Política

El Fogón: La restauración del sólido sur.

José Ángel Solorio Martínez

Desde aquel lejano día de verano de 1913 en que Venustiano Carranza, mandó a los constitucionalistas encabezados por Lucio Blanco a tomar Matamoros, se inauguraron los días de emergencia y ubicación de este puerto, en el mapa geopolítico del globo, del país y de la región. Los ojos, de los revolucionarios –y los del Varón de Cuatrociénegas, sobre todo– imprimieron a esta ciudad del Golfo un valor estratégico de primer orden.
Tanta fue la supremacía del puerto, que Pedro Salmerón en su libro “1915, cuando México fue campo de batalla” despliega su deslumbrante tesis de que el carrancismo venció en la trepidante guerra civil de ese año, dentro de otros ingredientes, por tener el control de los sitios de mayor productividad y riqueza del país. Matamoros entre ellos.
Algunos años, más tarde, cuando la revolución era conducida desde el gobierno por el grupo sonorense, la Ley Seca de Estados Unidos –de 1920 a 1933– prohijó uno de los más rentables negocios negros de la frontera: el contrabando de alcohol de México hacia USA para satisfacer un mercado que jamás pudo detener el consumo –y menos, la oferta y demanda– de bebidas etílicas. Esas tres décadas, consolidaron el primer cártel de capital negro en Tamaulipas.


La cercanía de las carreteras, del puerto de Galveston, Texas, y de las líneas ferroviarias texanas potenciaron la ciudad como puerta de entrada y salida de mercancías –legales e ilegales– hacia el monumental mercado norteamericano potenciaron su virtud geopolítica.
(Ese sitio estelar, sólo fue desplazado por USA que durante la II Guerra Mundial, decidió utilizar el hoy conocido triángulo dorado –Chihuahua, Sinaloa y Durango– para producir heroína y mariguana para usos bélico y sanitario).
En la década de los 60, el mercado norteamericano de la canabis, puso de nueva cuenta a Matamoros en la ruta para la satisfacción de la monumental demanda de yerba. Y para los 70, el antiguo puerto Bagdad, era el Dorado de los negocios oscuros y de los capitales negros.
La política, durante esas épocas, fue una actividad refractaria a los magnates del negocio turbio en Tamaulipas. Veían esa actividad, como algo ajeno a su mundo. La única autoridad o área gubernamental que les interesaba era la policía en cualquier presentación.
Lo oí del Secretario general de gobierno de Américo Villarreal Guerra:
-Nos llegaron las fotos. Se veía un hombre cavando un pozo en un paraje montuno. Fornido, blanco, con fino bigote, pala en manos.
Era uno de los hombres más poderosos de la frontera tamaulipeca.
Había cometido un error: faltarle al respeto a Américo.
De malas formas, le había exigido la Jefatura de la Policía Judicial del Estado, que un colaborador del ingeniero había impropiamente ofrecido a cambio de dólares.
Quien obligaba a cavar el hoyo al potentado era Guillermo González Calderoni, por entonces policía federal.
Contó al Secretario, el policía al momento de entregar un sobre amarillo con las fotografías:
–Le dije: en este agujero te vas a quedar, si sigues molestando al señor gobernador.
Villarreal Guerra, nunca terminó de agradecer a González Calderoni su táctica.
A finales del Siglo XX, todo eso cambió.
El tiempo histórico en que los capitalistas negros, arribaron a las estructuras de gobierno tamaulipecas, coincide con la instalación del neoliberalismo en la región. En su afán de aniquilar la estructura sindical y de organizaciones sociales en la comarca, los fundamentalistas del mercado, abrieron la puerta a los caballeros de la noche del bajo río Bravo.
Con el desplazamiento de Agapito González, Reynaldo Garza Cantú, Pedro Pérez Ibarra, Juan de la Rosa y otros, ese ancho vacío de poder generado por esa estrategia, lo ocupó el lumpen-político. (O en sociedad o por presencia propia, este tipo de actor social se incorporó a la lucha por la autoridad pública en la comarca).
La liquidación de las burocracias obreras, no fue el único elemento que explica la preeminencia del crimen organizado en la política; sí, uno de los más relevantes.
Esa presencia, llegó a la par con otro fenómeno que Vilfredo Pareto enuncia como “la reproducción de las élites”. Esas forma de adaptación y asimilación sociales, se hicieron presentes con la imbricación de los grupos sociales dominantes: los hijos de las élites negras, se mezclaron con los hijos de las élites tradicionales.
Esa mecánica, legitimó en un tiempo muy corto –una generación– a los empresarios negros que de esa forma lavaron sus rostros, sus manos y sus capitales.
Sin pecar de exagerado, se puede decir que cierta parte de la clase política fronteriza tiene cuestionamientos de ese tipo. Hoy mismo, esenciales actores de la frontera son indagados por sus exorbitantes fortunas por la Unidad de Inteligencia Financiera de la IV T.
¿Qué impactos tiene ese escenario en la lucha por el poder político en Tamaulipas?
De ser cierto, como se ve, la intención de la IV T de desplazar la red de vínculos de la clase política con los poderes fácticos, al menos media docena de precandidatos estarían fuera de esa justa por la gubernatura. Y ahí van de MORENA, PAN, PRI y demás morralla.
Bajo ese paisaje, es la hora de otros meridianos.
Por dos razones:
1.- El sur generó una clase política de perfil comercial, empresarial e intelectual.
2.- La sana distancia de los hombres públicos sureños de los capitales negros y los personajes oscuros de la frontera.
3.- La idea de la IV T de achicar la presencia de los actores de la noche en los menesteres públicos.
Dos de los más potentes precandidatos de MORENA –Adrián Oseguera y Rodolfo González Valderrama– son oriundos del sur.
Y uno de los más macizos, precandidatos del PAN es de Tampico –Jesús Nader–.
Todo perece indicar, que es la hora de la restauración del sólido sur.

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