Política

Voto útil o voto masivo?

TAMAULIPAS.- Es normal que en procesos electorales muy competidos, los directivos de los partidos que van en la delantera pero sin una ventaja muy definida, pidan a los ciudadanos que recurran al voto útil para apoyar a candidatos que pueden ganar y no le den su sufragio a quienes no tienen posibilidad alguna de llegar a la recta final.

El objetivo obviamente es frenar a uno de los contendientes con quienes haya una disputa cerrada y que en aras de un bien mayor, se busque sacrificar a algún contendiente que no tenga grandes probabilidades de ganar.

Es un juego de estrategia que se ha puesto en marcha en numerosos lugares y momentos, pero con circunstancias similares.

En el llamado al voto útil participan lo mismo dirigentes de partidos que académicos, analistas, organismos empresariales y de la sociedad civil, además de conocedores del sistema democrático que entienden la importancia de cerrar el paso a candidatos o proyectos políticos, que de acuerdo con su óptica pudieran generar un mayor impacto negativo en la comunidad, el estado o el país que los que están proponiendo que lleven al triunfo.

En México, esto se hizo en las elecciones presidenciales del año 2000 y posteriormente en los comicios de 2012, cuando se propuso que se bajara de la contienda Roberto Madrazo para apoyar a Felipe Calderón, buscando evitar que López Obrador llegara a la Presidencia, como finalmente sucedió.

En el actual proceso electoral en el que el principal signo característico es la polarización alentada desde el poder, son muchas las agrupaciones no gubernamentales, políticos y analistas quienes han insistido en promover el voto útil, de acuerdo a la fortaleza que cada partido opositor al régimen tiene en determinadas regiones del país.

Hay mecanismos, inclusive plataformas virtuales y de difusión de tendencias que ayudan a la gente que no ha decidido su voto, a definir su posición previa a los comicios del domingo y además, sugieren por cuáles candidatos se puede votar para ejercer un voto útil y cumplir el objetivo planteado de provocar un equilibrio de poderes mediante una mayor representación en la Cámara de Diputados.

Repito, esa una estrategia legítima si se aplica dentro del marco legal y el respeto a los contendientes y a los ciudadanos. Respeto a su inteligencia y criterio propio para decidir, claro.

Ahora bien, también en este proceso electoral nos encontramos con un fenómeno observado en 2018, cuando López Obrador hizo todo lo necesario para garantizar tener la mayoría legislativa en las dos Cámaras, para con ello facilitarle el inicio de su proyecto personal y político al ahora Presidente. Entonces, como ahora, se dijo que había que votar de manera masiva por una opción partidista.

Las condiciones políticas y el ánimo social fueron adecuados para que esa consigna tuviera eco en los ciudadanos, que optaron en gran cantidad por darle la mayoría de diputados y senadores al Presidente. Hoy, como si fuera un mantra que ayudará a afianzar la autoconfianza en que el país va por el rumbo correcto, según sus apreciaciones, los mismos que hace 3 años llamaron al voto masivo por un partido en específico repiten el ejercicio.

“3 de 3”, dicen, suplicando a los ciudadanos el voto en cascada, uniforme. “Vota todo igual”, repiten candidatos, operadores y personeros. Apelando a un comportamiento irracional, como si los ciudadanos no tuvieran voluntad ni capacidad de decisión, los promotores del voto masivo dejan ver la urgencia de recuperar algo de lo perdido.

El voto masivo se impuso en los últimos días de campañas como un slogan más de los candidatos y candidatas del partido que depende de eso, del sufragio emitido de manera uniformada, aunque los beneficiarios sean desconocidos o representen la antítesis del instituto político que los postuló. Como el voto útil, el voto masivo puede ser un instrumento para que los partidos alcancen sus objetivos.

El llamado al primero es legítimo y hasta deseable en una democracia que no termina de consolidarse, como la nuestra. El voto masivo, en cambio, es un acto maniqueo para tratar de sorprender la buena fe de la gente y aprovechar, en muchos casos, la ignorancia o apatía ciudadana.

Promover y confiar en el voto masivo es carecer de argumentos sólidos y suficientes para ganarlo en la calle, con propuestas, con resultados. Tener la esperanza de recibir un voto masivo habla de desesperación y de incapacidad para obtenerlo voluntariamente, racionalmente de los electores.

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