‘Cuando pasé al lado de un cadáver, me di cuenta que de ahí salía el llanto que escuché’ – El Limbo
Abril Espinosa e Iván Lara
La muerte es la oportunidad última de percibir por ti mismo la verdad completa que subyace a la existencia.
ELISABETH KÜBLER-ROSS
Soy una persona casi de la tercera edad, tengo 58 años y vivo en Guadalajara, hace tres años pasó algo inexplicable.
Padezco apnea del sueño, quiere decir que siempre me quedo dormida y por momentos no respiro. Es una enfermedad silenciosa y molesta. Por este motivo el cuerpo y el cerebro no descansan; mucha gente la padece, pero no se atiende. Lo mío es crónico y ya se complicó demasiado.
Para tratar de atender el mal fui a ver un médico en una clínica particular, aquí en mi ciudad. Ese “doctorcito” me recetó unas pastillas que “eran buenísimas” para mi padecimiento. El tratamiento solamente consistía en tomar dos pastillas cada 12 horas por tres días, y luego una diaria. Ese mismo día comencé: tomé las pastillas y me fui a dormir.
No supe nada de mí, no oí, no sentí nada de nada por un lapso de casi 36 horas. Por fin desperté, estuve rígida y con mucho frío. Recuerdo que al reaccionar oía unos ruiditos, como murmullos y llantos ahogados. Sentí los párpados muy duros y los ojos arenosos. Cuando por fin logré abrirlos, no vi nada, todo era oscuridad, frío y los sonidos raros.
“¿Me morí? ¿Esto es la muerte? ¿Mi familia me llora?”, fue lo primero que pensé, pero no, ¡yo sentí mi cuerpo vivo! Respiraba, escuchaba y tenía sed. Lo siguiente que aluciné fue: “¡Me enterraron viva! iDios!”. Y comencé a moverme y a tocarme; estaba desnuda, acostada en algo muy duro y frío, cubierta con una sábana.
No grité ni lloré, aunque estuve aterrada. Y atenta a mis sensaciones y a lo que oía. Los murmullos y llantos seguían. Me descubrí, logré sentarme. Tardé un momento en reaccionar completamente, o en asimilar lo que vi y así darme cuenta en dónde estaba: en la morgue, sí, en la morgue, viva, y cada vez más asustada.
Con los ojos abiertos: Ensayos sobre arte, del inglés Julian Barnes
La voz no me salía, no supe si por la angustia, el miedo, o todavía por el medicamento. Aún sentada ahí en la plancha, escuché llantos y gente que hablaba; busqué con la mirada a mi alrededor. Para donde mirara, había más planchas, unas solas y otras con cuerpos cubiertos. En ese momento, ya temblaba sin parar, la impresión era demasiada. Oí el tic-tac de un reloj y con la vista lo busqué, eran las 3:25 hrs.
Intenté pararme y lo logré. La idea era salir de ahí. No fue fácil bajar de la plancha, era muy alta y yo muy vieja, pero lo logré. Vi la puerta, estaba muy lejos de mí, tenía que atravesar casi todo el lugar, entre muertos. Mi lengua seguía dura y la boca seca. Traté de gritar pero la voz no salía. Empecé a avanzar despacio, por la edad y el miedo, tuve que ir sosteniéndome, lo único para hacerlo era de las planchas, y lo hice. No saben el miedo que se siente rozar con tus manos cuerpos sin vida.
Cuando pasé al lado de un cadáver, me di cuenta que de ahí salía el llanto que escuché. Lo primero que hice fue intentar descubrir el cuerpo, y lo hice. Quise ver quién lloraba: era una joven mujer muerta. No se movía, no había reacción en ella, pero ¡yo la oí llorar! A ella y a otros que ya no me atreví a ver. Salí lo más rápido que mis piernas lo permitieron; busqué gente y me atendieron al verme.
Todo esto no es mi imaginación, como lo dijeron los médicos cuando se los conté, yo oí los llantos y los murmullos desde antes de saber dónde estaba. Los muertos, ahí en la morgue, lloran su propia muerte, se resisten a ir, hablan: “¿Por qué? ¿por qué?”. Otros dicen: “¡No! ¡No!”. Ellos aún no se quieren ir.
Los escuché y pude salir para contarlo. Claro, la clínica, donde me dieron el medicamento, me indemnizó para atención médica y para callarme su ineptitud. A mi familia también se lo conté, aunque algunos me creen y otros no; y me contestan: “Fue el miedo”. Pero estoy segura lo que oí y viví.
Y pensar que algún día, cada vez más cercano, volveré de nuevo a estar ahí, entre ellos, quizá, también llorando.