Una insurrección fallida
La tercera marcha de los seguidores de Donald Trump desembocó en acciones de violencia sin precedente en el corazón de la democracia de Estados Unidos: el Capitolio, donde se tuvo que posponer unas horas la declaración de Joe Biden como ganador de las elecciones. Los protagonistas del sainete: una turba de personajes que descreen de su derrota y del Holocausto o que afirman que la vacuna anticovid “viene con un chip”.
WASHINGTON, DC. (Proceso).– El pasado miércoles 6, poco después de las dos de la tarde, en Estados Unidos la democracia quedó en vilo. Justo en su epicentro, el Capitolio, sede del Congreso en esta ciudad, y durante uno de sus actos más solemnes: la sesión bicameral para certificar a Joe Biden como ganador de la elección presidencial de 2020. Los discursos se truncan: el Poder Legislativo está siendo invadido, por primera vez desde que lo incendiaron fuerzas británicas en 1814.
Más de dos siglos después, seguidores del presidente Donald Trump superaron en minutos a las escasas fuerzas policiacas, irrumpieron en el edificio y forzaron la evacuación de los representantes (diputados). A la democracia más antigua del mundo le tomó seis horas retomar el proceso democrático.
En el interludio entre los golpes de mazo, el que suspende y el que reinicia la sesión, un país que ha pasado cuatro años boquiabierto ante su propia escisión, siguió en vivo escenas que revelaron –aún más– el abismo que lo separa. Fueron cientos los que derribaron barreras, franquearon el cerco, escalaron muros. El gas lacrimógeno flotó sobre las mismas escaleras donde el miércoles 20 tomará posesión Biden, y luego por la rotonda, entre las estatuas de los presidentes ilustres. Bajo el techo que Abraham Lincoln erigió durante la guerra civil ondearon banderas confederadas, símbolo del sur esclavista durante la guerra civil.
Una manifestante murió por un disparo hecho por la policía. El mobiliario se convirtió en barricada, los guardias apuntaban sus armas hacía una puerta con los vidrios rotos. Los representantes se protegieron tras sus asientos, se tendieron en el piso tomados de la mano, hasta poder huir por los túneles.
Conquistada la Cámara, un manifestante tomó el estrado y negó la realidad en un grito: “¡Trump ganó esta elección!”
Las reacciones no se hicieron esperar: Barack Obama lo llamó “un deshonor y una vergüenza para la nación”; George W. Bush dijo: “Así se disputan las elecciones en una república bananera”. Biden declaró: “Nuestra democracia está bajo un asalto sin precedentes, diferente a todo lo que hemos visto en los tiempos modernos. Un asalto a la ciudadela de la libertad”. Reince Priebus, el antiguo jefe de personal de Trump, calificó a los manifestantes de “terroristas domésticos”.
Trump respondió a la crisis con un llamado a la paz y al respeto a la policía mediante dos escuetos mensajes en Twitter. Al poco tiempo compartió un video donde se dirige a sus seguidores: “Entiendo su dolor, nos robaron la elección que ganamos por muchísimo”, las mismas denuncias que espolearon a sus seguidores a ocupar el Capitolio. No sin añadir: “Vayan a casa, los amamos, son muy especiales”.
El que siguió fue –no por decisión propia– su mensaje final del día: las cuentas del presidente fueron suspendidas por las principales redes sociales. Su última declaración fue borrada por Twitter: “Son las cosas y los sucesos que ocurren cuando una sagrada y masiva victoria electoral le es arrebatada de forma tan viciosa a grandes patriotas maltratados por demasiado tiempo. Vayan a casa en amor y paz. ¡Recuerden este día siempre!”