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Alumnos de 10

Maremágnum
Mario Vargas Suárez

Empiezo agradeciendo al doctorando en Pedagogía, Marcial Buttén de León, el correo electrónico de donde tomo nota para este espacio, ya que el solo título del trabajo que me envía, vale para todo un tratado.
El doctorando Butten de León comparte un escrito Del periodista británico John Haltiwanger, sobre un polémico artículo donde declara que las calificaciones escolares no reflejan la capacidad intelectual de los estudiantes, porque asegura “…el promedio medio-bajo de alumnos logra mayores éxitos en la vida que los que tienen calificaciones perfectas.”
Cada uno de los que lean estas líneas pueden ubicarse en el espacio que le corresponda y de ahí, la diversidad de los puntos de vista, ya para un extremo u otro, pero nunca imparcial.
Lo más difícil es referirnos al enfoque de la ciencia y la política educativa del país donde se ubique el contexto del que se hable, aunque los teóricos de la educación en diferentes momentos han pretendido diferenciar la acreditación, la calificación y la evaluación, por cierto, vinculados estrechamente al conocimiento.
La escuela reporta una calificación. Los padres de familia y los estudiantes solo ven una escala, ya numérica del 6 al 10; o literal: N/A, S, B, MB, E; y en algunos casos solo Acreditado o No Acreditado. Esto finalmente es lo que interesa, la calificación.
Sin embargo el enfoque del inglés Haltiwanger es que “…las buenas calificaciones no siempre dan el boleto a un futuro feliz, y no siempre los que eran malos en la escuela después de la graduación se quedan sin trabajo.”
¿Realidad o mentira? El periodista señala ejemplos mundiales: “Steve Jobs que nunca se graduó de una universidad; Mark Zuckerberg y Bill Gates, tampoco. Sergei Korolev, quien lanzó el primer satélite artificial al espacio, era muy malo en la escuela. Vladimir Mayakovsky estudiaba tan mal que no pudo terminar de leer Anna Karenina. Y Joseph Brodsky fue uno de los peores alumnos en su escuela, lo cual no le impidió recibir un Premio Nobel de Literatura”.
Si reflexionamos que la inteligencia es un concepto abstracto y por lo tanto casi imposible de medir. Por ejemplo un psicólogo presenta una tarjeta con diez puntos negros separados por una línea. La respuesta una ficha de dominó; Sin embargo para un campesino pudiera tratarse de un dibujo de un corral con 10 vacas. Y no necesariamente esta apreciación campirana hace menos inteligente al sujeto.
Por el otro lado, el rendimiento académico obedece a la capacidad que el sujeto tiene para aprender. Los nuevos enfoques pedagógicos de la escuela mexicana, exigen no solo la aprensión del conocimiento, sino su análisis, reflexión y la conformación de un criterio.
En México los planes y programas de estudio corresponden al Estado a través de la Secretaría de Educación Pública (SEP), que también los diseña, imprime y distribuye, amén de los libros de texto para los alumnos y las guías para los maestros. Es decir el círculo cerrado.
En la educación superior, la SEP diseña planes de estudio y programas para las escuelas normales de preescolar, primaria, educación media, educación física, especial, telesecundaria, enseñanza técnica y artística.
Los Institutos Tecnológicos también reciben qué estudiar y cómo en cada una de las licenciaturas e ingenierías en sus planteles en la República.
Por lo tanto el Estado Mexicano es el directamente responsable de lo que se enseña y cómo se enseña en la educación básica y sienta las bases de la educación superiora, pero la cotidianidad ha señalado que los números en las boletas no necesariamente reflejan el buen desempeño y la inteligencia de los egresados del sistema educativo.
Cierro este espacio con una cita del periodista británico John Haltiwanger, “Nunca dejes de aprender, nunca te rindas y, lo más importante, no te olvides de disfrutar el proceso del aprendizaje.”

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