La mayor perfección del alma es la de ser capaz de sentir placer
La importancia de un jugador es notoria en el campo, tanto por su presencia, como por su ausencia
Hemos visto el pasado miércoles a un Real Madrid urgido de dar descanso a sus jugadores básicos y vimos cómo prescindió de ocho de ellos durante el partido de trámite que jugaron ante el Brujas de Bélgica. Claro, ya nada podía modificar su posición en la tabla, donde ha calificado a la siguiente ronda. Así, Zinedine Zidane mandó a la banca a Thibaut Courtuois, Dany Carvajal, Sergio Ramos, Marcelo Vieira da Silva, Tony Kroos, Federico Valverde y Eden Hazard.
A Karim Benzema lo metió al juego en la segunda parte. Los analistas de televisión observaban la poca movilidad de los jugadores merengues, que dificultaba la circulación del balón, pues en el futbol europeo, es necesario estar en constante movimiento si es que se desea sacar adelante el proyecto de juego y, si, el jugador merenge en posesión, al hacerse del balón encontraba marcados a todos sus compañeros y, eso no es extraño a ese nivel pues es raro encontrar suelto a un elemento, por eso el balón se recibe y se entrega en movimiento, al pie, al hueco, en diagonal, por alto etc., siempre los jugadores están en movimiento, teniendo el jugador quieto la única posibilidad de ser útil, sirviendo de poste o pared en jugada de un toque.
Y los narradores tenían razón, los jugadores suplentes en el campo exhibían su inexperiencia y la razón por la que aún no han alcanzado la titularidad, Casemiro y Luca Modric, generalmente conductores, uno destruyendo el juego contrario y el otro, en función total, no lograban que sus compañeros improvisados, entraran en el ritmo más rápido del futbol, que es el de la circulación del balón sobre la base de la desmarcación constante, principalmente en la línea de atacantes, en donde Rodrygo con 17 años, Vinicius con 18 y Jovic de 21, aprendían la formidable lección que nos ha dejado Albert Camus, Premio Nobel de Literatura en 1956, una lección de vida que dice: El futbol me ha enseñado “que la pelota nunca llega del lado que uno espera” y agregó, “Me sirvió en la existencia y, sobre todo en la Metrópoli, donde la gente no es sincera”.
Ya avanzada la segunda parte, Karim Benzema (Argelino francés igual que Camus), entró al juego y todo cambió, muy pronto el Madrid se transformó en el gran equipo que todos conocemos. A esto se le ha llamado liderazgo psicológico, ya que el líder no habla, no grita, no regaña, sino que actúa con tanto entusiasmo y alegría, que los demás sienten también el deseo de ser felices y se le unen imitándolo. Lástima, la lección fue únicamente para Rodrygo y para Vinicius, pues para que Karim jugara, fue necesario sacrificar a uno sacándolo del juego, saliendo el centro delantero, que es la posición que juega Benzema. Ese es el mejor recurso con que cuenta un buen director técnico, para cumplir cabalmente con los procesos de desarrollo de sus jóvenes promesas.
Más complicado fue el caso del Wolverhampton, que calificado ya igual que los merengues, pero ellos en la Europa League no descansó a tantos jugadores base, porque al más importante de ellos no lo podría usar por estar cumpliendo una pena por acumulación de tarjetas amarillas, me refiero al mexicano Raúl Jiménez, igual estuvo ausente Adama Traoré y Diogo Jota, este último, fue finalmente el que con su experiencia, desde el extremo izquierdo, realizó una función semejante a la de Benzema, pero anotando tres goles de los cuatro que anotó su equipo.
Esos son los jugadores importantes de cada equipo, que sirven a los directores técnicos como una extensión de su presencia en el campo, el jugador que con su experiencia y responsabilidad, hace aquello a lo que se ha dado por decir, “echarse el equipo al hombro” y, me da gusto descubrir que tenemos en Raúl Jiménez, al jugador que sin hablar, ni gritar, ni regañar, conduce a los menos expertos hacia el ejercicio de la sencillez, tan difícil de establecer, debido al poco mérito que le concede el público, que quiere ver a puros Maradonas y Messis.
En eso se cifró la grandeza de Alfredo Di Stéfano quien con la boca cerrada corría y corría de principio a fin, defendiendo, atacando, conduciendo, apoyando, cubriendo. Igualmente Pelé, quien era capaz de “desaparecer” del juego, para que sus compañeros se sintieran tan buenos como lo era él. Esto puede sonar como metáfora, pero muchas veces vimos a Pelé hacerse invisible, cuando no era necesario ser él la diferencia. Estos son los conceptos que hacen de estos dos exfutbolistas los más leales al espíritu deportivo… Cuanto más se acerca uno a los grandes hombres, menos cuenta se da uno de su grandeza y más de que son hombres.
Hasta pronto amigo.