LA PRI-FRACTURA ¿ANUNCIO O AMENAZA?
En dos diferentes medios, con extraña simultaneidad, la expresidenta del Partido Revolucionario Institucional, María de los Ángeles Moreno, y Francisco Labastida, candidato a la elección presidencial en los albores de este siglo, hablan en tono de advertencia sombría de un fenómeno visible, al menos para ellos: la fractura en el PRI como peligro electoral para el próximo año, como consecuencia de un error en la selección del candidato.
“(El Universal)…si hay un error en la selección del candidato puede darse una fractura que quizá no sea visible pero que desde dentro del tricolor mine el potencial y la posibilidad de triunfo del partido. Esto se sería delicado, porque si el debate se da en la tribuna, aunque haya golpes, sillazos y gritos, bueno, que ahí se dirimiría con el voto, cuál es la ponencia que triunfe o cual es el punto de vista que gane. Hasta ahí todo bien.
“Si después se diera una decisión equivocada que dividiera al partido, ahí si yo no veo cómo la podríamos ganar porque de por si las elecciones en la actualidad son muy competidas y los márgenes de triunfo son escasos, si a eso se le suma una división interna, creo que no habría posibilidades de ganar”.
Por su parte, Francisco Labastida opina de manera muy similar: Revisemos sus palabras (Reforma):
“…Porque si la militancia del partido o respalda al candidato, le va a costar mucho trabajo ganar. Y sólo con la militancia, el partido no gana las elecciones. Lo importante es primero el país y luego los partidos. Entonces lo vital es concentrarnos en discutir qué le proponemos a la ciudadanía y cómo lo queremos hacer… hay gran cantidad de personas que cumplen con los requisitos (honestidad, eficacia, militancia…), diría que además son priistas de probada experiencia. Hay quizá uno que hace un muy buen trabajo como secretario, pero que no cumple con los requisitos (¿Meade?… no le pongamos nombre, pero yo no arriesgaría una fractura en el partido…)”.
Cualquiera podría considerar fútil una discusión fuera del PRI, sobre la unidad del PRI, pero la experiencia del siglo pasado nos dice lo contrario: el peso político de esta organización, su arraigo en la cultura mexicana, su aportación histórica y su presencia, ya sea para bien o para mal en tantas cosas, permite avizorar la profundidad de los cambios nacionales a partir de su funcionamiento, su victoria o su derrota.
Si en los tiempos del partido dominante México tenía una estrategia de desarrollo y un rumbo visible y propio, la declinación interna del PRI, el abandono de su doctrina y su distanciamiento de la sociedad lograron lo imposible: perder el poder desde dentro.
Así nació el Partido de la Revolución Democrática, como fruto de una real división dentro del PRI entre los dogmáticos aprovechados y los “demócratas” desplazados.
Cuando José López Portillo, hombre de placer, no de poder, nos anunció casi con alegría indescriptible que sería el último presidente de la Revolución Mexicana, nos estaba diciendo lo obvio; el pasado se estaba quedando atrás y no había ruta segura para el porvenir.
Más tarde serían asesinados el virtual presidente electo, Luis Donaldo Colosio, y el secretario general, José Francisco Ruiz Massieu, quien iba a ganar las elecciones “de calle”, y llegaría el entreguismo extranjerizante de Ernesto Zedillo al grito de la sana distancia.
El partido había perdido el gobierno, y el gobierno se desentendía de su partido. El círculo estaba cerrado. Colosio había muerto por segunda vez.
Y de ahí en adelante, el desastre.
Pero detrás de este dueto de presagios y advertencias se escucha otra voz: la de Manlio Fabio Beltrones, quien reventó en la presidencia del PRI con el desastroso resultado de las elecciones intermedias.
Además del hartazgo de muchos ciudadanos, Beltrones perdió por dejarse llevar disciplinadamente por el camino de las imposiciones dictadas desde Los Pinos. Lo hundió la lealtad mal comprendida, pero lealtad al fin.
Beltrones nos dice:
“…No caigamos en debates falsos, tenemos que decirle al ciudadano para qué queremos conservar el ejercicio del gobierno.
“Rechazamos la confrontación, no queremos discusiones que sólo reflejen ánimos de conflicto o lucha de posiciones… es indispensable la unidad en la pluralidad en los acuerdos… la unidad siempre es posible con los acuerdos políticos que la sustenten. La política suele estar impregnada de pragmatismo; el pragmatismo que recorre a todos los partidos. Nosotros tenemos claro que un pragmatismo sin ideas, conduce al oportunismo…”.
Pues será el sereno, pero todo esto solamente tiene un nombre: en el espejo cotidiano del partido se refleja a diario el amenazante rostro de la derrota. Un partido sólido, cohesionado, victorioso y seguro, no anda previniendo fracturas ni en pos de alianzas de ninguna especie.
Sólo en la debilidad se busca apoyo.
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