Cuauhtémoc Gutiérrez era inocente
MÉXICO, D.F. (proceso.com.mx) .- El partido que arropa en la impunidad a Carlos Salinas de Gortari, Roberto Madrazo, Carlos Romero Deschamps, Emilio Gamboa, Mario Marín, Fidel Herrera, Javier Duarte, Humberto Moreira, Ulises Ruiz y un sempiterno etcétera clama por el respeto a una cultura de valores.
El expresidente del PRI en el Distrito Federal Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre fue desconocido por sus correligionarios, arrojado al basurero de los indeseables. Personajes con un historial no más limpio que el suyo lo enjuiciaron públicamente para ¿salvaguardar? la “buena” imagen de este partido.
Manlio Fabio Beltrones, coordinador del PRI en la Cámara de Diputados, sentenció que quienes cometen delitos “tendrán que sufrir las consecuencias”. César Camacho, presidente del PRI, se deslindó: “Este no es un asunto del partido, las conductas penales son conductas personales y cada uno a título de persona le tiene que hacer frente”. Y 179 dirigentes priistas sermonearon en una carta: “El PRI no debe solapar ninguna práctica que atente contra sus valores y principios, ni otorgar patentes de impunidad a quien transgrede la ley”.
Si un caso ejemplifica la justicia aplicada desde la toga mediática es el de Cuauhtémoc Gutiérrez. En 2003 el periódico “Reforma” publicó evidencia sólida de que el priista se valía de su licencia de militante para obtener favores sexuales de jóvenes contratadas mediante engaños. Tuvieron que pasar once años para que el líder fuera desconocido por sus correligionarios. Sólo la fuerza de una prueba auditiva presentada por el noticiero conducido por Carmen Aristegui logró este cometido.
El 26 de mayo de 2003, el periódico “Reforma” publicó el testimonio de “Yolanda”, una joven que fue engañada por el entonces diputado local: “Me dijo que no me preocupara porque la próxima vez iba a ser yo (la que fuera a su casa) y que le preguntara a mi compañera, con la que fui acompañada ese día (al bar), que le preguntara a ella, que ya me iba a ir acostumbrando y que al cabo del tiempo a lo mejor y me iba a gustar (ir a su casa)”.
En una práctica casi idéntica a la develada en días pasados por MVS Noticias, en 2003 Gutiérrez mandaba publicar anuncios clasificados con el siguiente mensaje: “Solicito demo-edecanes, edecanes y secretarias, urgente, sueldos de $8,000 a $14,000 (mensuales). Tel. 55469689. Srita. Marlén García”.
El periódico “Reforma” descubrió que desde las oficinas del Movimiento Territorial del PRI capitalino, Cuauhtémoc Gutiérrez integró un grupo de 20 edecanes para su “atención personal, pública y privada”.
Además de esta investigación, por su conducta Gutiérrez demostró con variopintos ejemplos su desprecio por la cultura democrática y su cercanía con el mundo criminal. Cuando en octubre de 2004 sus simpatizantes arrojaron huevos y sillas a los seguidores de su rival, María de los Ángeles Moreno, durante el Consejo Político del PRI capitalino, se justificó ante la prensa: “Hubo huevos, como en Francia hay pasteles. ¿Para qué nos rasgamos las vestiduras?, ¿para qué asustarse si hay jitomates o hay huevos? Todo es comestible. No es el mejor espectáculo, pero es mejor a que hubiera tubos o palos” (“Reforma”, 25 de octubre de 2004).
Sobran pruebas de que el PRI sabía quién era Cuauhtémoc Gutiérrez y aún así lo encubrió y lo convirtió en su dirigente en el Distrito Federal. Por ello es hipócrita, oportunista y mediático su intento de deslindarse de uno de sus principales partidarios.
El sociólogo alemán Robert Michels en su clásica obra “Los partidos políticos” advirtió que estas instituciones son, en realidad, un instrumento de la oligarquía, parte intrínseca de la burocracia de la organización en gran escala. Para sobrevivir, reflexiona, los líderes se devoran entre sí:
“(…) En todos los partidos populares falta ostensiblemente un espíritu de fraternidad genuina; no encontramos confianza mutua sincera y cordial; hay una lucha latente constante y un espíritu de irritación determinado por la desconfianza recíproca de los líderes, espíritu que ha llegado a ser una de la características esenciales de toda democracia”.
Los dirigentes partidistas conocen a la perfección los movimientos de sus competidores. Se espían, se dan la mano y se traicionan. Llega al poder quien sumó más recursos y complicidades. Un dibujo perfecto de este comportamiento lo brindó Ernesto Cordero, aspirante a dirigir el Partido Acción Nacional, en un audio difundido por el periódico “El Universal” en enero pasado. El aliado de Felipe Calderón llamó “ratero” a Gustavo Madero, su contrincante en la contienda por presidir al PAN.
“Estos cabrones han abusado (…) la unidad del partido es entre iguales, entre gente honesta, entre compañeros, esos somos los que tenemos que estar unidos (…) (La unidad no consiste) en dejarle pasar a estos pinches ladrones lo que están haciendo”, encomiaba Cordero al diputado panista Fernando Rodríguez Doval. En respuesta, lejos de ratificar su palabra, el exsecretario de Desarrollo Social se quejó de la difusión de una “conversación privada”.
El periódico “La Jornada” difundió el 14 de febrero de 2006 una conversación en la que el entonces gobernador de Puebla, Mario Marín Torres, se comprometía con el empresario Kamel Nacif a “darle unos coscorrones a esa vieja cabrona”, en referencia a sancionar a la periodista Lydia Cacho por su investigación sobre la pederastia “Los demonios del edén”.
El caso cobró dimensión de escándalo cuando Televisa reprodujo el audio de la charla; la clase política se le vino encima al mandatario. Felipe Calderón, quien en esos tiempos aspiraba a la presidencia de la República, advirtió que, de ganar la contienda, enjuiciaría al priista. La historia posterior demostró que esa promesa no sólo no se cumpliría, sino que Calderón caminaría de la mano con Marín.
El escándalo que desató el trabajo periodístico del equipo de Carmen Aristegui en el caso de Cuauhtémoc Gutiérrez corrobora que, en cuanto a la clase política se refiere, algo parecido a la justicia sólo podría aplicarse si hay pruebas sólidas en video o audio, como ocurrió con los involucrados en los videoescándalos de 2004 relacionados con el PRD y la administración que encabezaba Andrés Manuel López Obrador, que fueron encarcelados o separados de sus cargos. No obstante, la mayoría de las investigaciones periodísticas o académicas que carecen de elementos “escandalosos” son pasadas por alto una y otra vez. Sólo (a veces) las evidencias morbosamente gráficas son suficientes para aspirar a un símil de justicia.
Mientras tanto, los presidentes y líderes de los partidos políticos gozan de su mutua protección. Viajan, beben, visten y gozan con cargo al erario. En 2014, de acuerdo con información pública del ahora extinto Instituto Federal Electoral, el PAN ejercerá 917 millones 195 mil pesos; el PRI poco más de mil millones y el PRD superará los 699 millones de pesos. Con este dinero, como probó la investigación de MVS Noticias, algunos dirigentes pagan hasta servicios sexuales.
Cuauhtémoc Gutiérrez fue separado de su cargo, pero Laura Arellano, quien fuera su compañera de fórmula, lo sustituyó. Las piezas del tablero son desechables, el juego es el mismo.
El mensaje de la clase política mexicana es meridiano: Todos son inocentes… hasta que un escándalo demuestre lo contrario.
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