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2 de octubre se reaviva

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El corazón de la Ciudad de México se convirtió en un campo de guerra.

Anarquistas y elementos de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal (SSPDF) protagonizaron ayer una de las jornadas más violentas de los últimos años, en este sitio.

En el marco del 45 aniversario de la represión a los estudiantes en la plaza de Tlatelolco, los encapuchados, identificados como “anarquistas”, lanzaron bombas molotov, cohetones, palos y piedras a los uniformados que estaban a su paso. Y otra vez, después del primero de diciembre, destrozaron negocios.

La respuesta de las autoridades fue inmediata: toletazos, patadas, golpes con los escudos, gas pimienta y hasta pedradas fueron sus armas; el saldo preliminar fue de al menos 102 detenidos y 51 heridos, 30 de ellos policías.

La fuerza policiaca se vio superada por los grupos subversivos durante una hora de enfrentamiento sobre avenida Hidalgo, Reforma y Bucareli. Incluso, se vieron incapaces de reaccionar.

La operación “disuasión” llegó a la hora con 5 minutos y duró 30 minutos más. Policía montada, granaderos, policías bancarios y hasta grupos de reacción–vestidos de civiles– arremetieron contra los manifestantes.

Y es que en esta ocasión, los “anarquistas” se calcula que eran más de 300. Todos perfectamente organizados y armados para darle al gobierno una lección: generar caos.

Por eso los enviaron a la retaguardia de la marcha que comenzó en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco. Primero iban los históricos, luego estudiantes, los del SME, y después otras organizaciones.

Marcharon sobre Reforma y avenida Hidalgo. Al llegar a Eje Central se encontraron con una valla de policías que les impidió el paso al Centro Histórico. Ahí los maestros determinaron no enfrentar a la SSP-DF y dirigirse al Ángel de la Independencia.

La vanguardia dio vuelta en “u”. Entre consignas y pancartas marcharon al lugar donde emitirían más tarde un pronunciamiento.

Pero los anarquistas estaban listos para atacar y la policía para reaccionar; ambos lograron su objetivo. Pero los reporteros, fotógrafos, maestros y espectadores también fueron víctimas de las agresiones policiacas.

Y eso que el secretario de Gobierno del DF, Héctor Serrano, informó a través de su cuenta de Twitter que había mil 700 policías federales y 5 mil 300 del DF, más 50 visitadores de la CDHDF.

El conflicto comenzó formalmente a las 17:05 horas. Minutos después de que los manifestantes se dirigían nuevamente hacia Reforma, se tomó la decisión para evitar un enfrentamiento. El cual solo sirvió como grito de guerra.

— ¡Aguanten banda! — gritó un espigado joven de ropa oscura y ajustada cuando el último contingente se enfilaba hacia el Ángel alado. La mirada retadora y las señales obscenas hacia los policías se replicaban una y otra vez entre los anarquistas. Parecía todo controlado cuando dos de ellos se dieron valor y lanzaron las primeras piedras.

La estrategia de un ataque planeado

En plena refriega uno de los líderes los intentó controlar a la turba: “¡Ya cálmense! todavía no es momento”, les gritó. La voz corrió entre los asistentes, pero la euforia del momento los nubló; otro les arrojó un petardo.

Comenzaron a marchar de regreso y la policía trató de encapsularlos. Ellos lo sabían. Tanto, que la orden era incisiva: “no se dejen encapsular: sepárense un poco”.

Conforme avanzaban los proyectiles caían entre la valla de uniformados. Los gritos de celebración eran ensordecedores cada vez que le atinaba a su objetivo. Botes de pintura también cayeron sobre la SSP-DF.

Fueron 20 minutos sin respuesta. Mil 200 segundos de contención. De cubrirse. Luego lanzaron la primera carga de gas pimienta… Los ojos nublados, flujo nasal y complicaciones respiratorias aturdieron a los presentes.

Unos se quedaron inclinados tratando de jalar aire. Otros corrieron en busca de agua, vinagre o una coca-cola para vaciarla en sus rostros. El momento fue ideal para tratar de capturar algún rezagado manifestante; no lo lograron.

En la esquina de avenida Hidalgo y Reforma se acentuó el zafarrancho. Tras no poderlos capturar, los anarquistas se engallaron. Lanzaban bombas molotov que prendieron la ropa de un par de uniformados. Los encargados de portar el extintor apagaron las llamas.

Desde tres puntos intentaron encapsularlos. “¡No dejen que se acerquen! Gritaban hasta desgañitarse. El golpe de los petardos en los escudos los hacía detener el avance.

Piedras volaban de lado a lado. Prensa, manifestantes y anarquistas se agazapaban. Y nuevamente los “anarcos” se abalanzaban sobre los considerados para ellos enemigos naturales.

—No corran — decía con énfasis un señor de piel morena y cabello cano. “Si corren nos van a lastimar”. Pero el miedo era parte de la batalla y todos corrían. Así, los fueron alejando hasta la Torre del Caballito.

