Columnas

Un apunte más sobre la vida de Vasconcelos

RODOLFO SALAZAR GONZÁLEZ

En una colaboración anterior hice un comentario sobre lo que para México significaba la vida política y la obra educativa que desde la Secretaría de Educación del gobierno de Álvaro Obregón realizó José Vasconcelos en beneficio de las mayorías mexicanas que fueron objeto en aquel entonces de una de las más grandes cruzadas alfabetizadoras de las que se tenga memoria en América Latina.

José Vasconcelos experimentó en la derrota que sufrió en 1929 un desenlace que lo llevó a deslindarse de todo aquello que lo había caracterizado antes de participar en esta liza electoral donde no tan sólo perdió la elección si no que con su confrontación con el poder militar que gobernaba la nación se ubicó en el lado enemigo de los revolucionarios mexicanos. Su osadía de desafiar el «Maximato» lo convirtió en un reaccionario católico, enemigo del progreso nacional y de la Revolución Mexicana, según el punto de vista de sus detractores.

En aquel año Vasconcelos cerró el círculo de su vida y realizó un viaje interior en sí mismo que lo colocó en el punto de partida cuando se solidarizó por órdenes del destino en la lucha de Francisco I. Madero. En esta ocasión su oposición fue tan sólo subjetiva y personal, temeroso de las consecuencias, José Vasconcelos dejó de ser el hombre brillante que deslumbraba con su pluma y su palabra para transformarse en «un hombre silencioso y amargado», según la definición que una vez ley que José López Portillo hizo sobre el «Ulises Criollo».

En el destierro que fueron varios años en los Estados Unidos tuvo un acercamiento con alguien a quien públicamente había repudiado, se reunió en San José California con Plutarco Elías Calles. De este encuentro entre dos enemigos irreconciliables por la estructura intelectual asimétrica que los caracterizaba dieron pie a una serie de versiones que afectaron el futuro de José Vasconcelos por el resto de su vida. Se desprendió la versión que Vasconcelos había sido contactado con grupos pro nazis, que en ese momento pululaban en todos los puntos importantes del mundo, principalmente en los Estados Unidos en virtud de que se vivían los prolegómenos de lo que sería la segunda Guerra Mundial.

En agosto de 1938 el departamento de trabajo de los Estados Unidos negó a Vasconcelos la prórroga de su permiso de residencia en territorio norteamericano. La última (prórroga) la había obtenido gracias a la intervención de Calles. De esta forma José Vasconcelos dio punto final a un exilio de casi 10 años, regresando a su país en donde todos los sectores de la sociedad lo acusaron de maromero, parlanchín y falsario de sus propios conceptos filosóficos políticos monetarios. Esto era consecuencia de su amistad con Plutarco Elías Calles, que dueño del poder absoluto corrompa todo lo que tocaba.

La segunda Guerra Mundial encontró a José Vasconcelos en un estado de debilidad emocional por la frustración y la falta de apoyo de los que antes lo comparaban con la figura de «Prometeo» y ahora lo consideraban un «busca chambas decadente». Desconcertado y contradictorio, Vasconcelos era una antítesis de aquel que en 1910 incendió con la púdica de su verbo la figura de Madero. Para su mala suerte la delegación alemana empezó a editar una revista que comenzó a circular «Timón» bajo la dirección de José Vasconcelos, lo que vino a fortalecer la convicción entre sus enemigos que el maestro de América, estaba entregado al causa de los nazis que ya hacían presencia búlica en el mundo al apoderarse de Polonia y de otros importantes países europeos. «Timón» solo circuló algunos meses, en virtud de que fue clausurada por órdenes del gobierno por considerarla una publicación antinorteamericana y pro nazi.

No obstante las frecuentes vinculaciones que hacían de Vasconcelos con el nazismo, el Ulises criollo siempre lo negó. ¿Nazi, yo?, me río de los que me hacen ese cargo, porque soy de los pocos mexicanos que toda su vida han combatido las dictaduras. La causa de Alemania me simpatizó porque tenía mucho de liberación de un gran pueblo después de las injusticias de Versalles» sin embargo sus colaboraciones en «Timón» demostraban lo contrario: «Hitler, aunque dispone un poder absoluto, se haya a mil leguas del cesarismo. La fuerza no le viene a Hitler del cuartel, si no del libro que le inspiró su cacumen. El poder no se lo debe Hitler a las tropas ni a los batallones, si no a sus propios discursos que le ganaron el poder en democrática competencia con los demás jefes y aspirantes a jefes que desarrollo la Alemania de la post guerra. Hitler representa en suma una idea, la idea alemana, tantas veces humillada antaño por el militarismo de los franceses y la perfidia de los ingleses».

Era clara la fascinación del maestro Vasconcelos por las dictaduras. Este mismo fenómeno coincide con el retorno del Ulises criollo a la religiosidad de sus primeros años que lo llevaron a un enclaustramiento personal, espiritual que cierra lentamente el círculo de su vida.

Quizá el tema que más se ha explotado en el trabajo que los historiadores modernos han realizado sobre la vida y la obra de este gran mexicano que nació en Oaxaca y que tuvo la capacidad intelectual para desarrollar una filosofía americana que lo llevó a construir el juicio de que era posible la existencia de la raza cósmica, era el matiz que a su vida le dio el sesgo amoroso que siempre estuvo presente en Vasconcelos. Fue un gran enamorado. Por encima de sus opiniones políticas, sus tareas intelectuales o su vena de escritor, estarían siempre el tema de las mujeres. El aseguraba que toda su vida había huido de las cuestiones del sexo, porque «las heridas que dejan estas relaciones son siempre profundas y amargas». Como todos los hombres que aman hasta el exceso, José Vasconcelos conocía la angustia del deseo, la dicha falsa y la pesadumbre de la desilusión. Tenía drásticamente una debilidad por el sexo femenino. Joven contrajo matrimonio, pero su vida nupcial fue un desastre.

La pasión de su vida fue Elena Arismendi Mejía, activista y fundadora de la Cruz Blanca. El Ulises Criollo la convirtió en un personaje de todas sus obras bajo el nombre de Adriana. Vasconcelos reconocía que era el único botín que había obtenido de la Revolución Maderista». Fue una relación breve, apasionada y desgarradora, Vasconcelos la describía con toda la fuerza que había desatado en su alma: «La boca de Adriana, fina y pequeña, perturbaba por incitante… su andar de piernas largas, caderas anchas, cintura angosta y hombros estrechos hacían volver a la gente a mirarla. Largo el cuello, corto el busto, ajustados los senos, ágilmente musical el talle, suelto el además, estremecía dulcemente el aire desalojado por su paso». Vasconcelos tuvo varios romances pasajeros, entre los más conocidos destacan la cantante de ópera Bertha Singerman y Antonieta Rivas Mercado, nada serio. Esta última pretendía encontrar en Vasconcelos su redención, se suicidó cuando el Ulises Criollo le respondió a una torpe pregunta de Antonieta de que si la necesitaba. Vasconcelos respondió: «Sólo necesito de Dios».

José Vasconcelos murió el 30 de junio de 1959 tenía 77 años, era géminis, estaba enfermo de reumatismo y del corazón. Leía a Platón y recomendaba a su hijo menor Héctor que lo único que valía en la vida era leer a los clásicos. Volver a Grecia a Roma a las fuentes de la cultura occidental. Sus días finales aseguran los que como Alejandro Gómez Arias estuvieron cerca de él pronunciaba con un amor incomparable el sagrado nombre de su madre.

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