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Cuando los alcaldes se la jugaban por Nuevo Laredo

No como CCR que sólo se dedica a saquear al pueblo

TINTERO

Por Francisco Pucheta

Hace 43 años tres reos del penal de La Loma encausados por narcotráfico salieron por la puerta grande del reclusorio para participar en el exterminio de la peligrosa banda de Los Reyes Pruneda, comisión que la Procuraduría General de la República (PGR), había delegado en una fiscalía especial encabezada por Salvador del Toro Rosales.

Eliézer N. alías ´´El Perro´´, Juan N. (a) ´´La Torta´´ y Tobías N. (a) ´´La Huila´´ asumieron el papel de sabuesos para ubicar a doña Simona y a toda su prole compuesta por Refugio y José Reyes Pruneda. La DEA colaboró estrechamente en los operativos para acabar con el infierno que se cernía sobre Nuevo Laredo, ciudad a la que la prensa internacional le había adjudicado el adjetivo sustantivado de ´´El Chicago Chiquito´´ por la sangre de gente inocente, policías, turistas y hasta de comandantes de la desaparecida Policía Judicial Federal, que corría por sus calles.

-¿Cómo piensa usted acabar con los narcos que andan por ahí sueltos, desafiantes, sin pudor sembrado el pánico entre la población y matando inclusive a policías y comandantes?, se le preguntó.

El hombre cincuentón, se apoltronó en su sillón forrado de piel café desgastado por el uso y replicó: ´´sencillo…con la gente de su misma ralea, la que ha delinquido menos que ellos, pero que a la vez conoce sus terrenos y desplazamientos nos servirán de apoyo…confíen en las estrategias que traemos…apóyennos, no se van a arrepentir´´. Dicho sea de paso, estábamos frente al personaje que más tarde seria conocido como ´´Fiscal de hierro´´ o el ´´Implacable´´ aquel que desató una feroz cacería hasta dar con el paradero de los felones narcotraficantes que habían sembrado el terror y la angustia entre los habitantes de una comunidad que la habían despojado de su fama de ´´Ciudad blanca´´.

Reconoció Del Toro Rosales en aquel entonces que las autoridades municipales y sociedad civil se unieron para exigir un alto a la violencia que azotaba a la región. El hartazgo había llegado a su límite por lo que decidieron aliarse contra la delincuencia rijosa y asesina.

Sin embargo, se contaba con un alcalde de gran talante como el profesor Abdón Rodríguez Sánchez, que no era del PAN ni se valía de soldados o vehículos blindados para salir a la calle como estila Carlos Canturosas Villarreal y su familia que hacen gala de un dispendio de recursos mientras al pueblo lo dejan sin apoyos sociales.

Instalados en el despacho de la PGR de la planta alta del Palacio Federal, el hombre de baja estatura, tez morena, complexión delgada, pelo y bigote ralo entrecano, llegaba con todo el poder del Estado mexicano para encarar la violencia que ganaba terreno y se apropiaba de los espacios públicos.

Su equipo estaba integrado por una decena de agentes efectivos de la Policía Judicial Federal al mando de los comandantes Luis Soto Silva y Ernesto Danache Cantú, que años después prolongarían su estancia en Nuevo Laredo sirviendo en carteras policíacas estatales y municipales.

Por seguridad Del Toro Rosales dormía en el Hotel Hamilton de Laredo, Texas donde lo custodiaban policías de la vecina ciudad y de este lado de la frontera lo escoltaban sus pares mexicanos.

El despliegue de fuerzas policiacas en esta ciudad provocó que los delincuentes se replegaran e incluso huyeran de este puerto fronterizo terrestre. Sin embargo, las indicaciones de la PGR y por petición misma de las autoridades locales eran, no de contenerlos sino de acabarlos.

Aparte del Ayuntamiento y el gobierno estatal se contó con el apoyo de la Secretaría de la Defensa Nacional que asumió un papel estratégico e importante en la desarticulación de una de las bandas más peligrosas del crimen organizado.

La lucha implacable contra la dinastía capitaneada por Cuco Reyes Pruneda y su figura emblemática, Doña Simona, quedó muy pronto reducida a una caricatura del horror tras el desmantelamiento de su reducto enmarcado en el célebre kilómetro 13, de negra memoria para una generación de neolaredenses que ha ido desapareciendo con el paso de los años.

La huida despavorida a la zona montañosa de Sabinas Hidalgo, Nuevo León no le funcionó a los Pruneda que trataron afanosamente de evadir la persecución tenaz de los perros de presa en que habían convertido los agentes y sus guías excarcelados. Salieron en abanico, peinando y rastreando por todos los rincones hasta dar con su paradero.

Cuando los ubicaron, los rodearon e invitaron a salir de una las casas de seguridad que ocupaban con las manos en alto, pero como respondieron con balas la respuesta no podría ser de otra forma y los Reyes Pruneda quedaron abatidos.

Y muerto el perro se acabó la rabia.

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