Columnas

El Kiosko de Oseguera


Por Oscar Díaz Salazar

El presidente municipal de Ciudad Madero, Adrián Oseguera, organizó, en días pasados, una velada musical para entregar a los maderenses la obra de construcción del espacio donde se llevó a cabo esa jornada musical.

El alcalde de la urbe petrolera se ocupó de resarcir una de las carencias de su municipio, que la voz popular asocia con la condición de «rancho», e identifica como requisito para alcanzar la categoría de ciudad. Gracias a los buenos oficios del presidente Oseguera, Ciudad Madero ya es ciudad , pues «ya cuenta con Kiosko y baño de palanca».

Kiosko de sólidas y caprichosas columnas de concreto, muy parecidas a las que dan forma de pulpo al Kiosko de la vecina ciudad de Tampico.

Los kioskos de las ciudades creadas a semejanza de las poblaciones españolas, ocupan el centro de todo. Se instalaban en el centro geográfico, y en su círculo inmediato se construía la sede del poder civil (alcaldía), la iglesia (católica) y un gran comercio, que representaba el poder económico.

En una época en la que solo se atiende la funcionalidad de las obras públicas, en la que se ha privilegiado la creación de infraestructura a la medida del automóvil, en la que se omiten consideraciones estéticas, se debe valorar el regreso a la tradición, como es el caso de la edificación de este Kiosko, que está llamado a convertirse en el icono de Ciudad Madero.

La construcción de este Kiosko sirve también para que los maderenses se re apropien de un espacio que fue privatizado por un gobierno que concesionó el polígono ubicado frente a la sede del gobierno municipal, y de la Sección 1 del STPRM, para construir un estacionamiento.

A favor de la pertinencia de construir este Kiosko, está el argumento de la conveniencia, tal vez necesidad, de realizar obras de ornato, en una ciudad que pretende incentivar la actividad turística.

El Kiosko de Ciudad Madero, y la escultura de la lobina, ubicada en el cruce de la carretera Victoria – Reynosa y el camino a la presa Vicente Guerrero, son dos obras que cumplen con la muy importante función de agradar, de ser referentes, de estimular el orgullo y reafirmar el sentido de pertenencia.

Habrá quien piense que son obras inútiles, que son una mala inversión, que no se justifica su construcción porque no son útiles. Yo, por el contrario, pienso que son útiles y tan importantes como cultivar rosas, como el embellecimiento de la mujer (o del hombre) o como el impulso a las artes.

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