Columnas

La muerte salvó a Pinochet

RODOLFO SALAZAR GONZÁLEZ

El formidable escritor mexicano Jorge Volpi en «El Fin de la locura» detalla con escrupulosa prosa matizada con su personalidad conservadora los días que Fidel Castro residió en Chile…

Durante la visita que hizo a esa nación asombrado por la llegada de Salvador Allende al poder constitucional de su país por medio de un proceso electoral. Era la primera vez en la historia que un movimiento socialista recibía el apoyo de la sociedad latinoamericana en las urnas electorales que representó el Doctor Salvador Allende al frente de un conjunto de organizaciones políticas que denominó la «unidad popular».

Nuestra generación participó al menos emocionalmente con la llegada de ese líder de la democracia latinoamericana que fue el compañero Salvador Allende (así exigía que se le llamara cuando estuvo en México) en la asunción al poder de su nación y en la dura batalla que sostuvo durante los años que permaneció en el palacio de la moneda contra el imperialismo norteamericano.

El principal antagónico de este héroe de la democracia y del socialismo democrático que fue Salvador Allende, fue un traidor a quien Allende había confiado el control del ejército de su país: Augusto Pinochet. Este criminal de lesa humanidad después de asesinar al presidente Allende, mediante un bombardeo inmisericorde al Palacio de la Moneda en donde el compañero presidente no pidió ni dio cuartel a los traidores que lo atacaban, se apoderó del país y lo gobernó en su estilo criminal durante 17 años. Tiempo en el que cometió crímenes y torturas masivas que quedaron grabadas para la historia en los intensos films que exhibió al mundo el cineasta Miguel Littín.

Las escenas dantescas de un estadio de futbol repleto de la víctimas de las dictaduras, aun se repiten constantemente en la memoria de los que recuerdan aquellos terribles días que vivió este país hermano, patria de Pablo Neruda y de Gabriela Mistral; esa formidable poetisa que maravillada por la obra educativa de José Vasconcelos solicitó participar en la enorme campaña alfabetizadora que el «Ulises criollo» desarrollaba en nuestro país cuando fue secretario de Educación.

Curiosamente el tiempo que termina con todo, finalmente venció a quien fuera la némesis de Augusto Pinochet: El comandante Fidel Castro. Figura antípoda de lo que significó un gobierno radical en el pasado siglo XX. Fidel vivió más de 80 años y gozó del cariño de su pueblo, pero al parecer el comandante Castro no partió cuando sus enemigos mortales lo deseaban sino cuando su destino lo dispuso.

Un fenómeno que merece un estudio concienzudo fue lo que sucedió con el país chileno durante los 17 años que fue víctima de una dictadura mortal que contó con la lealtad de los sectores empresariales y de las altas autoridades católicas, pero que masacró a todos los que pensaran de forma diferente. Este país logró obtener un crecimiento económico poco común en América Latina y en algunas partes del mundo, porque de ser un país pobre que giraba en torno de una economía fundamentalmente centrada en la explotación del cobre y del estaño se transformó en una economía que aumentó su producto interno bruto, que creció en términos de riqueza y de empleo y de creación y prestación de servicios de primer nivel.

Esto del crecimiento económico chileno solo se sostuvo hasta el año de 1999. Después el país ha entrado en una especie de estancamiento en donde han sobresalido las discrepancias de una condición en donde la economía se centralizó en solo un sector de la sociedad y fueron abandonados áreas importantes como la educación pública en los renglones universitarios y básicos y en los aspectos de capilaridad social, ésta se detuvo en forma brutal, casi de la misma forma como dramáticamente está estancada en nuestro país.

Es cierto que la marcha chilena hacia la modernidad no ha sido completa ni desprovista de rezagos: Persiste como lo cito arriba, la desigualdad heredada de Pinochet, con deficiencias innegables en la educación y las tasas de crecimiento de antaño se estancaron, pero es envidiable de todas formas el avance logrado para todos los países latinoamericanos.

Existen algunas razones que deben de citarse aquí para todos aquellos que quieran utilizar el proyecto económico chileno como un ejemplo que pudiera adecuarse a las condiciones socioeconómicas de nuestro país.

El secreto oscuro que sostuvo el crecimiento económico chileno ejemplar hasta 1999 no hubieran sido posibles sin la puesta en práctica de recetas extremistas radicales de esquemas económicos extraídos de las tesis de Milton Friedman que fueron aplicadas a raja tabla, a sangre y fuego, factibles únicamente en condiciones de dictadura en la que se consumó la destrucción de sindicatos, partidos, movimientos populares, medios de comunicación e instituciones legislativas y judiciales.

En pocos términos, sin los crímenes masivos y las torturas colectivas que durante 17 años Pinochet aplicó a Chile no se hubiera dado el crecimiento económico del que tanto presumen los neoliberales y que solo aguantó hasta 1999.

Aunque ellos, los neoliberales sigan hablando de la economía chilena, como si fuera un hecho vigente, funcional y aplicable en este país, en donde a todos nos podremos acostumbrar, menos a perder la libertad, y sobre todo la libre expresión de las ideas y el pensamiento reivindicador.

Fidel vivió más de 80 años y gozó del cariño de su pueblo, pero al parecer el comandante Castro no partió cuando sus enemigos mortales lo deseaban sino cuando su destino lo dispuso.

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