Columnas

Una forma de ver

AMPARO_BERUMEN AMPARO_BERUMEN

Usted recordará que en 2009 se cumplieron cuatrocientos años desde que Galileo Galilei observó el espacio con gran fortuna por el telescopio.

Pese a que, en aquel tiempo, el tallado de los espejos no era el mejor. Lo extraordinario fue que el célebre astrónomo italiano divulgó al mundo sus descubrimientos. Por todo ello y lo que se ha ido desplegando desde entonces, la UNESCO decretó que ese fuera el Año Internacional de la Astronomía, anunciándose para aquel treintaiuno de enero una noche de estrellas: la observación del cielo permitió en nuestro país que en veintitrés ciudades los pobladores atestiguaran este singular espectáculo.

A vosotras, estrellas,

por el mudo silencio repartidas,

a la sombra servís de voz ardiente;

pompa que da la noche a sus vestidos,

letras de luz, misterios encendidos.*

Dicen que el cielo no lo miramos porque no tenemos las condiciones ideales. Nos rodea una contaminación luminosa, y no hemos aprendido a crear reservas de oscuridad que nos permitan desde la ciudad ver las estrellas. Yo no sé… quizá tampoco miramos el cielo porque tenemos puesta la pupila en lo que simplemente se podría bautizar como “el recinto de los engaños”. Empieza a gustarnos la ficcionalidad, aun a riesgo de perder el ritmo del pensamiento. La belleza del cielo es siempre irresistible. De antiguo los astros han revelado sus misterios a todas las civilizaciones. A lo largo de años innumerables, en la cosmovisión náhuatl los dioses creadores habían continuado entre sí las grandes lidias siderales que puntearon la coexistencia de las edades y los soles…

Al observar Galileo un día la gran lámpara de la catedral, pensó que siendo cual fuere la distancia a que llega el péndulo, el recorrido de un lado a otro es siempre en el mismo lapso de tiempo. Aquí empezó su estudio de las matemáticas… Había oído del telescopio, y tras muchos experimentos logró construir uno, con capacidad de ampliar las imágenes treinta y dos diámetros. Ese modesto tubo con dos lentes en sus extremos, se había convertido en herramienta predilecta de la Astronomía al escudriñar el cielo nocturno, siendo consideradas estas investigaciones como el verdadero inicio de la ciencia moderna.

Aceptaba ya Galileo la teoría de Copérnico de que la tierra gira en torno del sol, y la confirmó al observar el 7 de enero de 1610 que los satélites de Júpiter giraban alrededor del planeta. Nuevos estudios le llevaron a descubrir que la luna no es un cuerpo luminoso por sí mismo, y a observar los cráteres y otras irregularidades de su superficie. La cinta de la Vía Láctea se desposeyó en innumerables estrellas a través de su telescopio, y el resplandeciente disco del sol mostró manchas oscuras. Estas observaciones lo indujeron a pensar que giraba el sol sobre su eje.

Al concederle el senado veneciano un alto sueldo por sus descubrimientos, y ya nombrado matemático del duque de Toscano, Galileo se retiró a Florencia. En 1613 publicó sus Cartas sobre las manchas solares, obra que atrajo la atención de la Iglesia por las diferencias entre ciertos pasajes bíblicos y la nueva tesis que sobre el sistema solar se exponía.

En sus escritos decía el científico estar de acuerdo con la teoría de Copérnico, de que el sol permanece inmóvil y es la tierra la que gira en torno suyo. En 1615 fue advertido de que debía confinarse al campo de la ciencia y no invadir el de la teología, ordenándole el Papa, en 1616, no mantener ni enseñar ni defender la nueva teoría solar. Galileo prometió obedecer y regresó a Florencia, donde continuó su labor sin escribir, durante dieciséis años, nada que pudiera agraviar a las autoridades. No sin razón se ha considerado a la religión católica como opuesta a la ciencia…

En 1632 Galileo por fin publicó un libro cuyo contenido constituía una absoluta rebelión contra el mandato de 1616. Por despertar dicha obra gran interés en toda Europa, se prohibió su venta. Después su autor fue llamado a Roma por el tribunal de la Inquisición. Sujeto a examen y bajo amenaza de tortura, se le exigió negar sus creencias. Y lo hizo…

A cuatrocientos años, El Vaticano insinuó que Galileo podría ser hoy “El patrono del diálogo entre la fe y la razón”. Mejor miremos el cielo… Mirar el cielo es mirarnos.

*Himno a las estrellas. Quevedo.

e-mail: amparo.gberumen@gmail.com

Notas relacionadas

Botón volver arriba