Estados Unidos… ¿Mexicanos?
Octavio Rodríguez Araujo
Fueron suficientes casi 100 días para echar abajo, desde el Congreso de la Unión, nuestra soberanía estratégica (¡y los recompensan!). Después de varias décadas de monopolios estatales de la energía del país, ahora ésta quedará abierta a la inversión privada nacional y extranjera. El Congreso de la Unión, por si había alguna duda, es peñista (que no priísta) en su mayoría aplastante y aspira a continuar así, y no lo digo sólo yo, sino también el presidente del Revolucionario Institucional, César Camacho Quiroz ( Milenio, 7/8/14).
Corrupción al margen, los mexicanos éramos los poseedores del petróleo y la electricidad, con algunas concesiones, sobre todo indirectas, a la iniciativa privada. Ahora no. Gracias al gobierno de Peña Nieto y a sus compromisos con quienes lo llevaron a la Presidencia, el Estado mexicano compartirá lo que con muchos esfuerzos e inversiones construyó durante décadas. Si de por sí, especialmente por nuestra vecindad con Estados Unidos, nuestra soberanía ha sido precaria y vulnerable, antes por lo menos se defendía con la propiedad pública de empresas y recursos estratégicos ambicionados por las grandes trasnacionales, que nunca, desde la expropiación de 1938, han quitado el dedo del renglón. Finalmente se les va a hacer y, al parecer, sin necesidad de presiones punitivas ni de invasiones como las dos guerras del Golfo emprendidas por Estados Unidos.
En México bastó que la derecha tecnocrática ganara el poder, desde Salinas de Gortari hasta Peña, para que se privatizaran empresas públicas que servían incluso para negociar con las grandes potencias la dignidad de un país que era ejemplo para América Latina, un buen ejemplo. Fueron suficientes 30 años y algunos más de gobiernos partidarios y defensores del neoliberalismo para desnacionalizar el país. Entre la minería, los ferrocarriles, la importación de tecnología, la liberación de nuestras fronteras y ahora los energéticos, México ha perdido y seguirá perdiendo no sólo su sello distintivo como nación soberana sino sus riquezas.
¿Quién pagará todo esto? Los mexicanos, cada vez más pobres y cada vez con menos perspectivas de mejoras en sus condiciones de vida (México, señaló la Cepal, es el único país de América Latina donde el salario es inferior al umbral de la pobreza). Antes, a pesar de un mayor autoritarismo y de la secular corrupción que nos ha caracterizado históricamente, los mexicanos teníamos oportunidades de empleo y de algunos de los beneficios de la riqueza que producíamos. Ahora no hay suficientes empleos y los salarios reales son cada vez menores: sus aumentos, incluso nominales, se otorgan siempre debajo de la inflación.
La población económicamente activa en la economía informal ya ha rebasado en porcentaje a la formal y las inversiones directas de capital, por la lógica de las nuevas tecnologías, tienden a emplear pocos trabajadores, cada vez menos. O sea que no estaremos mejor aunque haya más inversiones y se genere más riqueza. Los dueños de ésta, en cambio, serán muy felices y celebrarán al PRI que antes criticaban. Finalmente la cereza del pastel, junto con la totalidad de éste, les podrá pertenecer a partir del lunes pasado; y ellos saben bien que al abrirse la puerta para que entren a sus anchas, todo lo que tendrán que hacer es tumbar las paredes, aunque sea sin mucho ruido. Ya encontraron la fórmula: ganar la Presidencia, dominar el Congreso de la Unión y ver, desde su poltrona, cómo las izquierdas continúan sin entenderse y sin asumir sus responsabilidades como oposición.
Para las izquierdas los poderes fácticos encontraron también una fórmula que casi nunca falla: una inyección de oportunismo y quizá algunas compras de alto nivel en el supermercado de la política, pues bien saben que Morena, que podrá ser oposición fuerte, tardará todavía en ocupar el lugar al que aspira. Roma no se construyó en un día, pero se construyó.