La otra guerra de la delincuencia
Francisco Zea
Línea estratégica
En estos tiempos, el crimen organizado tiene formas muy distintas de operar, que en el pasado no se imaginaban. Hoy poco vemos el estereotipo de un narco con botas, cinturón piteado, cadenas y relojes de oro. Hoy los delincuentes se mimetizan en los círculos sociales para poder operar sin ser detectados. Hoy las organizaciones delincuenciales son más complejas e incluso recurren a estrategias que en otros tiempos estaban reservadas a productos comerciales e incluso a gobiernos. Una de las estrategias más importantes es la de sembrar miedo. El miedo paraliza y puede crear una sensación de enorme desánimo en la sociedad.
Aunque existan una gran cantidad de odiadores del éxito en materia de seguridad en Quintana Roo, la frialdad de las cifras no permite discusiones. La reducción de la incidencia delictiva, según la instancia autorizada a nivel federal para medirla, el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, no deja lugar a dudas. Los niveles de aprobación del gobernador, según la más reciente encuesta de Mitofsky, también son indubitables.
Pero la lucha de los delincuentes por penetrar en un estado que resulta muy apetecible por el tránsito de turistas y su capacidad económica para el consumo de sustancias ilegales es innegable. Por ello sembrar miedo mediante ejecuciones dolorosas y mediáticas es parte de su estrategia para amedrentar a la población y autoridades. Tal es el caso de la ejecución del responsable de custodios del penal en el estado.
Los responsables están plenamente identificados y quizá al momento de escribir estas líneas ya fueron aprehendidos, pero el efecto de causar en la sociedad una imagen de fragilidad en materia de seguridad ya se logró. Me queda claro que como un contundente mensaje de la Secretaría de Seguridad Pública de Quintana Roo, la captura de los responsables de este homicidio es prioritaria y manda de nueva cuenta un mensaje de certidumbre a la sociedad. La fortaleza e integridad de la institución es evidente y manifiesta.
Desde aquí y siendo testigo este fin de semana de su entrega y sacrificio, vuelvo a reconocer a las mujeres y hombres que integran las filas de la institución y que todos los días, incluso en tiempos de pandemia, se arriesgan y sacrifican por preservar nuestra vida y bienes, aun a costa de la propia.
Estoy cierto de que este sacrificio es reconocido por la sociedad y hace conscientes a los quintanarroenses de la bondad de los servidores públicos que velan por ellos.
En el marco de estos tiempos rabiosos y aciagos, en que la incierta captura del general Cienfuegos nos deja más dudas que certezas, es evidente el desconcierto y enojo del gobierno mexicano por la falta de aviso de la detención de una figura de primer nivel. Ha trascendido que es tal la molestia del ciudadano Presidente, que ha instruido a todo el gobierno federal a cancelar cualquier cooperación o intercambio de información con el gobierno norteamericano, con todos los riesgos que ello implica.
Si bien es cierto que no existió un fluido intercambio de información desde la llegada del presidente López Obrador, también es evidente el deterioro que sufrirán las relaciones bilaterales ante un asunto de tal envergadura. Si a esto le sumamos la incertidumbre que causa la inminente elección de presidente en el país vecino, la bomba que se cocina es de pronóstico reservado.
Una vez más hago hincapié en que cualquier intento de politizar la seguridad pública es un delito en sí mismo, un acto intrínsecamente malo, pues la seguridad y el miedo no deben de ser patrimonio ni moneda de cambio, pero en estos tiempos de política y con la enorme distracción de las elecciones en el país del norte, esa tentación es evidente y sentimos su terrible efecto.