Contagios en el municipio fallido
ALFREDO C. VILLEDA.
Una respuesta constante en el estudio de criminales suele ser su hábitat, su dinámica social, su entorno familiar infantil. En casos como el del Monstruo de Ecatepec, un vistazo a su vecindario puede reforzar esa hipótesis, pero si se apunta la cámara a otros asesinos de su tipo, quizá la conclusión apresurada se desvanezca, como cuando se habla del Caníbal de Rotemburgo, por ejemplo.
Esa ciudad amurallada de Baviera, escenario medieval inspirador de películas de Disney y de Harry Potter, tiene una población de Primer Mundo no mayor a los 15 mil habitantes, vive del turismo y posee en su limitado espacio cinco museos. En esa arena privilegiada de Alemania, potencia europea, Armin Meiwes cultivó su perturbada mente que lo llevó a acordar con otro internauta una cita para destazarlo y comérselo.
Ecatepec, que significa Cerro del Viento en náhuatl, en cambio, es un extenso territorio de casi 200 kilómetros cuadrados y unos dos millones de habitantes. Un municipio en el que poco caso se hizo a los insistentes llamados de la autoridad y de los medios a guardar la sana distancia y a confinarse. No se habla de la gente que debe salir a buscar el sustento, sino de la que protagonizó disturbios después de que les cancelaron una docena de fiestas en medio de la pandemia, desacatos que acabaron en los incidentes en hospitales saturados y confrontación con médicos. Nadie puede alegar falta de información, sí de educación.
Mucha gente recriminó a quienes marcaban una relación causa-efecto entre el valemadrismo de esa comunidad y sus problemas de contagio y atención médica. Se habló sobre todo de “falta de empatía”. Pero los datos duros a nivel nacional retratan algo más: primero en número de personas en pobreza y en extorsiones, sexto en abuso sexual, decimoquinto en homicidios dolosos y décimo en contagios y casos de coronavirus. Del alcalde priista Indalecio Velázquez al morenista Luis Fernando Vilchis nada ha cambiado. Es el mismo municipio fallido.