Columnas

«El puente Tampico y otros asuntos menores»

MÉXICO BRAVO… Por Alberto Ídem.

El 18 de octubre del año 1988 quedó abierto a la circulación vehicular el majestuoso puente Tampico sobre el río Pánuco: una obra que había sido anhelada pero inimaginada por generaciones de las décadas anteriores, tanto en el siglo pasado como el antepasado, y cuya construcción tardó años (aunque seguramente no tantos como han durado las obras de los «nuevos» mercados municipales en esta misma ciudad y puerto), finalmente estuvo lista e inaugurada en el penúltimo mes del sexenio de Miguel De la Madrid Hurtado como presidente de México, ante la alegría y entusiasmo de los habitantes de ambos Tampicos: el «Alto», ubicado en la ribera veracruzana y justo frente a territorios porteños, y el tamaulipeco, considerado desde hace poco menos de dos centurias como el centro de toda la Huasteca. Fue el inicio del final de la era del «chalán» o transbordador, que hasta entonces había sido el único medio por el cual atravesaban vehículos automotores de un lado a otro del caudaloso río. Con una caseta de cobro por cuya desaparición o alejamiento están pugnando los habitantes de ambas riberas desde hace por lo menos 20 años, el puente Tampico cumplió ya, el año pasado, 3 décadas de haber sido estrenado, y sin embargo no hubo, el 18 de octubre de 2018, ni un solo acto público, por modesto que hubiera sido, alusivo a la fecha. Ni de la parte veracruzana ni del lado tamaulipeco se programó festejo ninguno que haya celebrado los 30 años de la gigantesca estructura, que forma parte de los caminos y puentes federales. Lo que es más interesante aún: ni siquiera el gobierno municipal de Tampico, cuyo emblema es justamente una imagen estilizada del mutirreferido puente, realizó alguna ceremonia, acto cívico o actividad ninguna que tuviera qué ver con el colosal paso de hierro y concreto que cruza la frontera natural entre ambas entidades federativas. Acaso era muy pronto para organizar un festejo de esa naturaleza, es decir: tal como la ocasión lo ameritaba (un trigésimo aniversario no es poca cosa, pero la actual administración municipal apenas tenía, hace un año, 18 días de haber iniciado), aunque lo cierto es que, pasados 12 meses de aquella omisión, este viernes, día 18 de octubre, tampoco se efectuó ni una sola solemnidad o fiesta que haya tenido relación con ese tema. De las tres oportunidades que tenía el actual gobierno para festejar la durabilidad y antigüedad del elemento que sirvió de inspiración a su símbolo (incluyendo la gran fiesta del aniversario número 30), ya sólo le quedará una: la del 2020, dado que para octubre de 2018 haya tal vez ya otra administración, tomando en cuenta que la actual concluirá su período el último día de septiembre de ese año.

Muy cerca del puente Tampico queda la colonia «El Golfo», o Guadalupe Victoria, de este municipio. Ahí vinieron a asentarse, hace ya muchas décadas, Carlos Romero Deschamps y sus familiares, siendo el primero muy joven aún. Cuentan, quienes saben, que el ahora exsecretario general del sindicato petrolero se dedicó, mucho antes de ser trabajador de Pemex, a la venta, casa por casa, de «cortes» de tela para la elaboración de ropa y otros productos textiles, en un tiempo en que la oferta de prendas en tiendas departamentales estaba muy limitada, y los negocios especializados en comercializar tela escaseaban. Entonces, los vendedores ambulantes como Carlos Romero Deschamps recorrían las calles, llamaban a la puerta de los hogares, y ofrecían sus cortes para que la gente tuviera con qué hacerse o mandarse a hacer su propia ropa (esto último me lo relató el capitán Guillermo Parra Avello, buen amigo y arraigado en estas tierras desde hace muchos años). Fue acaso así como tal vez Romero Deschamps conoció a don Joaquín Hernández Galicia, «La Quina», de quien llegó a ser chofer y «conseguidor» de otro tipo de cortes probablemente más finos y sin duda mucho más caros (y exigentes). Tantos méritos habría hecho el supuesto alcahuetillo, que Hernández Galicia finalmente le habría obsequiado una «plaza» sindical en la refinería de Salamanca, Guanajuato, por la que es posible que haya estado rogando el entonces joven Carlos, habida cuenta de que desde allá había llegado su familia a Tampico un día, y añoraban, él y su parentela, aquellos suelos del Bajío. Al hacerse empleado de Pemex, Romero fue valiéndose de la influencia con que ya había llegado para lograr ser representante sindical en Salamanca, y finalmente, tras la aprehensión de «La Quina», estuvo en la fila de candidatos a secretario general hasta que llegó el año en que le tocó, ya en los 90. Y de haber sido chofer del máximo líder petrolero del país, Carlos Romero se vio de pronto convertido en «el campeón de la deslealtad», como Chava Barragán había sido ya nombrado «el campeón» de lo mismo por el propio don Joaquín.

Y uno que quiere servir de «puente» con el gobierno federal, mostrándole su lealtad al «Chapo» Guzmán Loera, es el muchas veces autonombrado «candidato a presidente de la república sin registro y sin partido», José Luis González Meza, ahora abogando por el famoso capo mexicano que purga condena en los Estados Unidos. Este viernes González Meza fue noticia nacional de trascendencia cuando anunció que él y la familia de este otro Joaquín (Guzmán Loera) ofrecerían una rueda de prensa para darle las gracias al presidente de México por haber liberado finalmente al hijo del «Chapo», Ovidio Guzmán. Pero algo pasó o alguien llamó a la persona indicada, porque al final no hubo tal conferencia informativa. Y así, como en el caso del inexistente festejo del puente Tampico, el anuncio de González Meza se quedó en el aire… como el tendido del puente.

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