Columnas

El cumpleaños del perro | Los poetas

JUAN JOSÉ GONZÁLEZ MEJÍA

El 21 de marzo pasado se celebró el Día mundial de la Poesía. Ante la situación de pandemia que padecemos es necesario reflexionar desde las hondas fibras sensibles del género humano para encontrarnos y, por qué no, llevar a cabo una auditoría moral a nuestros sentimientos y nuestros actos. Y la poesía es un instrumento para hacerlo.

Leer poemas de autores con voz ya propia, madura es un deleite intelectual y, aún más, una cota de aprendizaje.

El poeta es un ser extraño. Es un traductor de sensibilidades: todo le afecta, nada le es indiferente. En cada poema, el poeta muere y resucita en su condición estética porque su tarea es descifrar la belleza de las cosas y del mundo para plantearnos esta premisa: el mundo anda mal, el naufragio es acaso el modo de acercarse a tierras felices.

En el poema Un jardín lloroso, de Boris Pasternak, hay una línea poderosa y que puede describir en algo el quehacer del poeta: “Traeré mis labios para escuchar/ si estoy solo en el mundo”.

Verdad buena. El poeta escucha con los labios porque hace una operación dual, casi inseparable: escuchar al mundo para luego cantarlo, contarlo aunque para tal operación exista un dolor latente cuando se está al margen y el sostén cotidiano se hace imprescindible. La poeta tampiqueña Gloria Gómez nos lo dice en estos versos orgánicos: “El poema se ha atorado/ entre el recibo de la renta/ y el de la luz eléctrica.”

En un país como el nuestro donde no se valora la creación artística, como debiera ser, el autor tiene que andar perdiendo el tiempo (su valioso tiempo para crear) en trabajos ajenos, absorbentes, es decir, burocráticos, anestesiando su calidad de crítico, convirtiéndose en un arlequín lastimero del sistema.

En unas líneas de otro poema la propia Gloria Gómez confirma lo anterior: “Qué miseria de sistema/ el que condena a los poetas/ a dar clases de literatura/ para poder pagar la renta.”

Se escribe como la necesidad de respirar. Se escribe con la víscera, con el desvelo, con el nervio. La literatura no sale desde una oficina con aire acondicionado o desde el glamour. Sale desde los infiernos del poeta, desde la carencia ontológica, desde el desgarre.

“La voz del poeta es mítica si se contrasta con su campo de visión, como si, por medio de su retórica tronante y suntuosa, hubiera venido a la vida con el único propósito de conquistar el mundo”, apunta Paul Auster en un ensayo sobre la poesía francesa. Pero la conquista del poeta es espiritual porque transforma al hombre no en otro sino en él mismo con la diferencia de la conciencia.

Sin embargo, ¿qué significa ser poeta en la sociedad actual? Un marginado cuyo territorio está pisoteado por el olvido y la estulticia de muchos. Qué razón tiene Joseph Brodsky cuando en su libro de ensayos Menos que uno dice que: “…la sociedad que no tiene obligación alguna respecto a un poeta, en especial un poeta viejo. Es decir, la sociedad escucharía a un político de edad comparable, o incluso más viejo, pero no a un poeta”.

Hay que oír, leer a los poetas porque ellos, ante la fealdad del mundo, aún buscan belleza…

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