UNA PESADILLA…
MELITÓN GARCÍA DE LA ROSA
Los primeros vientos de lo que algunos analistas han llamado la tormenta perfecta apenas si son perceptibles en México y ya hay daños mayores: dólar a 23.64 pesos, petróleo a 14.67 dólares el barril, pronóstico de recesión de -7 por ciento, desempleo a la alza, turismo rumbo a la quiebra, más de 2 mil sospechosos de contagio por el Covid-19 y 8 muertos.
Así es mis queridos boes, los números que hoy nos anuncian los incipientes vientos de la tormenta que viene del norte, donde hoy azota con furia el Coronavirus, ha dejado en Estados Unidos, del que nos separa un río, 80 mil contagiados y más de mil 100 muertos; su economía caerá, dicen los expertos más del 4 por ciento.
Pero los números, aunque son sumamente importantes para el futuro, una vez que pase la tormenta, no son lo peor que nos tocará a los mexicanos, a los tamaulipecos, el golpe más brutal del fenómeno apocalíptico que está por venir, dará directo a nuestra idiosincrasia, a nuestras costumbres, directo al corazón.
Me explico: es inevitable que el Covid-19 pase por nuestras calles, nuestras casas, nuestros barrios, nuestras familias y no estamos preparados para hacerle frente como enfermos de dicho mal, ni siquiera como familiares de enfermo de Coronavirus.
Los de Victoria, Tampico, los tamaulipecos y los mexicanos estamos acostumbrados a estar en bola afuera del hospital cuando tenemos un paciente internado, otro puño de familiares siempre está junto a la cama del enfermo.
Ahí afuera medio duermen unos y adentro otros, ahí comen, la sala del hospital se vuelve la sala familiar, porque nos enseñaron a estar siempre unidos, siempre pendientes.
Cuando la voluntad de Dios decide que nuestro familiar muere, vamos y le abrazamos, nos despedimos incluso en sus últimos momentos y por dos días los retoños de las familias se reúnen en torno al féretro con los restos del ser querido que se acaba de morir.
Las reuniones familiares entonces son de decenas, pueden ser más de cien, con el sentimiento a flor de piel, los abrazos prolongados son la constante y se vuelven mucho más a
la hora del despido final.
Todos lo hemos vivido, unos más que otros, pero todos hemos pasado por esos momentos terribles en que hay que decir adiós y sufrir las ausencias definitivas.
Hoy, el pronóstico por la amenaza del Covid-19 es que decenas, cientos, miles van a morir en México, primero van a enfermar.
Y es donde tenemos que estar preparados para la pesadilla, la terrible pesadilla del aislamiento y el abandono de nuestros enfermos.
Los protocolos para la atención de un enfermo con el nuevo Coronavirus indican que una vez diagnosticado y si presenta incapacidad respiratoria tendrá que ser hospitalizado.
Desde ese momento la familia dejará de verlo, no habrá autorización para que madres, padres, hijos o hermanos se queden en el cuarto a cuidarlo, ni siquiera a que estén afuera del hospital atentos a su evolución, porque por lo menos toda la familia será sospechosa de contagio por el contacto previo con el paciente.
La pesadilla de no poder ver a tu familiar o de morir tu mismo en el ‘abandono’ obligado es terrible para una sociedad como la nuestra acostumbrada a la estrecha cercanía.
Es tan cruel, pero tenemos que estar preparados para el peor de los pronósticos, porque llegado el momento será hasta imposible un funeral por la exposición al contagio.
¿Fatalista?, no, es ser realista, España, Italia y China ya lo vivieron, muertos abandonados en sus departamentos, muertos aplicados en una pista de hielo, camiones militares trasladando cientos de cuerpos que no caben en los panteones locales para llevarlos a otro sitio.
Los europeos han sufrido ya la terrible pesadilla de la que hablo y eso que allá, en tierras frías, en sociedades supuestamente más evolucionadas, la convivencia familiar es parca, distante, más fría que su clima nórdico.
Por esos nosotros de este lado, que acostumbramos todo el ritual que ya contaba y que con el dolor en el corazón pero con el orgullo familiar por delante siempre queremos despedir a los nuestros con fara fara en el panteón, tenemos que entender que lo que viene lo hará imposible, sufriremos mas si tenemos la tragedia familiar de perder a uno de nuestros seres queridos.
Por eso creo que tenemos la obligación de cuidarnos, de cuidar a los que queremos y la única manera de hacerlo por ahora es estar distantes físicamente de ellos.
Encomendarse al Dios que cada quien crea, orar y practicar la paciencia, la tolerancia y el desprendimiento.
El precio del dólar algún con el tiempo se acomoda, los empleos se recuperan, la economía florecerá, pero la vida no retoña, cuidémosla y estemos preparados para todo. Dios nos bendiga.