Columnas

31 años del Quinazo

CRISTINA GÓMEZ

El grito lo dejó helado: “¡Joaco, la casa de tu papá está llena de soldados!” Aquel frío 10 de enero de 1989, Joaquín Hernández Correa se disponía a darse un baño cuando escuchó el aviso de un amigo.

Empezaba así la pesadilla para su familia. Un cadáver y armamento que después se comprobó fueron sembrados, bastaron para acusar al entonces líder del sindicato petrolero de homicidio calificado, contrabando y acopio de armas y resistencia a particulares, cargos que a la postre se irían desvaneciendo con el tiempo.

Hoy se cumplen 31 años de que Carlos Salinas de Gortari ordenó la captura de Hernández Galicia. “Mi padre dio mucho empleo y mucha comida a la gente, trajo progreso, obras que los gobiernos estatales y federales no podían realizar; lo metieron a la cárcel en lugar de dejar que siguiera trabajando, invadieron ranchos, cerraron las tiendas, las fábricas, el hospital naturista, el recreativo”, recuerda su hijo. Se cerraron fuentes de empleo y se estancó el movimiento económico del sur del estado.

Tras su encarcelamiento, añadió, se quitaron los obstáculos para que llegara a la empresa capital extranjero. “Él le advirtió a Salinas que si vendía dos centímetros de la empresa, el sindicato se iba a huelga, porque mi padre pensaba de manera nacionalista; después de eso vino el cambio, el neoliberalismo, el capitalismo internacional salvaje”. Niega que su padre haya abofeteado y escupido al presidente de entonces. “Fue un hombre con carácter muy firme, pero no llegó a eso, solo defendió con valentía la empresa. Las cosas serían distintas, no se hubiera llegado al punto donde se está, no lo habría permitido”.

Ni perdón, ni olvido a Romero Deschamps. “Odio y mucho enojo y lo digo con toda franqueza. Un día estuve a punto de darle unos chingazos cuando me lo encontré el baño, siendo yo diputado federal y él senador.

Él pidió a Zedillo que no dejara salir a mi padre, y se quedó nueve años en el reclusorio oriente, hasta que obtuvo un amparo y en 2001 es liberado”. Afirma que en tres ocasiones a la Quina lo quisieron matar, sin embargo era cuidado hasta por narcos, a los que el propio Hernández Galicia les puso nombre un día, gente de Rafael Caro Quintero. Su consuelo ahora, es que no hubo poder humano que pudiera vencer a su padre. _

FUENTE: MILENIO

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