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Los viajes a la Luna rompieron el corazón de los astronautas del programa Apolo

Se cumplen durante estos días 45 años del alunizaje del Apolo 15, la primera misión lunar de larga duración que incorporó un ‘rover’ para que los astornautas pudieran explorar mayores extensiones de terreno. En plena efeméride, un estudio recuerda que no todo fueron flores en las expediciones a la Luna. Un 43% de las muertes de astronautas que viajaron hasta el satélite han estado causadas por problemas cardiovasculares, una tasa entre cuatro y cinco veces mayor que la que sufren los astronautas que no han abandonado la órbita terrestre.

“La radiación cósmica puede ser una de las principales limitaciones a la hora de plantearse viajes a largas distancias y de gran duración al espacio”, opina Michael Delp, profesor de la universidad de Florida State y decano de la facultad de Ciencias Humanas. Esos niveles de radiación sólo los sufrieron los astronautas del programa Apolo ya que fueron los únicos que abandonaron el cinturón de van Allen, un escudo electromagnético que resguarda la Tierra de las nocivas radiaciones solares. Una vez fuera del cinturón, los efectos son más pronunciados.

Delp ha trabajado con ocho de los veinticuatro astronautas del programa Apolo que viajaron al espacio profundo. De esos ocho, uno murió durante el estudio (Edgar Mitchell, el pasado mes de febrero) mientras que otros siete ya habían perecido con anterioridad. Y en sus conclusiones, aunque prefiere tomarlas con cierta cautela, advierte de un patrón: los efectos de la radiación sobre el sistema cardiovascular.

Dada la complicación actual que supone enviar astronautas al espacio exterior, Delp y su equipo han optado por exponer a un grupo de ratones a unas condiciones similares a las que sufrieron los integrantes del programa Apolo. Pasados seis meses, el equivalente a veinte años en escala humana, los ratones han mostrado signos de alteración en la circulación arterial, un problema que provoca la aparición de aterosclerosis en humanos.

“La pequeña muestra es una de las limitaciones del estudio, como suele suceder con todos los trabajos con astronautas, así que hay que tomar las conclusiones con cautela”, argumenta Delp. Pero el académico recuerda que nos encontramos en un momento crucial para tomar medidas de cara a proteger la salud de los astronautas que “en los próximos diez años” van a comenzar a viajar, de nuevo, al espacio exterior si se confirman los pronósticos de las agencias nacionales y de compañías privadas como SpaceX.
¿Qué puede hacer la ciencia para prevenir males mayores a aquellos escogidos que abandonen la zona de influencia terrestre? “Todavía hay muchas cosas que desconocemos sobre los efectos de la radiación en el aparato cardiovascular”, explica Delp. El profesor apunta a tres preguntas que la ciencia deberá responder en los próximos años: “¿Qué niveles de exposición a la radiación cósmica provocan alteraciones en la circulación arterial? ¿Existe alguna diferencia en las consecuencias de esa exposición entre hombres y mujeres? ¿Se pueden poner en marcha algún tipo de medidas que puedan mitigar los efectos de la radiación antes, durante o después de una misión?”

Delp y su equipo tienen previsto llevar a cabo nuevos experimentos junto a la NASA en el Johnson Space Center de Houston para tratar de arrojar nuevos indicios acerca de los efectos de la radiación en el cuerpo humano. Conocer mejor las consecuencias de esa exposición es uno de los grandes problemas a los que se enfrentan las agencias espaciales de cara a las dos próximas décadas, en las que todo parece listo para regresar a la Luna y pisar, por vez primera, la superficie de Marte.

“La única diferencia que hemos apreciado entre los astronautas de ambos grupos es el alto grado de mortalidad asociado a enfermedades cardiovasculares”, concluye el profesor.

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