Política

El presidente centralista

Por Oscar Díaz Salazar

El encargado de tocar las campanas de la iglesia, recientemente despedido de su chamba, expresaba con molestia, al escuchar el repiquetear de las campanas, que le indicaban que ya había otro campanero, otra persona que hacía su labor: ¡escucha que mal tocan las once! Esta breve, pero muy ilustrativa historia, me la platicó Emiliano Fernández, ex dirigente estatal del Partido Convergencia por la Democracia y asesor del gobernador. La opinión del campanero sin chamba, suena muy parecido a las quejas de los personajes que fueron enviados a la banca, al receso político, al triunfar la coalición que postuló al presidente Andrés Manuel López Obrador. No comparto ni entiendo ese sentimiento que tienen los recién desplazados de los cargos públicos, los despojados de contratos de obras y servicios, los que perdieron privilegios y empleos, esos que hoy auguran tiempos de desastre para la patria, épocas de crisis económicas y problemas en todos los aspectos de la vida social y privada. La mayoría de las críticas que he escuchado o leído, relacionadas con el gobierno federal y/o con el presidente López Obrador, son propaganda de la oposición (que por supuesto es válida, ese es su papel), y refieren situaciones que no son responsabilidad o culpa del gobierno actual. En muchas de las situaciones o problemas que hoy presentan con un sentimiento de indignación que recién descubren, las cosas así estaban o se hacían, cuando los acusadores de hoy tocaban las campanas. La descalificación a las autoridades del gobierno federal, se parecen mucho a la crítica del campanero despedido, por la forma como el nuevo toca las once campanadas. Son más producto del rencor por haber sido despojados de algo que no era suyo, pero que llegaron a considerar de su propiedad, luego de tantos años de usar y de abusar del poder. La gente no percibe cambio en el timbre, en la intensidad, en el ritmo, ni en los decibeles de las campanas, y siguen atendiendo o ignorando su existencia, tal y como lo hacían antes. Creo que ha fallado la oposición en esa tarea de fiscalizar al gobernante. Les ha faltado analizar las decisiones y acciones del gobierno federal para encontrar lo que realmente representa un retroceso. Los gobernadores insurrectos se han limitado a hacer política barata, muy enfocada en el tema de los centavos y sin hacer un buen diagnóstico de las políticas López obradoristas. Considero que el gran tema de los opositores al gobierno de la Cuarta Transformación, debe ser el señalamiento y el esfuerzo para frenar las medidas centralistas que ha tomado el presidente. Al mandatario estudioso de la historia nacional, se le debe recordar que históricamente los conservadores han sido centralistas, – como muchas de sus decisiones-, y los liberales, hoy progresistas, han sido federalistas. Menciono solo unos cuantos ejemplos que muestran como el presidente López Obrador ha tomado decisiones en pro del centralismo. Con el argumento (cierto) de que las autoridades locales son corruptas, el presidente ordenó: Que el gobierno federal, a través de la SEDATU, realizara obras con recursos que antes se transferían a los gobiernos estatales. Que se retomara el control de la nómina magisterial, actualmente en proceso. La desaparición del Seguro Popular y su transformación a INSABI, implicó quitar el manejo financiero y administrativo a las autoridades locales. Desapareció el organismo que se encargaba de construir, equipar y dar mantenimiento a los edificios escolares, con la participación de las autoridades locales. Ahora los recursos se entregan directamente a las escuelas…. Eso dicen, pero no será así, o va a fracasar porque es una tarea compleja que demanda supervisión de profesionales y fiscalización. En Reynosa desapareció la Delegación de Caminos y Puentes Federales (Capufe). De Reynosa desapareció la sede del Instituto Politécnico Nacional. Como no es mi intención hacer la chamba al Club de Gobernadores Insurrectos, hasta aquí le dejo. El argumento de que los gobernadores son ratas es válido, es cierto. Pero había que cuidarles las manos, fiscalizarlos, vigilarlos, y no restar facultades a las autoridades locales.

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