De política y cosas peores
«Cómete una docena de ostiones en su concha. Son afrodisíacos». Ese consejo le dio Pitongo, hombre diestro en afanes de colchón, a su amigo Cuculmeque, señor de muchos calendarios y que por eso batallaba a veces para poner en alto el lábaro de su masculinidad. ¡Ah! Si el pobre Cuculmeque hubiese dispuesto de un centilitro de las miríficas aguas de Saltillo no habría necesitado recurrir a aquel molusco. Bien conocida es la virtud de esas taumaturgas linfas. Por vía de experimentación se le administraron unas gotas a la momia de un faraón, y el monarca egipcio no sólo recobró el espíritu de vida, sino también sus rijos de varón, hasta el punto de que ahí mismo en el laboratorio dio buena cuenta de los experimentadores -tres-, que ni oportunidad tuvieron de correr para ponerse a salvo del faraónico ímpetu. Advierto, sin embargo, que me estoy apartando del relato. Vuelvo a él. Cuculmeque fue a una marisquería y consumió no una docena de ostiones, como su amigo le había aconsejado, sino 12 docenas, pues esa noche tenía compromiso con una exuberante dama con la que por primera vez se encontraría. Abreviaré la historia, que va saliendo ya muy larga. Los ostiones no dieron resultado, pero al siguiente día Cuculmeque arrojó 14 perlas. La sonorosa mentada de madre que profirió Porfirio en el recinto de la Cámara que antes era baja y ahora es bajisísima quedará como una de las páginas más ilustrativas de la moderna historia política de México. La grosera intentona que hicieron los diputados de Morena a fin de apoderarse para la eternidad de la presidencia del órgano legislativo mereció una amonestación del Jefe Máximo, López Obrador, en los siguientes términos: «No se debe de modificar la ley en función de intereses personales o de grupo. Espero que se actúe igual en todos los casos». Muy puesto en razón estuvo el réspice presidencial. Por mi parte yo espero que esas palabras se apliquen también en Baja California al caso de la llamada ley Bonilla, donde su muy amigo Jaime pretende hacer lo mismo que AMLO reprobó: modificar la ley en función de intereses personales. Aquella mañana la enfermera Florencina traía un escote sumamente pronunciado que dejaba a la vista su abundoso tetamen tanto en la parte que en inglés se llama cleavage -la línea entre los dos senos de la mujer- como en los hemisferios mismos. Florencina le tomó la temperatura a un hombre joven, y le informó al doctor: «El paciente tiene 39 y medio grados de temperatura». Dictaminó el facultativo: «Réstele dos a cuenta del escote». Los pericos vieron pasar al jet que dejaba tras de sí una larga estela blanca. Uno comentó admirado: «¡Qué velocidad la de ese pájaro!». Acotó otro: «Tú también volarías a esa velocidad si se te fuera quemando el fundillo». Algunos hombres cuentan aventuras que nunca tuvieron. Algunas mujeres tuvieron aventuras que nunca cuentan. El señor llegó a su casa después de haber estado con una linda chica en el cuarto número 210 del popular Motel Kamawa. Al descender del coche se vio en el espejo y advirtió asustado que traía en el cuello las evidentes señas de los apasionados chupetones que en el curso del amoroso trance le dio su compañera. El pequeño hijo del señor andaba en el jardín. Fue hacia él y le propinó una fuerte nalgada que hizo que el chiquillo prorrumpiera en llanto. Salió asustada la mamá y le preguntó a su esposo: «¿Por qué llora el niño?». «Le di una nalgada -respondió el señor-. Lo abracé, y en vez de darme un beso me mordió el cuello. Mira cómo me lo dejó». «Anda -dijo la mujer-. Y no sabes a mí cómo me tiene los muslos».
FIN.
Fuente: El Bravo