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Victoria sigue siendo la ciudad más corrupta de Tamaulipas

Por:Mauricio Fernández Díaz

Ciudad Victoria.- Toda corrupción es despreciable y no puede tolerarse solo porque exista un lugar más corrupto que otro. Grande o pequeña, la corrupción es el enemigo común de los ciudadanos, ya que su práctica provoca desigualdad, subdesarrollo e injusticia. Pero aceptar esto no debe cerrarnos los ojos a las ciudades donde este problema ya se ha fosilizado de tanto repetirse. Y esa localidad, la más afectada por la perversión política, es Ciudad Victoria, capital de Tamaulipas.

Hay que trazar una línea entre los habitantes de la capital y su clase política, entre gobernados y gobernantes, para no dar la impresión de que todos ahí son unos delincuentes. En absoluto. Los victorenses que conocemos son personas talentosas y emprendedoras, que suelen destacar en su oficio. Lamentablemente, lo hacen en otras ciudades, como Monterrey, a donde deben emigrar en busca de oportunidades. Ellos son los primeros que aborrecen a esos políticos que mantienen secuestrada a la capital y frenen su desarrollo.

Salvo dos o tres familias, que han formado su patrimonio desde hace tres generaciones, los nuevos ricos de Ciudad Victoria, los dueños de las mansiones más fastuosas y de mal gusto, son políticos y ex funcionarios de primer nivel, que antes de sus altos cargos vendían escobas, latas de pintura y hamburguesas, todo lo cual es honroso pero imposible de volver magnate a nadie en pocos años.

¿Cómo lograron este milagro económico? Ellos o sus parientes se hicieron proveedores de medicinas, de alimentos, de consumibles de oficina, de uniformes y, sobre todo, constructores. Actuaban como una secta a la que no entraba cualquiera, menos si era un foráneo, hasta el absurdo de tener dos sedes de la Cámara de la Industria de la Construcción, una integrada por constructores de toda la vida, y otra por políticos victorenses.

Otra ingenioso instrumento para depredar el presupuesto fueron las asociaciones civiles, todas ellas constituidas formalmente para legalizar el saqueo. Ciudad Victoria es el paraíso se las ong’s; las hay de apoyo a las mujeres, al autismo, a la discapacidad, a los animales, a la naturaleza y parece que hasta a periodistas. Nosotros creemos en el deber moral de atender estos problemas entre todos, gobierno y sociedad, para vivir mejor. Pero estas ong’s no sabemos que resultados han dado cuando la población vulnerable ha aumentado en la capital. Se sospecha, con razón, que solo sirven de ganancia a sus directivos. Y uno de sus críticos más acérrimos es, precisamente, Andrés Manuel López Obrador, que los ha acusado de servir a una minoría.

La gente se cansó justamente de esos abusos y eligió la alternancia en 2016 y en 2019, pero sus esperanzas de cambio verdadero fueron frustradas por el hampa de Francisco García Cabeza de Vaca y su banda de regiomontanos, guanajuatenses, chiapanecos y michoacanos, que todavía andan por ahí, enraizados al gobierno.

El estigma de la corrupción está bien marcado en la capital de Tamaulipas y ya es historia corriente en todo el estado, de Nuevo Laredo a Tampico. Como en política las esperanzas nunca mueren (si lo hicieran, se acabaría la democracia) la gente espera mucho de las actuales autoridades y sus colaboradores. Está harta del tráfico de influencias, los proveedores fantasmas, el desvío de recursos. Sus ojos están posados en Lalo Gattas y su grupo como nunca antes en ningún alcalde, y vale decir lo mismo de los colaboradores del doctor Américo Villarreal, los principales de los cuales son victorenses. ¿Saldrán igual a todos?

La burra no era arisca; los palos la hicieron, dice el refrán. La mala reputación de Victoria viene de gente como Jorge Ábrego Adame, a quien señalaron en poder de dos plazas en Educación. Pero ese era solo el comienzo. La administración de García Cabeza de Vaca lo persiguió judicialmente por cometer irregularidades que ascendían a 2,079 millones de pesos, y de hacer pagos a empresas factureras por 600 millones de pesos. Abrego Adame fue secretario de Administración y de Finanzas del Gobierno de Tamaulipas.

Viene esa mala reputación, también, de Fernando Cano Martínez, contratista arropado por el gobernador Tomás Yarrington, junto con el empresario victorense Farough Fatemi Corcuera, a quien delató Zonia de Pau, exesposa de Cano. Corrupción que perpetuó Eugenio Hernández Flores, el más cínico de los gobernadores priístas, quién protegió a sus tíos, primos y sobrinos mientras endeudaba al estado.

¿Y dónde ponemos a Óscar Almaraz Smer, Gustavo Cárdenas Gutiérrez y Arturo Díez Gutiérrez en esta lista de deshonor, de políticos ligados a pingües negocios al amparo del poder en vez de logros duraderos? Los tres fueron alcaldes de Ciudad Victoria y los tres han aumentado su riqueza, en tanto que la capital ya no tiene agua, ni camiones recolectores ni policías municipales. Hoy Victoria está peor que en 1998, pero estos tres personajes, en contraste, viven mejor.

Ahora es el turno de Lalo Gattás Báez como alcalde de Ciudad Victoria, y la apuesta no podría ser más ambiciosa: transformar a la capital y gobernar por los de abajo. No son palabras nuestras sino de López Obrador, máximo líder de la Cuarta Transformación. ¿En serio nacerá una nueva Ciudad Victoria, una sin corrupción, de Jorge Tinajero, de Ricardo Gómez Piña, de Hugo Reséndez Silva, de Roberto Huerta, del quemadísimo Eliseo Castillo Leal?

Vaya que Irving Barrios, como un cazador suertudo, tiene a tiro su presa.

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