él, rodeado, qué iba a hacer. Pues echar flores delante de la cámara a los que acababan de tomar Kabul. Aseguró que habían dejado atrás el radicalismo como tarjeta de presentación. “Los talibanes han venido con una ideología diferente para trabajar y servir a la nación”, dijo Sahar al hombre del turbante que le puso el micro delante y que daba la bienvenida en nombre de dios a todos los que quisieran mantener su puesto en la administración. Bonitas palabras que se las llevó el viento de inmediato.Únete ahora a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites

Lo deja claro Mohammad, hasta agosto funcionario del servicio de afganos en la diáspora dependiente de la vicepresidencia, ahora desempleado y que prefiere mantener su verdadero nombre oculto. La prioridad, señala, son los guerrilleros, después la gente formada que no hayan servido en el Gobierno anterior y, después, el resto. Eso explicó en una reunión hace un par de semanas en el barrio kabulí de Kart-e-Char un empresario protalibán llegado de Kandahar a un grupo de una quincena de funcionarios entre los que se hallaba Mohammad, de 30 años de edad.

En otros casos, como le ha ocurrido a un amigo suyo del Ministerio de Finanzas, aceptaron su regreso al puesto, pero en cuanto el trabajo estaba encarrilado y los que le rodeaban más o menos iban pillando el tranquillo, lo mandaron a su casa. Esa manera de seleccionar al personal y de premiar a los que han estado pegando tiros en el monte todos estos años ha sido corroborada por varios funcionarios de distintos niveles consultados. No es por tanto solo que una parte de la población formada en los últimos veinte años se haya ido o se quiera ir del país, es que los talibanes quieren compensar a sus hombres tras los años de guerra aunque en su currículum lo que prime sea la experiencia en el campo de batalla.

Varios talibanes se hacen fotos sobre el trampolin de una piscina en desuso de Kabul.
Varios talibanes se hacen fotos sobre el trampolin de una piscina en desuso de Kabul.LUIS DE VEGA HERNÁNDEZ

“Mucha gente no tenía ninguna experiencia en liderazgo o gestión. Son mulás y muyahidines que solo saben dar y cumplir órdenes”, explica un alto funcionario que ha sido director de uno de los aeropuertos del país con el anterior Gobierno y que tiene hilo directo a diario con uno de los nuevos ministros talibanes. Lo define como un líder muy respetado entre la guerrilla, pero sin ninguna experiencia en el cargo para el que ha sido nombrado. “Son gente callada, que trabaja en silencio y que tiene ganas de aprender, pero no sé qué formación tiene más allá de la madrasa”, puntualiza refiriéndose a las escuelas coránicas tan frecuentadas por los talibanes.

Este funcionario llega a la cita con el reportero a bordo de un coche blindado conducido por un chófer. Pero no está satisfecho. “Si tuviera una buena oportunidad de irme con mi familia, no lo dudaría”, afirma porque no ve, de momento, que el nuevo Gobierno tenga un “plan de futuro”. “Se limitan a que los anteriores lo saquemos todo adelante”. En su departamento la mayoría siguen acudiendo a trabajar pese al miedo y las reservas sobre lo que le espera a la nueva administración.

En estas semanas de aterrizaje se ha dado cuenta de que algunos ya simpatizaban con los talibanes de antes. Pero no cuentan con suficientes apoyos y los yihadistas tratan de tirar de lista de contactos, especialmente para puestos muy técnicos para los que no es sencillo encontrar personas cualificadas. Una cosa es montar un control en la calle y cachear a motoristas y otra gestionar las comunicaciones o la economía del país. El alto funcionario lamenta en todo caso que no hayan sido los talibanes los que han accedido al poder, sino Estados Unidos y el resto de tropas internacionales los que los han impulsado. “Nosotros los afganos no hemos aceptado a los talibanes”, zanja.

Sentado en su despacho de un edificio público del tercer distrito de Kabul, Mawlawi Mohammad, de 28 años, impone su autoridad. Pide por escrito las preguntas que el reportero quiere hacer a los talibanes de a pie. Las lee con atención y decide que las va a responder él. Pero sus contestaciones no son más que palabras vacías.

Bilal Shafiola, talibán de 19 años procedente de la provincia de Wardak, muestra el rifle casero que ha fabricado.
Bilal Shafiola, talibán de 19 años procedente de la provincia de Wardak, muestra el rifle casero que ha fabricado.LUIS DE VEGA HERNÁNDEZ

Bilal Shafiola, de 19 años, se presenta como un talibán inventor, pero no esconde cierto desencanto tras haber llegado a primeros de septiembre a la capital procedente de la provincia de Wardak. A diferencia de otros talibanes, él va armado con una especie de Kaláshnikov casero que ha tratado de enseñar a los superiores sin mucho éxito, explica mientras custodia la sede del Ministerio de Información. Asegura que el arma dispara de verdad y muestra un vídeo como prueba. Cuenta que también ha diseñado una máquina que ayuda a los pollos a poner los huevos más rápido y un pequeño helicóptero no tripulado. El principal objetivo de llegar a la capital era lograr un reconocimiento a su labor inventora que no ha obtenido. No descarta volverse a casa. Allí vive con dos hermanas para las que, afirma, la sharía (ley islámica) exige un papel de puertas adentro.

El de las mujeres es otro asunto pendiente de resolver. Su presencia en Afganistán ganó mucho en los últimos 20 años pese a que muchos de sus derechos seguían cercenados. Shafiqullah Sahar tiene seis hermanos más que trabajan en la administración. Sus tres hermanas no han vuelto a sus puestos. Por un lado, los talibanes no las dejan. Por otro, ellas tienen miedo. Sin embargo, sus tres hermanos, sí.

Sahar estudió Medicina en la provincia de Khost, pero nunca ejerció. Responde que él jamás fue simpatizante de los talibanes y que ha sido siempre una especie de líder vecinal en la provincia de la que es originario, Paktia. Es a esos ciudadanos, junto a su familia, a los que apunta cuando es preguntado varias veces en la entrevista el porqué de su decisión de mantenerse en su puesto de director.

Fue uno de los interlocutores públicos que reclamó al presidente Ashraf Ghani mejoras para la población de Paktia en su última visita. Y allí se encontraba Sahar visitando unos proyectos cuando el 22 de agosto del año pasado el coche en el que viajaba fue tiroteado. El líder tribal que iba con él murió y un balazo en la rodilla le dejó a él cojo para siempre. Justo un mes después, el 22 de septiembre, le colocaron dos explosivos en la puerta de su casa. Las bombas, de fabricación casera, fueron descubiertas por algunos clientes del colmado que se encuentra al lado. En las fotos que guarda se ve incluso el móvil que servía de detonador cubierto de barro para camuflarlo.

Shafiqullah Sahar cree que a él lo quería liquidado la red Haqqani, el ala más radical de los talibanes. Hoy ese entramado, liderado por el actual ministro del Interior, Sirajuddin Haqqani, cuenta con amplias cuotas de poder en el nuevo Gobierno al que a Sahar no le queda más remedio que servir. Las imágenes de varios hombres ajusticiados y colgados en público en los últimos días recuerdan que bajo los turbantes persiste la misma mentalidad sanguinaria que les mantuvo en el poder entre 1996 y 2001. “Podemos estar mal, muy mal y peor. Y estamos mal”, suelta esbozando una sonrisa de moderado optimismo Sahar.

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