PRI, PRD y PAN ya no levantarán
Bitácora del director
PASCAL BELTRÁN DEL RÍO
Uno de los efectos de la elección del pasado 1 de julio ha sido condenar a la irrelevancia a los integrantes de la desaparecida partidocracia.
Ésta comenzó a formarse en momentos en que el PRI hegemónico iba perdiendo poder.
Fue un proceso de varios años, que comenzó en 1988, cuando el presidente Carlos Salinas de Gortari entendió que el PRI no podía seguir gobernando solo.
Salinas imaginaba un país bipartidista, como Estados Unidos, en el que el PRI y el PAN cumplieran los papeles de los Demócratas y Republicanos, respectivamente.
En ese sexenio, el PRI y el PAN aprobaron las reformas de Salinas y los panistas recibieron, a cambio, el reconocimiento de sus victorias en las elecciones de gobernador de Baja California, Guanajuato (en la forma de un interinato) y Chihuahua.
El siguiente sexenio, el proceso se profundizó, abriéndose también espacios para la izquierda perredista, que había sido marginada por Salinas por no reconocer su triunfo en 1988.
El presidente Ernesto Zedillo negoció con Carlos Castillo Peraza (PAN) y Porfirio Muñoz Ledo (PRD) la reforma político-electoral de 1995-96 y reconoció espacios a los dos partidos de oposición.
El PRI dejó ir la mayoría en la Cámara de Diputados y la Gran Comisión en San Lázaro fue sustituida por una Mesa Directiva rotatoria y una Junta de Coordinación Política plural; el PRD ganó la Jefatura de Gobierno del entonces Distrito Federal y el PAN se llevó gubernaturas como las de Jalisco, Nuevo León, Querétaro, Guanajuato (con Vicente Fox) y Aguascalientes.
Así se formó la partidocracia, un club de la política en la que los tres partidos se repartirían las posiciones de poder a lo largo de los siguientes 20 años.
Quienes habían luchado por la democracia pensaron que las pérdidas en las urnas que el PRI habían tenido en 1997 y 2000 auguraban un periodo de esplendor, en el que privarían el equilibrio de poder y el respeto a la ley, ausentes durante los años de la hegemonía priista.
Sin embargo, la lucha por la democracia no se tornó en un ejercicio de participación ciudadana que vigilara la acción de las autoridades.
Y pronto, las viejas oposiciones de izquierda y derecha se mimetizaron con el PRI y comenzaron a desarrollar prácticas y actitudes que antes habían sido exclusivas del antiguo partido de Estado. No sólo eso: anularon la rendición de cuentas tapándose unos a otros sus corruptelas.
Esa partidocracia fue lo que rechazó la ciudadanía en las urnas el pasado 1 de julio.
El premiado, con 30 millones de votos, fue el único político que se salió a tiempo del club de la partidocracia y ahora detenta todo el poder que antes fue de los integrantes de esa sociedad.
Existe el riesgo de que quienes le dieron ese poder a Andrés Manuel López Obrador cometan el mismo error de quienes lucharon por la democracia en los años 80 y la consiguieron: retirarse de la escena ciudadana, confiando en que su decisión en las urnas es suficiente para acabar con los males de la política y lograr un desarrollo económico equilibrado.
Pero, más allá de eso, los viejos partidos tradicionales —PRI, PAN y PRD— han quedado vacíos de cualquier confianza ciudadana.
La actual división en Acción Nacional, con motivo de la renovación de su dirigencia, es un paso más de ese partido hacia la intrascendencia.
Eso lo ha comprendido muy bien el expresidente Felipe Calderón, al decidir renunciar a él para formar otro partido. Y lo han entendido los priistas y perredistas que han llamado a refundar sus respectivas organizaciones.
Será cosa de tiempo, pero esos membretes se irán desvaneciendo poco a poco de los círculos de poder. La oposición partidista al lopezobradorismo se formará sin duda con otras siglas.
Buscapiés
Superhéroe en la vida real para millones de personas, Stan Lee llegó a escribir una columna de cómics que él solía terminar empleando varias frases que –según contó al sitio Gizmodo– acababan siendo imitadas por sus competidores. Así que decidió emplear una palabra cuyo significado aquéllos desconocieran, y que incluso no supieran ni deletrear. Optó por una locución latina que nuestros lectores obviamente identifican como “lo más alto”. No es casual que su incursión en el mundo del periodismo la rubricara con la palabra Excelsior! Así, con signo de exclamación al final.