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El fin del partido tricolor John M. Ackerman

El Partido RevolucionarioInstitucional (PRI) tiene toda su historia abusando de los colores y los símbolos patrios para fines electorales. Desde su creación en 1946, el viejo partido de Estado ha seguido la práctica de sus predecesores, el Partido Nacional Re­volucionario (PNR) y el Partido de la Revolución Mexicana (PRM), de utilizar la bandera nacional como su emblema.

De esta manera, este partido político ha querido dar la impresión de enarbolar la esencia misma de la patria, de representar y encarnar al nacionalismo mexicano. Es común que sus operadores sugieran a los ciudadanos más humildes cruzar la banderita a la hora de votar. Y en cada festejo patrio se promueve, también de manera subliminal, al partido tricolor.

Desde hace tiempo la oposición ha demandado el fin de este uso faccioso y populista de la bandera mexicana. A lo largo de las décadas recientes se han presentado múltiples iniciativas en favor de prohibir el uso electoral de los símbolos patrios en aras de cuidar la equidad en los procesos electorales.

Estas iniciativas nunca han fructificado por la presencia tan importante del mismo PRI en el Congreso de la Unión, junto con sus aliados de PAN, PVEM, ­Panal y PRD. Pero hoy que, por fin, tanto la Cámara de Diputados como el Senado se encuentran en manos de las fuerzas democráticas, resurge la oportunidad de acabar con el populismo priísta, así como requilibrar el tablero simbólico en materia electoral.

Recordemos que aun a pesar de la movilización de enormes cantidades de recursos públicos y privadosilegales en favor de la candidatura de José Antonio Meade, solamente 14 por ciento de los votantes cruzaron la banderita en las elecciones presidenciales del pasado primero de julio. Este descalabro electoral deja al PRI en la peor situación de su historia.

El viejo partido de Estado solamente logrará sobrevivir si se renueva y se transforma de raíz. Hasta Enrique Peña Nieto ha sugerido que este partido debería considerar cambiar su nombre. Los mismos priístas tendrían que estar de acuerdo con una renovación de su emblema.

Habría que celebrar entonces la valiente decisión de la diputada Ana Gabriela Guevara de subir a la tribuna de la Cámara de Diputados, el pasado 20 de septiembre, para presentar su iniciativa de reforma al artículo 73 de la Consti­tución y al artículo 32 bis de la Ley sobre el Escudo, la Bandera y el Himno Nacional. Estas reformas proponen prohibir el uso simultáneo de los tres colores de la Bandera Nacional en cualquier emblema distintivo o símbolos en general de los partidos políticos.

Esta propuesta suena perfectamente lógica y a tono con los nuevos tiempos democráticos. Sin embargo, o quizás precisamente por ello, la reacción del PRI no se ha hecho esperar.

Por ejemplo, el gobernador de Campeche, Alejandro Moreno Cárdenas, arremetió contra la medallista olímpica y ganadora de numerosas competiciones: Una diputada federal que ganó, pero que no sabe ganar, promueve con un claro rencor revanchista el cambio de colores de nuestro partido; ¡qué grado de sicosis tendrá, que quiere decidir por todos nosotros!(https://bit.ly/2xx73YL).

El mundo de cabeza. El rencor y la sicosis no están de lado de quienes hoy buscan cumplir con el mandato de las urnas desde el Congreso y se preparan tranquilamente para conducir a la nación durante los próximos seis años, sino de parte de quienes hoy se desesperan frente a la pérdida de su control corrupto sobre el presupuesto federal.

Llamar revanchismo al fin de los privilegios generados al amparo del poder estatal es un total despropósito. Lo único que ha permitido al PRI apropiarse de la bandera nacional para su causa política ha sido su control autoritario sobre el sistema político. La llegada de la democracia debe implicar precisamente el fin de este tipo los privilegios.

Pero el PRI jamás ha sabido aceptar la derrota. Tantas décadas en el poder lo ha mal acostumbrado a la vida fácil y a la impunidad más absoluta. Así que desde Campeche, y desde otros rincones autoritarios del país, se levanta la voz de la resistencia al futuro gobierno democrático de Andrés Manuel López Obrador y, en general, a la Cuarta Transformación de la República.

Vamos a verlos chocar contra la pared; vamos a verlos sufrir por no saber gobernar; vamos a verlos doblarse por no poder con los grandes retos que tiene México; vamos a verlos desear no haber ganado, proclama el gobernador Moreno Cárdenas.

Este discurso violento, autoritario, antinstitucional y antirrevolucionario pinta de cuerpo entero al viejo sistema y demuestra con toda claridad por qué la secta política que hoy controla al partido supuestamente revolucionario e institucional debe renovarse por completo si quiere mantenerse vigente en el nuevo momento democrático que hoy se vive en la nación.

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