Política

Cascabel

Historias de Frontera

(Próximamente: Dirección: Medardo Treviño-Víctor Carpinteiro. Actor: Alberto Estrella)

José Ángel Solorio Martínez

Me conocen como Cascabel. Un día después de que mi Amá mató a mi Apá, enpecé a talonear. Fácil: bordear el río, por los lugares más bajitos y pasar entre diez o veinte ilegales por noche hasta entregalos sobre sembradíos de repollo texanos a otro pollero que los llevaría hasta Mercedes, Texas. En una noche, me ganaba hasta quinientos dólares. Al principio, me agüitaba ver a la pobrecita gente hambriada, con mirada temerosa, temblorosa, sumisa, atenta a nuestras órdenes.
Susurraba:

–¡Aguzados! ¡Aí tá la Migra al otro lado!

Ellos se aferraban a los baños de lámina, o a sus bolsas de plástico, donde cargaban sus ropas y sus zapatos. Enmudecían. Con ojos desorbitados, sudando miedo, parecían conejitos acorralados por una manada de babeantes coyotes. Yo podía oír, los tamborazos de sus corazones y el resoplar de sus pechos. Todo callao. Sólo las ranas y su amargo canto, jineteaban el pequeño oleaje del río Bravo.
Las linternas de la Migra, mudas, como amenazantes garrotes de luz, buscaban mi merca: los mojaos.
La mayoría de las veces yo pensaba con el agua hasta la nariz, viendo las sombras de los oficiales de migración texanos, pasada la media noche:
–¡Órale culeros, ya hace hambre!

-o-

Don Eraclio, era el patero más poderoso de la frontera de Tamaulipas. Tenía bajo su mando, a una pandilla de más de doscientos trabajadores –en Reynosa, Río Bravo, Matamoros, Nuevo Laredo y Miguel Alemán– para el cruce de mojaos. Amigo de mi Apá, al saber lo de la desgracia fue a la casa por mí y la bebita. Me llevó a comer al Restaurant San Antonio de Río Bravo. A Chelita, la dejó en su casa con doña Hermila, su esposa, quien los primeros meses la alimentó con agua de arroz y té de manzanía.
“Te quedaste solo Mijito”, soltó.
“Ora tienes que ver, por tí y por tu carnalita”.
Él se encargó de todo.
Pagó el funeral de mi Apá. Habló con el Comandante de policía y el Juez, pa que la condena no fuera muy dura y nos dio techo y comida.
“La señora, sólo defendió a los niños”, dijo frente al rústico escritorio de madera del licenciao.
Lo vi sacar una paca de dólares, que entregó a las autoridades.
En una semana, supimos el castigo: quince años en el penal de Reynosa.
No tenía ni puta idea de lo que eran quince años de cárcel. Nomás pensé que la casa, quince años sin mi Amá, sería muncho tiempo. Tibios y gruesos hilos de lágrimas, hicieron un tajo en mis mejillas.
Don Laco –así le llamábanos, su gente de más confianza–, pasó su brazo sobre mis hombros y dijo con un tono triste que aún no olvido:
–Tu Apá, te hizo hombre muy temprano Mijito.
Me trató como a todos sus hijos. A mi hermanita ni se diga: la adoraba. Desde el primer día, que me miró moviéndome entre los matorrales y los chaparros, ágil, discreto y escurridizo, me dijo:
“Mijito: ¡Vas a ser güeno pa la chamba! Te mueves como víbora de cascabel”.
Por eso, me dicen Cascabel.

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