Columnas

Café y a Media Luz | “¡Qué pequeño es el mundo!»

AGUSTÍN JIMÉNEZ

¿Alguna vez pensó usted, gentil amigo lector, sobre la posibilidad de estar en contacto con China, a sabiendas de que esa nación, en conjunto con otras tantas, son consideradas por nosotros –los occidentales– como “el Lejano Oriente”? ¿Qué tan lejana ha resultado esa parte del mundo en un momento como el que está viviendo la humanidad? ¿Cuántas veces escuchó el nombre de Wuhan, refiriéndose a una provincia sureña de aquel país? ¡Quizá nunca, hasta hace unos meses cuando empezó a circular en los medios de comunicación masiva el nombre de “coronavirus”!

Pudiéramos pensar que el ser humano se vio envuelto en una corriente individualista –casi egoísta– de atención a sus propios intereses. Más allá de los hijos, las parejas o los padres, el hombre pomposamente llamado “moderno” viró su atención a cuestiones más triviales e insulsas que, poco a poco, lo llevaron a distanciarse moral y sentimentalmente del entorno al que pertenece y que ayuda a construir.

El mundo no creció, el hombre se alejó del mundo real y se adentró en su vida virtual, por eso lo vio enorme, ajeno y distante.

El consumo de la información digital a través de herramientas “inteligentes” es el factor que más ha deteriorado, perdón si enfado a alguien, la capacidad de razonamiento del ser humano actual. La comodidad ha sido confundida por la negación a la responsabilidad y ha buscado promover en las generaciones la cultura del menor esfuerzo, y esto último es en todos los sentidos.

Si pudiéramos desmenuzar el párrafo anterior para comprender juntos la reflexión que este día pongo sobre la mesa, sin salirnos del contexto nacional y compartiendo la responsabilidad social como gobierno y gobernados, quizá nos daríamos cuenta de la gravedad de la situación. Y digo lo anterior, no refiriéndome al Covid-19 únicamente, sino a la concepción que hemos tenido de “acercamiento” con la realidad nacional y mundial, sin cavilar que dicho acortamiento de distancia ha sido digital, virtual y, me atrevo a decir que imaginario, sin embargo, el embate de la crisis económica, sanitaria y social que seavecina es enteramente real.

Mientras el gobierno, a través de una persona, atinó a una desestimación temprana del avance del problema, parte del gabinete avizoraba una emergencia real y la ciudadanía –y me incluyo– nos conformamos con estar atentos a las noticias que llegaban a nuestro celular a través de las distintas cuentas personales que hoy tenemos.

En tanto que se vendía, a través de los medios nacionales, la historia de una rifa de un avión sin avión y unos aplaudían la decisión y “valentía” del gobernante y otros la criticaban con saña inaudita, la población atendía las dulzonas historias melodramáticas de media tarde o esperaba con ansias los partidos de futbol del fin de semana o, en el caso de las nuevas generaciones, se encerraban en su cuarto a reproducir a través de las pantallas “inteligentes” las dos o tres temporadas de su serie estadounidense favorita.

“¡Al fin que está bien lejos!”, escuché a alguien decir al inicio de la pandemia, y remató con la frase: “¡Está del otro lado del mundo!”. Todo lo anterior en un tono de desdén y tomando una pose de sobrada inteligencia. Ante esa poca importancia y “mucha” distancia, el gobierno guardó silencio.

El colmo de los ridículos fue la opinión que me compartió un buen amigo mío que me aseguró lo siguiente: “A los mexicanos no nos va a pasar nada porque, a diferencia de los chinos, nosotros somos una raza impura, proveniente de un mestizaje y guardamos en nuestro ADN características que nos hacen más resistentes a este tipo de enfermedades. Somos como los perritos corrientes de la humanidad”. Este personaje no es un hombre ciencia, pero tampoco es iletrado, por el contrario, en su haber posee dos licenciaturas y un posgrado. Hoy, me permito comentarle a mi respetado camarada que ya hay casi cuatrocientos casos en nuestra nación y cuatro decesos.

Cuando avanzó el mal en Italia y en España dejando en ambas naciones una naciente ola de muerte, observé la declaración de un amigo chofer de la ruta Tampico–Playa que, basándose en sus amplios conocimientos en epidemiología dijo a las cámaras “Aquí no va a llegar por el calor. No nos va a afectar” y, casi al mismo tiempo, en el caso de los gobernantes, aseguraron que la fuerza del líder que los guiaba “Era moral y no de contagio”, por tanto, él seguiría prodigando el contacto físico.

Curiosamente y a la par de reconocer –por fin– que estamos en una problemática de salud que derivará en unos cuantos días, en una económica, el presidente López ha tomado la decisión “a mano alzada” de cancelar una empresa productora de cerveza en el norte del país, la cual hubiera garantizado un buen porcentaje de empleos en aquel lugar. Antes de anticiparme a la crítica o al aplauso espero que muy pronto contemos con datos que nos den certeza del comentario.

Y para concluir, escribo esta columna cuando se le ha indicado a la sociedad abstenerse de salir y esta ha optado por organizar fiestas y carnes asadas e incluso aventurarse a ir a zonas restringidas de la playa, mientras que escucho al subsecretario de Salud, Dr. López Gatell, oficializar el inicio de la fase dos en México presentando a “Susana Distancia” atribuyéndole a esta caricatura cualidades socioculturales casi reales y las nuevas generaciones reproducen contenidos relacionados indirectamente con la situación con títulos como “Pandemia”, “Virus”, “Epidemia” y otros que se encuentran en los menús de los servicios de paga.

¡Qué pequeño es el mundo! ¡Sí! ¡Qué reales son sus padecimientos y problemáticas que ya nos alcanzaron! Y ahora ¿Qué vamos a hacer, gentil amigo lector?

Y hasta aquí pues, como decía cierto periodista, “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

¡Hasta la próxima!

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