Una policía desconcertada

Ante la embestida violenta y uso de armas de los anarquistas infiltrados, los encargados del orden respondieron tardíamente ante la sorpresa

La organización de los manifestantes era metódica: abrirles paso a los grupos subversivos, proveerlos de proyectiles y volverlos a enviar a la retaguardia de donde estaban arrinconados.

El paso siguiente era alzar las manos en señal de rendición y gritar: “no a la violencia…” El desconcierto de los policías fue constante. Y por eso los anarquistas se volvieron a abastecer de piedras, palos y bombas molotov.

En ese punto de la ciudad, se reactivó la batalla. Las agresiones llegaron de ambos bandos. Incluso el subsecretario de Operación Policial de la SSP-DF Luis Rosales Gamboa “jefe Apolo” fue herido; lo sacaron en una ambulancia.

La campal siguió. Atrás de la fuente de Reforma y el Caballito los grupos radicales tenían su arsenal. Por eso atacaban una y otra vez a los uniformados, por eso ellos respondían con golpizas a quien lograban capturar.

El gas pimienta se hizo una constante. Ver a todo mundo de rodillas con los ojos llenos de lágrimas y jalando aire era parte del escenario. Desde los edificios aledaños todo mundo observaba.

Los paramédicos entraban y salían de la zona con hombres en camilla o cargándolos, mientras los visitadores de Derechos Humanos trataban de resguardarse a tras de los uniformados.

Los reporteros tenían que gritarles a los granaderos que no los golpearan. Sin embargo, ellos no entendían de razones y trataban de sacarlos a punta de escudos y de insultos.

Para seguir de cerca la batalla, había cámaras de video en helicópteros y tierra. Por eso los que protagonizaron la marcha del 2 de octubre no frenaron su paso. Continuaron hasta el Ángel y dieron su discurso lo más pronto posible.

Pasó hora y media después de que comenzara el conflicto para que las autoridades pudieran disuadir a los manifestantes. Y los excesos llegaron otra vez. Gente encapsulada, sin poder salir de Reforma o una golpiza improvisada era el requisito para salir de la zona.

En cambio, la retirada de los anarquistas fue sencilla. Después de destrozar tiendas de autoservicio, oficinas y hasta el inmueble del Periódico Excélsior, la mayoría se fue sin mayor inconveniente…

Los anarquistas solo se bajaron los paliacates o se quitaron los pasamontañas y salieron resguardados por la CNTE, que se marchó hacia el Ángel de la Independencia.

Así, como si estuvieran contentos de cumplir con su tarea. Algunos, como “el chivo”, afirmaron que “esto se acabó porque ya no tenían armas para atacar a los perros (policías) pero que otro día será…“.

…y en el Ángel repudian la represión

Por Adriana Amezcua

“A 45 años de la matanza del 2 de Octubre, la represión se siente más cerca que nunca”.

A las 18:30 horas, Félix Hernández Gamundi profiere esta frase en una parte de su discurso en conmemoración de la “Matanza de Tlatelolco”.

Apenas unos minutos antes, a escasos kilómetros del templete desde donde el dirigente del Comité del 68 habla, se acaban de escuchar diversas detonaciones.

Las mismas tienen lugar cinco minutos después de las 18.10 horas, cuando en torno al Ángel de la Independencia miles de personas guardaron un minuto de silencio en recuerdo de los caídos en la masacre de 1968.

Con los puños en alto, el silencio imperó durante 60 segundos y cubrió la atmósfera. A varias personas se les llenaron los ojos de lágrimas. Entre ellas a una anciana de pelo corto y blanco, que cubrió su rostro y lloró quedamente sentada sobre la escalinata del monumento a la Independencia.

De ese momento de fugaz quietud se pasó a otro de conmoción general.

Aunque desde pasadas las 17:00 horas varios de los presentes sabían que kilómetros atrás se estaban produciendo enfrentamientos entre civiles y uniformados, el susto enchinó la piel cuando los disparos de petardos se escucharon mucho más cerca.

Al oír las detonaciones, a la altura de la Glorieta del Caballito se vivieron instantes de gran tensión. Contingentes de personas, que parecían corrientes de ríos, se inquietaron sobremanera y comenzaron a moverse sin saber a dónde ir.

Algunos gritaron que la policía estaba encapsulando a algunos contingentes que aún no llegaban. Querían ir a ver qué estaba pasando, por qué no terminaba de llegar el resto de la marcha.

Los organizadores de la marcha llamaron a la calma. Conminaron a los manifestantes a permanecer en orden y tranquilos en el lugar.

Varios integrantes del cinturón de seguridad se echaron a correr para ver lo que sucedía.

Se supo que un contingente de maestros de Oaxaca ya venía avanzando. Poco a poco la calma se restableció y el mitin siguió su curso.

A 45 de años de la “infame represión” del 2 de Octubre, miles de estudiantes, maestros, integrantes de diversas organizaciones sociales y de sindicatos marcharon desde la Plaza de las Tres Culturas hasta el Ángel de la Independencia para recuperar las calles, uno de los símbolos de la libertad conquistada en 1968.

Los manifestantes no pudieron llegar al Zócalo, que es lo que querían ya que el perímetro del Centro Histórico fue fortificado de tal forma que parecía imposible llegar y para algunos podría considerarse suicida siquiera intentarlo.

