Las zapatillas doradas
Los espantos, los aparecidos, la oscuridad de la noche y sobre todo, la idea del descubrimiento de algo fuera de lo ordinario o quizá de lo real excita la imaginación de todos en esta época del año, por ello les dejo la primera historia de mi autoría de esta temporada, espero les guste…
Marta ya no soportaba los tacones de sus gastados zapatos dorados, la farola de la esquina parpadeaba de cuando en cuando anunciando como en clave Morse la posibilidad de un encuentro con la prostituta del pequeño pueblo. Nacida a kilómetros de donde ahora ejercía el oficio más viejo del mundo, Marta era una mujer bonita, tendría 35 años, una figura algo regordeta y amaba a sus dos pequeños hijos de 3 y 4 años; tenía un amor tan grande hacia éstos que todas las noches tenía necesidad de llevar el sustento a casa, sin embargo, aquella noche estaba a punto de darse por vencida pues el viento helado calaba sus piernas que resaltaban en su corto y viejo vestido rojo, aminorando su frío fumando en la pose típica de la mujer accesible. Faltaban 15 minutos para la medianoche de aquel miércoles frío de octubre y la calle se veía desolada, sin ningún posible cliente a la vista y en la cartera de Marta solo había 20 pesos, así que presurosa había determinado irse a casa. Tres fumadas dio a su cigarrillo y tirándolo al piso se disponía a pisarlo cuando de pronto una voz grave y masculina le dijo:»Buenas noches, Marta”, y al alzar la mirada frente a ella se encontraba un hombre bien vestido con abrigo y sombrero, vestimenta poco usual en aquel pueblo olvidado de la civilización, Marta sorprendida contestó:»¿Me conoces?», el hombre solo dijo que le habían contado sobre ella.
Marta no le dio mayor importancia, al fin y al cabo, sea como sea aquel extraño sería el sustento que esperó toda la noche; así que ni tarda ni perezosa le coqueteó y le preguntó que si quería companía, el hombre se limitó a decir que ciertamente quería que lo acompañase y ambos empezaron a caminar.
«¿De dónde eres?» preguntó Marta, «De todas partes», contestó el hombre. «¿Eres agente viajero?», preguntó ella, «Ciertamente hago tratos con mucha gente», contestó él. A pesar de sus parcas respuestas Marta no se molestó en indagar más y siguieron caminando por más de media hora, hasta llegar al cementerio, de pronto Marta se atemorizó y le dijo que prefería regresar a casa pues estaba muy cansada y cuando ella estuvo a punto de dar la media vuelta sintió la mano fría de aquel hombre en su brazo y su voz que le decía que no podía irse y que debía acompañarlo. Ella muerta de miedo le suplicó que le dejara marchar pues sus hijos la esperaban y él solo le sonrió y le dijo que nadie la esperaba y de pronto le señaló con su mano una lápida donde ella pudo leer su nombre Marta López…su llanto y miedo se convirtió en pavor y negación y gritando dijo que era broma, que ella estaba viva y el hombre tomándola del brazo le dijo:»Moriste hace 15 años»-«¿Entonces como estoy aquí?»- preguntó ella y él le indicó que sus hijos, ahora unos jóvenes, pusieron una ofrenda en su memoria. Marta aún incrédula dejó al hombre y corriendo con sus zapatillas doradas por las solitarias calles llegó hasta su casa y a través de la ventana pudo ver a dos jóvenes que lloraban frente a su retrato rodeada de cempasúchil, café, pan y cigarros…Marta vio cómo la vida florecía en ellos y cómo su recuerdo era venerado y sonrió…en ese momento llegó el hombre y tomándola del brazo le dijo: «Es tiempo de irnos» y Marta de buena gana accedió a acompañarlo, perdiéndose en la penumbra el brillo de sus zapatillas doradas.