Sobre el rastro animal
ALFREDO C. VILLEDA
El sello Actes Sud ha publicado en su colección Mondes Sauvages un singular libro titulado Sur la Piste Animale (Sobre el rastro animal, 2018), de Baptiste Morizot, quien nos dice que ninguna especie existe sin dejar huellas y seguirlas, por tanto, se convierte en una forma segura para aprender a conocerla, sea un oso de Yellowstone, una pantera de Kirguistán o una lombriz en nuestras macetas. Rastrear esos indicios, plantea Vinciane Despret en el prefacio, “es el arte de indagar sobre el arte de habitar de otros seres vivos”.
Con el verso de Walt Whitman por delante, “Comer y dormir en compañía de la tierra”, Morizot dice que el hábito nos hace hablar de “ir a la naturaleza” siempre en el sentido del “afuera” y de “los otros”, cuando debiera ser dirigirse al reencuentro con uno mismo, con el lugar propio.
Seguir el rastro, por eso, es desencriptar e interpretar huellas para reconstruir perspectivas animales, desentrañar indicios que revelan hábitos de la fauna y de su interrelación con nosotros, su forma de vivir entre nosotros. Esa naturaleza de la que habla el autor, hecha hábito en la forma del “afuera” para la mayoría, es ideal para pasar desapercibido y a veces los propios rastros se vuelven invisibles, por lo que ahí es donde el rastreo se torna en un arte.
En un viaje reciente a Rincón Colorado, también conocido como Las Playas del Cretácico, me sorprendió no ver un solo animal en la caminata por esa tierra desértica, ni uno solo, y las únicas huellas a la vista eran las de artrópodos y reptiles prehistóricos perfectamente señalados por el INAH, especies que habitaron esas latitudes hace 66 millones de años, para comodidad del visitante, del que viene “de fuera” y afronta un sol abrasador.
Recuerdo haber leído en otro libro genial, Fossil Legends of the First Americans (Princeton University Press, 2005), de Adrienne Mayor, que la tribu sioux desconfiaba de los extraños, de “los otros”, pero la noticia de algunos descubrimientos en sus territorios, hoy la frontera entre las Dakotas, llevó al explorador Edward Drinker Cope a organizar una expedición en 1892 para conocer un lugar donde había lo que llamaban “monstruos diabólicos” y “serpientes gigantes” fulminados por relámpagos, por lo que nadie osaba acercarse so pena de correr igual suerte.
El paleontólogo encontró ahí un cráneo completo de dinosaurio pico de pato y fósiles de 21 diferentes especies, incluidas partes de lo que dos décadas después Henry Fairfield identificó como el primer tiranosaurio rex. Si Morizot hoy rastrea especies vivas y otea sobre sus relaciones con el hombre, como vemos la tarea data de tiempo atrás y apenas en fechas recientes se ha conocido un episodio más próximo en la distancia física, aunque a unos 16 mil años en el tiempo, con el hallazgo de un cementerio de mamuts y la existencia de trampas en Tultepec, hoy célebre más por su pirotecnia y las tragedias, en una trama insólita en la historia sobre nuestra convivencia con esa bestia del Pleistoceno.
@acvilleda