Sociología de los nuevos ricos
Durante el Salinismo la revista Forbes publicó la existencia de veinticuatro mexicanos que estaban posicionados entre los más ricos del mundo; porque en sus arcas personales había cantidades superiores a los mil millones de dólares. Enfatizando la publicación financiera que durante el Gobierno de Salinas surgieron veintidós multimillonarios más, a diferencia de los únicos dos que existían hasta antes de 1991.
La lista de los supermillonarios mexicanos la encabezaban: Carlos Slim, dueño de Teléfonos de México (negocio que recibió del Gobierno de Salinas), y en segundo lugar ubicó al difunto Emilio Azcárraga, dueño de Televisa, apodado cariñosamente «El Tigre» y que se convirtió mientras vivió y dirigió su emporio corporativo en todo un santón admirado, respetado y temido en el país.
Durante los 90’s, precisamente en el gobierno de Salinas emergieron otro tipo de nuevo rico, no tan cosmopolita como pudieran ser los dos citados, que gozaron en su momento de excelentes relaciones con el príncipe en turno, y que de él recibieron la «fuerza» que los encumbró en el mundo del becerro de oro.
El nuevo rico noventero al que me voy a referir es aquel que merced a su inteligencia, suerte y que producto de su cercanía con un líder sindical poderosísimo, o un funcionario, preferentemente del área de Pemex, que le vendió contratos millonarios logró de golpe y porrazo atiborrarse de dinero.
Les diremos que esta «comalada» de nuevos ricos cuando viajan, sólo desea ir a las Vegas; y si van a Europa, en París, corren desenfrenados a ambientarse al Moulin Rouge o al Crazy Horse donde beben sidra espumosa que confunden con Champaña.
Cuando pasan por Madrid, muy inteligentemente le sacan vuelta al museo del Prado con el pretexto de conocer el Chicote (antes de que se quemara) que inmortalizara Agustín Lara donde personalmente cantó «Farolito» a solicitud de los que le reconocieron cuando visitó este famosísimo Bar de Tapas (el Chicote tenía el prestigio de que le preparaba al cliente cualquier bebida de la parte del mundo de donde venía). La frivolidad, algunos creen que es vulgaridad, de los nuevos ricos autóctonos, es un hecho incuestionable y su ostentación una prueba más de su controvertido modo de vida.
Es común encontrar en la residencia de nuestros personajes, con características de lugar sagrado, una barra de cantina, que denominan sala de juegos. Donde si usted pone atención, abundan las acuarelas y las marinas baratas, amén de una media docena de libros adquiridos en una venta nocturna de algún almacén comercial.
La diferencia entre un nuevo y un viejo rico, la establece el hecho de que el segundo no se atreve ni siquiera a hablar de su riqueza; por la sencilla razón de estar acostumbrado a tener dinero, lo ha tenido por generaciones, por eso no suele vanagloriarse.
Los intelectuales suelen ser crueles en sus apreciaciones con los nuevos ricos. Los consideran despreciables; los exhiben, enfrentándoles su poderosa cultura contra su multimillonaria ignorancia. Lo cierto es que la riqueza extrema degrada igual que la extrema pobreza.
Hasta hay una corriente de opinión en sicología profunda que sostiene la tesis de la permanente infelicidad en la que viven los ricos. Recordemos la inolvidable película estelarizada por Pedro Infante «Ustedes los ricos y nosotros los pobres» donde se establece la irrefutable certidumbre que significa la tragedia del que todo lo tiene. Están hartos, que ya ni siquiera les cabe la belleza de una ilusión. Llegando por esto, en algunos casos, (no siempre) a la degradación humana.
Pero la verdad sea dicha, de la melancolía y la malicia de los ricos, salen revolucionarios y triunfadores que nunca podrían fabricar barrios como Tepito y la Merced. La imposibilidad de llegar a las obras fundamentales del pensamiento histórico, los inhabilita para comprender autores densos, como fueron ayer: Marx y Lenin; hoy sería: Viviane Forrester autora de «El horror económico».
Por eso las revoluciones salieron y saldrán de las clases altas. Cuando los multimillonarios hastiados de los suyos deciden traicionarlos y actuando como en un juego macabro les construyen la cárcel que significan los cambios sociales para todo multimillonario.
Por eso hay que tener presente y no olvidar que los ricos inteligentes tienen muy presente aquello que escribió el Conde Guisuppe De Lampedusa en el «Gatopardo»: «Que las cosas cambien para que sigan igual». Esto simplificado, significa que si un aristócrata aburrido por la cotidianidad decide transformar la sociedad mediante un levantamiento proletario, será él millonario quien encabece la nomenclatura que reorganice el nuevo orden de la sociedad que creará la revolución que él protagonizó con el apoyo esperanzado de las masas populares.
Honorato de Balzac, el autor de la Comedia Humana que vivió paupérrimamente toda su vida, al grado de dibujar en la mesa los platillos que deseaba comer, afirmó: «Tras de toda gran fortuna hay un crimen». No sabemos si el francés tendría las evidencias: ¿pero no se le hace injusto que millones de niños mueran de hambre en el mundo, mientras hay familias que gastan en frivolidades el dinero con que se podría paliar en gran parte la hambruna que ya empieza a aparecer como una enemiga mortal de la humanidad?
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