Los de abajo
Hace 10 años conocí en el campamento de Deisheh, Belén, a Naji, activista palestino contra la ocupación que había estado tres veces en alguna de las 30 cárceles israelíes, donde sumó siete años en condiciones miserables, realmente insoportables
, en palabras de él. El infierno es lo que se vive ahí dentro. Habló entonces de los ataques con bombas de gas y municiones de goma en las celdas, incursiones nocturnas con perros adiestrados, estruendos todo el día, falta de atención médica, pésima alimentación, control excesivo de las visitas, quema de propiedades y utensilios personales y un largo etcétera que viola todas las leyes sobre derechos humanos.
Una década después de este relato las condiciones no han cambiado. Por eso hoy se organiza la acción colectiva más numerosa de los años recientes. La periodista María Landi refiere los datos de la organización Addamir: 6 mil 300 presos y presas (incluyendo 500 en detención administrativa), 300 menores de edad, 61 mujeres y niñas, 13 parlamentarios y 28 periodistas, de los cuales al menos mil tienen prohibido recibir visitas por motivos de seguridad
, sobre todo los de Gaza, y entre 15 y 20 permanecen en total aislamiento.
Al paso de los días se han sumado más presos a la huelga de hambre, al tiempo que se intensifica el apoyo popular dentro y fuera de Palestina. En un comunicado, el Sindicato de Comités de Trabajo Agrícola alerta sobre las amenazas de las autoridades israelíes de iniciar la alimentación forzada a casi un mes de la acción política, aunque no es la vida lo que les preocupa.
Poner fin a las inhumanas condiciones carcelarias es una urgencia, como lo es terminar de una vez y para siempre con una ocupación que lleva ya medio siglo. Redoblar la solidaridad, acompañar a los presos con la denuncia y multiplicar las manifestaciones es lo que corresponde hacer desde México, un país clasificado como el segundo más violento del mundo.