Dijo «¡Viva México!»
Dijo «¡Viva México!», pero en el último grito olvidé que era el presidente de una nación el que lo hacía; su grito era más bien un rugido: fuerte, carraspeante, claro e imponente. Tal vez no era un presidente… era un león, era un líder vociferando con bríos jamás antes vistos en el balcón presidencial.
No es un mesías, no es un dios, tampoco es el salvador de un país malherido, es un hombre que tiene algo de águila y de león, de niño y de soldado.
Dijo «¡Viva México!», pero su último grito fue el preludio de unos ojos ligeramente lagrimados y de una mirada embelesada por el lábaro patrio; así la miraba, como un hombre ama a su esposa que ha sido agredida, con quien ha contraído un gran peso y una gran responsabilidad. El peso es en sus espaldas, su voz ensordecedora deleita cada rincón del Palacio de Gobierno; el mismo Palacio es testigo de su amor por su patria.
Al final, su sonrisa mostró la esperanza y el amor para su pueblo; él es un hombre del pueblo y para el pueblo.
«¡Presidente! ¡Presidente!», gritaron los congregados; «¡No está solo!» dijeron.
Así, el primer Grito de Independencia de un presidente que es más que presidente, es un león que ruge. Un líder que, sin dudarlo, pondría su vida por su patria y su pueblo.
Ese, señores… es mi presidente; ése, es mi león.
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