La fantástica vida de Homero
En otras ocasiones he presentado a usted algunas colaboraciones relacionadas sobre el personaje Ulises y su eterna batalla contra las sirenas mancornadoras…
Que pretenden envolverlo con sus cantos celestiales para que pierda el control del buque en el que navegó por diez años corriendo vela por todo el mundo y lo estrelle contra los acantilados que se encuentran a la diestra y siniestra de un estrecho paso de mar que le permita llegar a Ítaca, en donde Penélope atraviesa por un momento angustioso, en virtud de la ausencia de Homero al frente de su trono la tradición ordena que otro cónyuge sea seleccionado por la Reina de Ítaca, amor inolvidable de Ulises.
La historia es sencilla, la versión más didáctica que he leído y palmaria, entre otras, es la que escribió el maestro Alfonso Reyes, quien además de contar minuciosamente la estrategia que utiliza Ulises para recuperar su reino encontró una inexactitud en el número de pretendientes que cuenta la Odisea y que según don Alfonso (que lo sabía todo) no cuadran con la superficie y las medidas del palacio de Ítaca.
El verdadero nombre de Ulises era Odiseo, un marinero vago que estaba interesado por conocer el mundo, víctima de esta arrobadora vocación dedícase a navegar y trata de saber qué era lo que había más allá de lo que sus ojos no alcanzaban a ver.
A Homero se le puede considerar el Padre de toda la literatura griega posterior. Ya que en el teatro la historiografía, e incluso la filosofía, están inmersos los temas cómicos y trágicos, planteados en sus supuestas epopeyas, así como sus técnicas inconfundibles.
Los historiadores han dudado de la existencia de este legendario personaje, llegándose incluso a elaborar diferentes hipótesis sobre el tiempo en que vivió y el tipo de persona que era. Llegándose a crear una reveladora polémica que ha sido denominada: «La cuestión homérica» que trata de fijar la fecha y la autoría de La Ilíada y la Odisea, consideradas ambas, obras maestras de la épica griega. Estas sentaron las bases del género épico caracterizado por la exaltación de grandes virtudes personificadas en héroes que no dudaban en sacrificar sus vidas por la colectividad a la que pertenecían. En este mundo actualmente enajenado por la televisión principalmente y los otros medios como el cine, que han difundido por varias décadas una serie de antivalores que consideran permitidas para aumentar el consumo de los productos que comercializan, es urgente recuperar la esencia que significa una vida al servicio de la sociedad. No propongo que adoptemos conductas de abnegación, sino que simplemente compartamos nuestra vida tratando de servir a nuestros semejantes. Es una idea propicia para estos días en los que se culmina una década de un nuevo siglo que pareciera ser, más que un reflejo del futuro, un imán que nos atrae al pasado en donde imperaba la violencia, las epidemias, la ignorancia y la falta de oportunidades.
Homero ha llenado la memoria humana con dos libros universales e inmortales que cabalgan por la humanidad a través de la historia como si fueran escritos hoy mismo: La Ilíada y La Odisea. La Ilíada principia así: Cántame musa; La Odisea solo así: Cuéntame musa.
Es muy poco lo que se sabe sobre Homero, se piensa que el poeta nació en el siglo V antes de Cristo y que vivió posiblemente en Asia menor y quizá en Esmirna, se sabe también que Homero era ciego. De ser así este ciego incendió la literatura universal. Le gustaba recorrer Grecia con su cítara cantando poemas y canciones que él mismo componía.
El primer libro que escribió, «La Ilíada», es el relato de la guerra de Grecia contra Troya por culpa de una mujer, Elena, de quien París se enamoró locamente, provocando la indignación de su hermano Aquiles. La Odisea es el fin de la guerra famosa y el comienzo de una paz que tiene como protagonista a un hombre extraordinario: Ulises.
Ulises es un ser fantástico, se dedicó por varios años a correr vela por todo el mundo dizque para adquirir experiencia, regresa a su patria y se encuentra con que su reino y su mujer están en poder de los enemigos políticos, pero reconquista su reino y mujer.
Las dos historias son emocionantes, porque no hablan de héroes y guerreros, ni de mujeres hermosas que sueñan con los héroes. Los dos libros son dos epopeyas que relatan una época remota cuyas pasiones, proezas, esperanzas y tormentos marcan y configuran la existencia entrañada, inseparable y asociada entre los hombres y los dioses, que con ellos o contra ellos orientaban su espada.
Hay unos versos bonitos, muy bonitos, que son atribuidos a Homero y que se los quiero presentar para que vea usted la calidad del poeta ciego:
«Yo te saludo madre de los dioses, esposa del cielo estrellado, sé benevolente conmigo y por el precio de mi canto, regálame, solamente dos días afortunados en mi vida», y añade el poeta «de ser así, pensaré en ti en mis otras oraciones».
Homero debió ser, si él escribió estos versos, un hombre deslumbrante y austero que sólo pidió a la diosa dos días venturosos. ¿Acaso nos quería decir que el hombre no tiene siempre dos hermosos días sin mancha en la luz en toda su vida?
No lo sé, lo que sí sé es que de otros filósofos griegos enormes no nos quedan más que fragmentos, en cambio de Homero nos queda una obra inmortal que lo eleva a la altura de los dioses y transforma al ser humano en un ser superior. Homero, como los que son mejores, recibió más bien la espalda que la gloria.
En estas épocas de excesos, de confusiones, de pillos convertidos por medio del saco y la corbata en gente decente, conviene recordar otro fragmento de un poema de este gigante de la poesía: «Los asnos de los que nos burlamos nunca elegirán la paja, buscarán el oro».
Y ya para terminar les entrego para estos días de calentamiento global la asombrosa predicción de Homero: «El agua vive la muerte de la tierra, pero la tierra se traga el agua», no nos dice que los hombres sean enterrados en la tierra, ni que los hombres nacieron en el mar, en ese mar que llamamos placenta de nueve meses, en donde los ojos aprendieron a mirar ya la vida como el único futuro de un ser humano.
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Fuente: El sol de Tampico