Un viaje a un albergue en Reynosa y un parto en medio de la pandemia del COVID-19
Una líder comunitaria haitiana, que huyó de su país por amenazas, espera la llegada de su hijo en una tienda de campaña en el norte de México.
En una esquina, de un cuarto escondido y oscuro, aparece una silueta redonda. Acostada encima de una colchoneta, Mythisse escucha su nombre. Saluda con una sonrisa apenada y se prepara para incorporarse, pero el peso de su cuerpo se lo impide. En un segundo intento, se sienta y asoma su cabeza. Busca la mirada de su marido, quien carga a su hijo de dos años en las piernas. No hay palabras, solo ojos cansados. Llevan varios días, en esas condiciones, esperando la llegada de su cuarto bebé.
«Déjame me cambio y salgo en un momento», dice, con aire risueño.
El espacio rectangular en el que duerme esta mujer de 38 años, con su familia, no es una habitación como las otras que tienen literas. Debido a la gran cantidad de personas que ahora habitan en el albergue (230, pero tiene capacidad para 150), tuvieron que ubicarlos en carpas apiñadas, como en un campo.
“La mayoría de los que están en Senda de Vida son haitianos, congoleños y centroamericanos. Muchos no saben hablar español y llevan esperando meses para definir su situación legal, pero ahora todo está frenado por la emergencia de la pandemia. Ellos, además, no pueden salir del albergue para prevenir la exposición al virus. Esto les causa más ansiedad, desesperanza e incertidumbre”, asegura Lourdes Ceballos, supervisora de promoción de la salud de MSF, quien trabaja con un equipo de promotores de salud organizando las consultas médicas y psicológicas diarias, además de pasar los mensajes principales sobre el COVID-19.
Es mediodía y el patio central arde por el sol. Decenas de moscas se posan en el suelo, mientras los niños corren y juegan de un lado para otro. Las actividades son escasas. Algunos barren el comedor, algunas se peinan con trenzas y muchos otros esperan, con la mirada perdida, en sillas desgastadas, que antaño pertenecieron a una escuela. Suenan a todo volumen canciones movidas, canciones cristianas. Cuando ven al pastor, que coordina el albergue, se le acercan para reclamar información.
Mythisse pasa a su lado, pero hay mucho ruido, así que se desvía por la parte de atrás donde encuentra una silla y algo de silencio. Cuando se acomoda, lo agradece.
“Estoy muy feliz de haberme encontrado con Médicos Sin Fronteras (MSF). Yo trabajé con la organización en Haití un tiempo, pero ahora es diferente porque soy su paciente”, cuenta mientras se recoge los tirantes internos de su vestido aguamarina.
Después de trabajar como promotora de salud con MSF en Puerto Príncipe, Haití, comenzó a liderar iniciativas políticas para encausar necesidades sociales. Cuando la amenazaron de muerte, huyó con su familia a Chile. Allí, su hijo de dos años tuvo un problema de salud por un medicamento vencido. Con nuevas amenazas, se fueron a Perú, pasaron por Ecuador, Colombia, Panamá y llegan a Costa Rica y luego cruzaron a Nicaragua, Honduras y Guatemala, hasta llegar a México.
“Para nosotros fue muy duro. Atravesamos la selva con un niño enfermo del corazón, y yo embarazada, pero Dios nos ayudó. En México nos han apoyado y, ahora, estamos aquí, para descansar en este albergue. Fueron cinco meses desde que salimos de Chile y llegamos a Reynosa”, cuenta Mythisse quien, desde hace una semana, va al hospital general cada día.
La médica de MSF la ha atendido en el último mes. Lleva su historial, sus exámenes y la enlazó con el hospital para programar su parto. El equipo de la organización le hace seguimiento porque ya superó la semana 41 y el pronto recién nacido se acerca al mundo.
“Médicos Sin Fronteras me ha ayudado, porque si no hubiera llegado acá me pregunto: ¿Qué hubiera sido de nosotros en esta situación? Con la cuarentena no tenemos nada de dinero y MSF me ha apoyado con los transportes para ir al hospital y con los medicamentos. También, cuando les conté mi tristeza por lo de mi hijo, me ayudaron para superar ese trauma. Me siento mejor. Ellos me tratan como parte de la familia”.
Ahora, además de esperar la llegada de su hijo, anhela que abran la frontera para que su familia en Estados Unidos les ayude con el niño que tiene el soplo, porque le dicen que el tratamiento es muy costoso.
Luce nerviosa y con las molestias normales de una mujer embarazada.
“No sé que va a pasar. Eso es lo que más me preocupa”, asegura esta madre que no pierde el sentido del humor, a pesar de la precaria situación en la que está. Cuando le preguntan por el nombre de su nuevo hijo, suelta una carcajada y dice, “Ay, parece que Covidson porque tiene miedo de salir”.
El 12 de abril, Mythisse tuvo su hijo en una ambulancia de la Cruz Roja, porque el Hospital Materno Infantil no tenía disponibles médicos debido a la emergencia del COVID-19 y, mientras la trasladaban al Hospital General, entró en proceso de parto y dio a luz a un niño sano, que pesó 4 kilogramos.
Desde hace casi un mes, (entre el 20 de marzo y el 17 de abril, Médicos Sin Fronteras (MSF) ha atendido a 191 personas en el albergue de Senda de Vida, donde realiza actividades de promoción de salud relacionadas con el nuevo coronavirus y se prepara para atender personas afectadas por el virus en las siguientes semanas.
MSF ha trabajado en Reynosa desde 2017 atendiendo a víctimas de violencia en la ciudad. También atiende a migrantes y personas deportadas, brindando atención médica y mental en dos albergues de la ciudad y en el Instituto Tamaulipeco para los Migrantes (ITM). Ahora por la emergencia ha reorganizado sus actividades.
Esta nota es de MSF y se publica bajo una alianza editorial con El Financiero para difundir el trabajo de la institución.
Médicos Sin Fronteras fue fundada en Francia en 1971 por un grupo de médicos y periodistas. Ganaron el Premio Nobel de la Paz en 1999 por su labor humanitaria en varios continentes. MSF tiene operaciones en más de 70 países, entre ellos México, donde la oficina se estableció en 2008.
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Fuente: El Financiero