Una de cajeros automáticos…
CD. VICTORIA.- El enorme robot abrió su boca después de lanzar su advertencia y el Caminante hizo un movimiento desesperado en lo álgido de la faena, el autómata tomó el cebo y volvió a cerrar sus fauces, devorándolo, fue entonces que sucedió algo insólito, la enorme mole cibernética reinició su sistema y un silencio tenebroso llenó el ambiente.
No, no es una película de ciencia ficción: es lo que le pasó al Caminante hace días cuando al intentar depositar el pago de su tarjeta de crédito, el cajero automático tomó el dinero y sin acreditar la operación se reinició, quitándole su lana al vago reportero.
El Caminante acudió a la ventanilla de ‘atención al cliente’ de ese banco para levantar un reporte e intentar recuperar su dinero.
Historias como estas ocurren con mucha frecuencia y pareciera que los cajeros automáticos en vez de ser la solución a un problema se transforman en uno peor.
Y lo mismo suele suceder con sus parientes lejanos: el de las actas de nacimiento del Registro Civil, que muy a menudo no le da la gana funcionar cuando mas se le necesita, el de la CFE, que de seis sólo operan correctamente uno o dos (y hay que pagar casi casi con el importe exacto o de lo contrario no acepta el pago) o el de una conocida empresa de cable que paradójicamente solo opera ¡en horario de oficina! y que a pesar de que en ese establecimiento hay una docena de empleados y un enorme y elegante mostrador, los clientes y usuarios ¡tienen que usar un cajero para pagar! el Caminante ha sido testigo de personas haciendo fila y tragando polvo de ‘nortazos’, calcinándose bajo un sol abrasador o congelándose en el frío para realizar esta operación.
Sin embargo no se puede negar que los cajeros automáticos son la forma más práctica de retirar dinero de una institución bancaria. Cuando fueron creados a mediados de los años sesenta en Inglaterra tal vez no se imaginaron que terminarían sirviendo de ‘suit de lujo’ con aire acondicionado para algunos indigentes de la capital tamaulipeca, o de basurero como sucede también en Ciudad Victoria.
En estos tiempos de tanta inseguridad los cajeros automáticos (o ‘ATM’ Automated Teller Machine, su nombre en inglés) suelen ser el lugar ideal para que los cacos lleven a cabo sus fechorías: muchos usuarios suelen retirar de noche y en lugares poco transitados lo cual los hace presa fácil de asaltos.
El tiempo que se requiere llevar a cabo alguna operación muchas veces se alarga por aquellas terminales que tienen menús torpes y que intentan venderle al usuario productos financieros como créditos de nómina, saldo telefónico, donaciones etc, lo cual aumenta el riesgo al permanecer mas tiempo del necesario en el lugar.
El viacrucis se acentúa los días de quincena cuando un ejército de burócratas y asalariados se vuelca en las terminales a retirar su sueldo. Muy conocido es el triste momento en que una persona llega por fin al cajero y se topa con que el aparato se ha quedado sin billetes.
O el clásico ancianito que a paso muy lento realiza y cancela una, dos y hasta tres veces su operación mientras la desesperación consume a los demás fulanos que hacen fila sin contar la molestia de llegar a una terminal y encontrar el temido letrero de “no funciona” o en algunas ocasiones ver como el cajero ‘se traga’ la tarjeta.
La última epopeya que el Caminante vivió en un cajero fue la quincena pasada: acudió a una supertienda a usar el cajero y después de digitar el NIP el aparato se congeló: no pudo checar su saldo ni retirar efectivo. Sin embargo pudo cancelar la operación. Minutos mas tarde lo intentó en una terminal de la zona centro. Digitó su NIP, checo su saldo y al intentar retirar efectivo ¡zas! la máquina le advirtió que solo contaba con unos cuantos pesos: ¡el dinero se había esfumado!.
“Me vaciaron la tarjeta” pensó el andarín y rápidamente se comunicó al número telefónico impreso el plástico. Luego de una engorrosa seria de opciones finalmente pudo hablar con una ejecutiva que lo serenó y le dijo había sido un ‘fallo lógico’ y que esas cosas suelen pasar, pero que afortunadamente su dinero ya había sido reintegrado. El Caminante resopló aliviado y efectivamente el dinero estaba nuevamente en su cuenta.
Hay que decirlo: los cajeros automáticos son muy útiles y necesarios, pero ojalá que su tecnología se modernice para no hacer pasar a los usuarios semejantes y traumáticas experiencias. Demasiada pata de perro por esta semana.