De política y cosas peores
Armando Fuentes Aguirre
«Estoy embarazada». Eso les dijo Dulciflor, joven soltera, a sus papás. «¡Cómo!» -profirió su padre, desolado. «Ay, papi -se impacientó la chica-. Tú ya sabes cómo». Astatrasio Garrajara, el borrachín del pueblo, se corrió aquella noche una de sus cotidianas farras, al término de la cual se vio en el lecho en compañía de una mujer. Después de hacer lo consabido le pidió: «Revísame muy bien a ver si no me dejaste huellas de chupetones o bilé, no sea que la gacha de mi vieja se dé cuenta de que me acosté contigo». «¡Pendejo! -bufó con iracundia la mujer-. ¡Yo soy la gacha de tu vieja!». Rosibel, la secretaria de don Algón, contrajo un fortísimo resfriado. Sus compañeras la visitaron en su departamento, y una de ellas la tranquilizó: «No te preocupes por el trabajo, Rosi. Loretela le está tomando el dictado al jefe; Clarilú le lleva el café; yo le tomo sus llamadas telefónicas, y ya contratamos a una sexoservidora para que te supla a ti después de las horas de oficina». El superior del soldado le informó: «Un consejo de guerra te condenó a muerte por haber dicho ante un espía del enemigo que ya no tenemos parque». Preguntó el reo: «¿Me fusilarán?». «No -replicó el jefe-. Morirás en la horca». «¿Lo ve? -exclamó con voz de triunfo el condenado-. ¡Ya no tenemos parque!». En medio de la oscuridad nocturna dos tipos que presumían de su respectiva dotación viril se pusieron a desahogar una necesidad menor desde un puente sobre el río. Comentó uno: «¡Qué fría está el agua!». Replicó el otro: «Deja lo fría: lo profunda». Yo pienso que a nadie se le debe declarar persona non grata por sus ideas, aunque las haya expresado en modo irrazonable o torpe. Entiendo la actitud de los legisladores nuevoleoneses ante el hecho de que un historiador haya calificado de valientes a quienes asaltaron a don Eugenio Garza Sada con intención de secuestrarlo, y en el curso de ese atentado le quitaron la vida. Don Eugenio es venerado en Nuevo León, y ciertamente es figura venerable. Su legado de bien ha perdurado; es uno de los mejores seres humanos que ha vivido en este país. Llamar «valientes» a sus asesinos constituyó una ofensa para todos los que guardan su memoria. Ninguna duda cabe de que el término «valiente» posee contenido laudatorio, por más que quien lo usó haya intentado luego disfrazarlo en forma poco valiente. Aun así las ideas y su expresión no deben ser objeto de censura. Si eso fuera yo sería declarado persona non grata en Oaxaca, pues escribí en un libro acerca de las oscuridades en la actuación política de Juárez, oscuridades que sus contemporáneos liberales le señalaron en su tiempo. (Por cierto, y dicho sea de paso, algún historiador me injurió, y aun me calumnió, por haber expresado mis ideas). También sería yo persona non grata en Guanajuato, porque he sostenido que el verdadero autor de nuestra Independencia no fue Hidalgo, sino Iturbide, con todo lo valioso que el bello mito del Padre de la Patria pueda ser. Más aún: igualmente sería persona non grata en mi propia tierra, Coahuila, cuna de la Revolución, por afirmar que don Porfirio Díaz fue un gran mexicano que tuvo el patriotismo de la renunciación, cuyos aciertos fueron suyos y cuyas indiscutibles fallas fueron las propias de su época. Todo esto lo digo para concluir que en México ningún mexicano debe ser declarado oficialmente persona non grata. A la intolerancia se ha de responder con tolerancia, a la imprudencia con el buen sentido, a las sinrazones con la razón. De otro modo nos asemejaremos al escritor ultramontano Paul Claudel, que cuando se le hablaba de tolerancia regruñía: «¿Tolerancia? ¡Para eso hay zonas!». FIN.