Hace poco me criticaron mucho porque hablé de la privatización del sistema de salud en México. «¿Cómo puedes hablar de privatización del sistema de salud si instituciones como el IMSS, ISSSTE y los institutos estatales siguen siendo públicos?», me reclamaron.
Bueno, pues les aclaro que no hay un solo método para transferir un bien de manos públicas a privadas. En aquellas áreas altamente sensibles como salud o en nuestro caso, el petróleo, antes de rematar la empresa o institución se lleva a lo que el propio Banco Mundial califica como «punto de venta». (John Saxe Fernández lo ha estudiado muy bien).
Esto significa que se toman todas las decisiones para que la empresa o sector se vuelva altamente ineficiente y corrupto para que la sociedad llegue a un consenso en torno a la necesidad de privatizarlo para desprenderse de ese lastre. (¿Les suena el discurso en torno a Pemex?).
En México y Latinoamérica, desde la entrada en vigor del neoliberalismo realizaron masivos recortes al sector salud que derivaron en un déficit creciente de infraestructura y personal. Para ponerlo en cifras: la región pasó entre finales de la década de 1970 y 2018 de tener 3.4 camas de hospital por cada mil habitantes a 2.3; mientras el número de médicos por cada mil habitantes apenas aumentó al pasar de 1.6 a 2.3, entre 1960 y 2018.
El recorte al gasto público en el sector sirvió para hacerle espacio a la iniciativa privada, al grado que en la actualidad el 25% de las consultas médicas en México son a través de los consultorios adyacentes a farmacias. (El Financiero, 14/06/2020).
Para cerrar, otros números: hoy, el porcentaje del PIB que México gasta en salud es la mitad del que teníamos en 1980; mientras el «gasto de bolsillo» (lo que una familia gasta para atenderse en el sector privado) alcanzó el 44% del total del gasto nacional en salud. (Proceso, 26/07/2020).
Entonces, ¿se privatizó subrepticiamente o no el sector salud en México con miras a imponer el modelo estadounidense de seguros médicos privados?
