Columnas

De política y cosas peores

Armando Fuentes Aguirre

¡Acaríciame, Juan! ¡Bésame!». «No». «¿Por qué no? Somos pareja, y todas las parejas lo hacen». «Sí, pero nosotros somos pareja de policía, Luis». Aquella noche Empédocles Etílez andaba más borracho que de costumbre. Llamó a los del trío que cantaba en la taberna y les pidió con tartajosa voz: «Tóquenme una de Colita de Lanolina». El del requinto lo corrigió: «Es Lolita de la Colina». Farfulló luego el temulento: «Ahora quiero oír una de Camín Chorrea». «Es Chamín Correa» -volvió a enmendarle el hombre. Chapurró enseguida Empédocles: «Cántenme algo de Buchaca Grande». «Es Chabuca Granda» -lo corrigió otra vez el del trío. El ebrio, exasperado, le dijo al individuo: «¡Ya cábrate, callón!». En reunión de amigos surgió el tema del matrimonio. Declaró uno: «Yo estoy agradecido con esa institución. Gracias al matrimonio no tengo que andar por ahí discutiendo y peleando con extraños». Un muchachillo del barrio le preguntó a Pepito: «¿Cómo te llamas?». Respondió él: «Pepito». «¡Mira! -exclamó el otro-. ¡Le cambias una letra a tu nombre y pasas a llamarte Peputo!». Y así diciendo profirió una sonora carcajada de burla. Pepito, entonces, le preguntó al otro: «Y tú ¿cómo te llamas?». «Leovigadro» -contestó el burlador. «¡Mira!» -exclamó Pepito-. ¡Le cambias todas las letras a tu nombre y pasas a tiznar a tu madre!». No es cierto eso de que a las palabras se las lleva el viento. La prueba de lo que digo es que a las palabras que dicen: «A las palabras se las lleva el viento» ningún viento se las ha llevado. Si a las palabras no se las lleva el viento menos aún se llevará a los hechos, que tienen más concreción y materialidad. Toda su vida llevarán consigo una pesada carga de deshonra los diputados panistas de Baja California que dieron su aval a la llamada «ley Bonilla», por la cual el gobernador electo por los ciudadanos para gobernar dos años alargó inmoralmente e ilegalmente su período para hacerse del poder por cinco años, tres de los cuales serán entonces espurios, usurpados, con todas las numerosas consecuencias jurídicas que esa ilegítima detentación traerá consigo. También Bonilla deberá cargar a lo largo de toda su existencia el desprestigio que acarrea esa ilícita acción que mancha también al régimen de López Obrador, pues es inconcebible que tan burdo acto se haya llevado a cabo sin su conocimiento y autorización. Bien hizo el PAN al expulsar vergonzosamente de sus filas a esos diputados cuya corrupción quizá no pueda comprobarse -las trapacerías de ese jaez suelen realizarse con el cuidado que los delincuentes ponen en sus malas artes-, pero que es ya cuestión de fama pública, y cuya evidencia aparece clara como el día. De nueva cuenta pongo mi esperanza en los órganos superiores electorales y de justicia. Confío en que tales instancias echarán abajo esta indigna maniobra que vulnera brutalmente la voluntad de los ciudadanos y en la cual el poder público se vuelve moneda de cambio tanto para el que compra como para los que se venden. El solitario vaquero se vio de pronto ante un piel roja que lo amenazaba con su lanza. Tomó su rifle para dispararle, pero el arma se trabó. «¡Ya me llevó la chingada!» -exclamó con desesperación el cowboy. En eso se oyó una majestuosa voz venida de lo alto: «No te ha llevado, hijo mío. Échale tierra en los ojos al indio; derríbalo; toma su lanza y clávasela». Así lo hizo el vaquero, y liquidó a su adversario. En eso aparecieron 500 pieles rojas que rodearon al cowboy. Se oyó otra vez la majestuosa voz venida de lo alto: «¡Uta! ¡Creo, hijo mío, que ahora sí ya te llevó la chingada!». FIN.

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