Trascendió que 5 mil 300 policías y granaderos fueron desplazados en diversos puntos para evitar el acceso a la Plaza de la Constitución.

El enojo era grande pero la prudencia fue mayor y los dirigentes del Comité del 68, que encabezaron el enorme contingente que marchó desde la Plaza de las Tres Culturas hasta las inmediaciones del Paseo de la Reforma, evitaron que las masas mostraran su inconformidad con acciones.

En sus discursos sí volcaron su frustración.

Afirmaron que el PRI de hoy no es otro sino el mismo que reprimió en el 68 a cientos de estudiantes.

Demandaron también abatir el autoritarismo y frenar la represión, que en el México de 2013 va en un alarmante ascenso.

La voz de Hernández Gamundi –quien el 2 de octubre de 1968 fue detenido, golpeado y luego encarcelado dos años en la prisión de Lecumberri– exigió al gobierno federal y capitalino la disolución del cuerpo de granaderos y la libertad para los presos políticos, en especial al del maestro Alberto Patishtán.

Otras demandas escuchadas en la movilización de ayer miércoles fue presentar a todos los desaparecidos en el país. Y frenar, de una vez por todas, todos los afanes de llevar adelante las reformas estructurales, con las cuales se busca seguir golpeando al pueblo mexicano.

Los discursos de la frustración

A 45 años de la manifestación reprimida en Tlatelolco, se recordó en los discursos que el acto histórico que se inició en 1968 fue “una demostración de fuerza que nos debe alegrar”.

Se indicó que “no es admisible que las grandes avenidas estén rodeadas de cuerpos policiacos”, y también manifestaron su enojo de que el gobierno haya secuestrado el primer cuadro de la Ciudad de México.

Indicaron en público que no se debe retroceder a la situación que se tenía hace 45 años, cuando era imposible realizar un mitin político en México.

“Hoy de nueva cuenta se pide los mismo: no volver a la situación que privaba en el 68… a los mítines organizados por el charro Fidel Velázquez”, afirmó el dirigente del Comité del 68.

Porque como la libertad no tiene límites, dijeron, “estamos aquí, como los maestros, recorriendo el territorio nacional”.

Los aplausos y gritos se escucharon. Una constante de esta marcha del 2 de octubre fue que a lo largo de toda su trayectoria hicieron extensivo su apoyo a la lucha que encabeza la CNTE en el Distrito Federal y diversos estados.

Con consignas como “en pie de lucha por una verdadera reforma educativa” y “libros sí, granaderos no”, se reiteró la simpatía con las causas del llamado magisterio disidente, que desde hace varias semanas tiene en jaque a las autoridades en algunos estados de la República.

En el templete, junto al Comité del 68, aparecieron los líderes Rubén Núñez, de la Sección 22, y Juan Jesús Ortega, de la Sección 18.

Dijeron que la CNTE no es ajena a la lucha de los estudiantes del 68, que “lucha codo con codo” con los estudiantes para “recuperar los principios de una generación que nos enseñó a luchar”, precisó Ortega.

Y Núñez se lamentó por la “represión” que, dijo, tuvo lugar en el estado de Oaxaca en el marco de la conmemoración del 2 de Octubre.

La histórica marcha de octubre

Al filo de las 4 de la tarde fue cuando dio inicio una sui generis marcha del 2 de Octubre.

Tradicionalmente se ve cada año a cientos de estudiantes y profesores de preparatorias y facultades de la capital. Esta vez, junto a ciudadanos y miembros de organizaciones sociales, se vio también marchar a cientos más de otros estados del país.

Con contingentes de estudiantes de la UNAM, el IPN, la UAM, la Universidad de la Ciudad de México, el Claustro de Sor Juana, entre otras, marcharon la Escuela Normal Indígena de Michoacán y la Universidad de Chapingo.

También jóvenes de la Federación de Estudiantes Campesinos y Socialistas de México.

Fueron ellos quienes desplegaron una megamanta roja, simbolizando un gran charco rojo de esa sangre derramada en el 68 que “no se olvida”.

Los gritos de los chicos se escucharon, por horas, desde la Plaza de las Tres Culturas hasta Reforma.

“Normalista, escucha, el 68 está en tu lucha”, “Peña decía que todo cambiaría; mentira, mentira, la misma porquería”.

Además de mantas y cartulinas, unas decenas de estudiantes del Claustro de Sor Juana marcharon cargando plantas y flores. Incluso un alumno de esta escuela, a la altura de Garibaldi, se puso a leer poesía a miembros de la Policía montada.

“No tengo miedo, ni empleo, ni quizá petróleo”, ¿por qué tener miedo, cuando no hay quizá futuro?”, dice el estudiante que fue repartiendo trozos de poemas a los uniformados.

En este México, un “país de tantos contrastes, donde habitan los inmensamente ricos con los inmensamente pobres”, se escuchó decir a otra joven que afirmó que es una fortuna que algunos sigan saliendo a las calles a luchar por sus convicciones.

A reclamar que en este país “las cosas no aguantan más como están”.

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