Análisis

La Cultura

RODOLFO SALAZAR GONZÁLEZ

En el número 45 de la Rue Milloe, en París, se encuentra una parte de las instalaciones que la UNESCO utiliza para sus trabajos

A la entrada del Edificio en cuestión, hay un epígrafe que define a la cultura: “Es toda la actividad del hombre relacionada con la vida.»

Jack Lang, quien fuera ministro de cultura de Francia, tenía también una sublime definición de la cultura: «Cest La Vie». (Es la vida).

Estas dos definiciones sobre la cultura se ubican dentro de un concepto democrático, y la alejan definitivamente de la solemnidad con que algunos pensadores, (genuinos representantes del despotismo ilustrado) han aderezado el concepto. Porque no hay que pasar por alto que aún dentro de la academia es muy frecuente el autoritarismo.

El propósito fundamental de la cultura es la de establecer la comprensión de los problemas de la vida que tradicionalmente han afectado a la sociedad. Es decir, desentrañar la complejidad de la política, la economía, la demografía, el arte, los valores de la existencia en general, y todo aquello que reclame la participación sincera de lo mejor del hombre: Su inteligencia. Para construir la concordia de la humanidad.

Decantar la cultura implica tener sólidos conocimientos, ser proclive a las tareas científicas, técnicas y humanísticas, inclinarse por la lectura y amar los libros. En una palabra la cultura nos da la independencia del carácter y el dominio de la inteligencia. Lo primero nos ayuda a tomar conciencia de la realidad en que vivimos y lo segundo nos permite resolver problemas y coyunturas sociales en las que por razones ideológicas nos lleguemos a involucrar.

No obstante lo anterior, la cultura ha sido, y es objeto de apasionada controversia. Llegando a estar por un tiempo en el rol de víctima, y en otra época en el de impecable vencedora de las nefastas intenciones oscurantistas del pasado y del presente; a quienes con seguridad vencerá en el futuro.

Algunos detractores de la cultura ven a ésta como una manifestación de la ociosidad. La clasifican como una actitud fugitiva de la realidad. Hostilizan a los libros, condenándolos de antemano en su contenido, los consideran inútiles.

Los otros, los constructores de la cultura en el mundo, ven con justificada angustia como ésta pierde considerable terreno a nivel masivo, y sólo es bien tratada en sectores donde ha sido una tradición cultural el intelecto o en los excepcionales casos en que el individuo por mera intuición llega al fascinante mundo de la creación.

La verdadera angustia de los hombres de cultura contemporáneos, está dirigida a la realidad de que el mundo es liderado cada vez más por hombres que no cuentan con una formidable formación cultural. Sino que son dominados por un concepto tecnocrático que los aleja definitivamente del humanismo, que ha sido la única salida en la historia que los pueblos han encontrado para salir de sus conflictos

Quizá para proteger a la humanidad de esta monstruosa realidad, el filósofo griego Platón, llegó a los extremos en su obra «La República » de despreciar a los políticos y de inventar un gobierno dirigido por los más ilustrados, al que Platón distinguió como su propio reino, considerando que los únicos merecedores del poder deben ser los contemplativos.

La utopía que sobre el arte de gobernar sostenía el griego ha tomado el perfil de un lugar común, lo que ayer era una audacia, hoy es todo un sistema: Todo se resuelve con educación, educación desde arriba, donde deben estar los que saben.

Lo que debemos dejar claro aquí, es que la cultura, entendida ésta, como ciencia, técnica o arte, deben girar en torno del hombre, servir a los propósitos de educación y liberación que la sociedad reclame para su última reivindicación. Nunca el hombre creador de cultura, debe estar al servicio de ésta, por prometedora que parezca.

El «Ulises Criollo» José Vasconcelos, sin dudarlo, es el filósofo Rey, al que Platón se refería como el ideal para gobernar una sociedad. La realidad no lo dejó llegar al poder, pero su esfuerzo educador, llevado a la población mexicana cuando fue Secretario de Educación con Obregón, (Otro maestro rural) lo llevó a la Presidencia de la otra «República». La de Platón.

En donde según don Daniel Cosío Villegas, los Presidentes de la República (la mexicana) sólo podrían ser modestos celadores de Aduana.

Con el preconcebido riesgo, dada su inclinación a los lujos ostentosos, de ser privados de su libertad, agregaríamos nosotros, en un afán más de ayudar a contradecir.

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