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CARLOS DOMÍNGUEZ

La educación nos mide a todos con el mismo rasero.

El hogar nos indica hacia dónde debemos dirigirnos y regularmente predestina nuestra vida.

Algunas familias sueñan con que los hijos puedan continuar las trayectorias de los padres, hereden sus negocios, profesiones e incluso sus gustos, preferencias y aficiones.

En este tiempo también nos encontramos con un importante distanciamiento y puentes rotos en la comunicación de los padres con las instituciones académicas, debido probablemente a la rapidez de la dinámica actual y el alto costo de la supervivencia estimulada por los mecanismos de consumo.

Los números, como ya lo hemos mencionado en esta columna, en lo que se refiere a bullying, suicidio y depresión son alarmantes.

Si bien se intenta dar a los jóvenes opciones y herramientas para hacer frente a la vida, las estadísticas dicen que pocos llegarán a graduarse y que de esos pocos, solo algunos podrán tener empleos bien remunerados.

Al final nos encontramos con un grupo humano que tiene importante inclinación al malestar.

¿Pudiera ser parte de esta problemática el hecho de que nadie nos enseñe, y menos en edades tempranas, a tratar con nuestra mente?

Somos educados por un sistema que en muchos de los casos ofende nuestra naturaleza.

El problema es que una mente ofendida por un concepto no siempre cuenta con las habilidades necesarias para sacudirse la frustración y da paso al desánimo que en algunos casos puede llevar a estados importantes de indefensión y de ahí la depresión y el suicido pueden estar a un paso.

Vivimos para competir en escenarios fantasiosos y carentes de sentido.

Deseamos tener para tener, jamás estamos conformes, cada logro únicamente genera un nuevo deseo, aparentes éxitos trepidantes de algunos y montones de vidas sin luz, gigantes de la fama y el poder terminan la existencia siendo noticia por habérsela quitado a través de sobredosis que más que de fármacos parecen ser de información y de dolencias sin nombre ni apellido.

La propuesta es reconciliarnos con nosotros mismos. Hacer las paces con nuestra naturaleza y comprender que estamos aquí y debemos adaptarnos.

¿Qué en realidad me agrada de lo que soy?

¿Cómo me gustaría que fuera mi vida?

¿Qué es lo que realmente me apasiona y qué haría aunque nadie me pagara?

Es urgente mejorar el contenido de nuestras existencias, además de enseñar a los más jóvenes y pequeños que existen muchas opciones para generarnos alegría, que nada es definitivo y que en realidad jamás estamos solos, viajamos todos dentro de esta esfera.

¿Cuántos soñamos algún día con ser artistas?

Otros amaban el deporte o la cocina.

En los grupos empresariales en donde me ha tocado colaborar como entrenador o conferencista me he topado con muchas historias. He visto llorar a muchos niños en cuerpos adultos, ancianos incluso, desde los que soñaban con ser corredores de autos hasta cosas tan interesantes como ser escritor o hacer pasteles.

Tal vez la corriente te trajo hasta aquí. Un trabajo que no amas, una carrera universitaria con la que no te identificas o la imposibilidad de estudiar por diferentes motivos en la escuela de tus sueños.

No todo está perdido, tal vez sea un buen momento para ponernos creativos y encontrar un mecanismo que actualice de forma natural nuestro sistema operativo mental y nos produzca la felicidad que tanta falta nos hace.

Qué te parece primero identificar qué es lo que más te gustaría hacer. Después buscar la manera más sencilla de hacerlo, aun en pequeña escala o en el nivel más bajo y poco a poco incursionar e involúcrate con un contenido que te llene, que te ponga una sonrisa en el rostro cada vez que lo hagas.

Pudiera ser empezar a pintar sencillos cuadros. Hacer un pastel a la semana o asistir en línea a un curso gratuito sobre cómo hablar en público.

Tomar clases de canto, un curso de inglés o entrar en grupo de aficionados a los autos.

En fin, identificarte con esa parte que más te atraiga de la vida.

Tal vez nunca logres hacerlo de forma sobresaliente o tal vez sí, pero lo que pienso será seguro es que incluirás a tu ensalada existencial un ingrediente que no tenía: una dosis importante de amor por ti.

Fuente: El sol de Tampico

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