Columnas

Intercambio de culpas

RAÚL PAZOS DÁVILA

Hemos iniciado ya el 2020, año que abre las más variadas expectativas, tanto a nivel personal como colectivo. Y sin duda, uno de los principales retos a los que enfrentamos como país, es encontrar caminos de reconciliación que contribuyan a que transitemos por caminos más cordiales y facilitadores del bienestar general. Pero eso no luce fácil.

Políticamente hay una polarización entre la ciudadanía en la que la descalificación, la diatriba y el insulto parecen ser la constante. Aquel silencio sumiso que durante décadas adoptamos y que permitió que gobiernos corruptos saquearan el tesoro de la Nación, ha sido sustituido por un escenario de controversia que en el fondo poco aporta a forjar el destino que deseamos por el esquema en el que se desenvuelve.

Criticar por criticar y defender por defender, son fórmulas simplistas que dejan de lado el análisis y la comprensión de las causas de los problemas que actualmente padecemos y que pudieran ser producto de nuestra propia indiferencia.

ANDRES MANUEL LOPEZ OBRADOR llegó a la presidencia de la república con el voto de 30 millones de mexicanos, algo inédito en nuestra historia reciente. Pero queda claro que frente a su triunfo, sobrevive un universo ciudadano que no vio reflejado en ese hecho la satisfacción de sus aspiraciones.

En ese entorno, el actual mandatario tiene una importante materia pendiente. Convencer a sus críticos de que realmente es el guía político y social que el México actual requiere. Debe hacer una profunda reflexión sobre sus actos oficiales, sus prácticas personales y de su manera de cómo interactuar con sus gobernados. De eso no se puede librar ningún presidente que se precie de ser un remedio de los males nacionales.

Pero México es una federación en la que el gobierno de la república es armonizador de acciones compartidas. Dentro de esa configuración constitucional, existen entidades libres y soberanas, aunque durante décadas eso fue solo una ficción, que tienen sus responsabilidades propias bien definidas y que hace a sus autoridades locales copartícipes de la dinámica social en su conjunto.

¿Cuántos gobernadores pueden presumir de tener auténticamente resueltos sus problemas de casa? No son pocos los que están manchados de la sospecha de estar coludidos con el crimen organizado y de seguir haciendo negocios al amparo de sus cargos y de los presupuestos oficiales, mientras que sus estados se mantienen en un continuo sobresalto.

Echarle a la Federación la culpa de las tribulaciones locales es un recurso muy cómodo para eludir responsabilidades que les son propias, mientras que a nivel doméstico propalan logros que no siempre se ajustan a la realidad. Ignoran maliciosamente que son parte de un todo.

Los alcaldes, los diputados locales y federales, así como los senadores, tampoco pueden soslayar el papel que les corresponde en la función pública. ¿En verdad todos ellos podrían vanagloriarse de estar cumpliendo cabalmente con su función?

Y el mismo núcleo social parece no identificar los cauces legales para hacer valer su voluntad. El internet se ha convertido en la tribuna más socorrida para expresar inconformidades y no precisamente de manera constructiva, aunque eso, hay que reconocerlo, es una buena forma de confrontar ideas.

Sin embargo, eso no se traduce en acciones concretas que contribuyan a cambiar un determinado estado de cosas, quedando solo en desahogos sin mayor impacto en la realidad.

Así, echemos mano del recurso más efectivo con el que como ciudadanos tenemos a nuestro alcance: el voto. En algunos meses habrá elecciones federales. Allí tendremos la oportunidad de que la voz popular se haga escuchar con consecuencias legales.

De lo contrario, seguiremos perdidos en un intercambio de culpas que a nada conduce y de las que todos participamos.

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