Columnas

Con Café y a Media Luz | Indignación social

AGUSTÍN JIMÉNEZ

¡El título de la entrega de este día es un término parcial, incompleto, romo, obtuso y corto para poder adjetivar la rabia que se siente quemar las entrañas por los hechos acontecidos que construyeron el crimen de la pequeña Fátima! ¡Es un hedor nauseabundamente intolerable, una pestilencia indescriptible a miseria humana carente de valores y ajena a cualquier sentido de bondad y amor!

Asco, frustración e ira son los primeros sentimientos que se agolparon en mi pecho cuando leí la declaración de la mujer quien según dijo a las autoridades, abusando de la confianza generada en la menor por el hecho de haber vivido en el mismo domicilio, la tomó de la mano para conducirla al más perverso y doloroso de los desenlaces que un niño pudiera tener.

¡Inconcebible! Es el límite que se le puede adjudicar a la maldad que se anidó en esos individuos.

Ante de continuar, gentil amigo lector, le ofrezco una disculpa, porque al participarle mi frustración abuso de la condición de opinión libre y respetuosa que nos rige y que, sin otra intención que perseguir la reflexión, se la ponemos a su consideración y dispensa en cada ejemplar en el que me lee, sin embargo, este hecho que ha conmocionado a la sociedad mexicana es imposible pasarlo por alto.

Si usted es padre o madre de familia, sabrá del sentir al que me refiero y que trato de transcribirle en estas líneas.

Derivado de este hecho, así como otros tristemente similares, me permito preguntarle, mi querido y respetado amigo, sabedor que muy probablemente no esté de acuerdo conmigo, ¿No ha sentido a las autoridades encargadas de prevenir y erradicar al fenómeno delictivo un tanto timoratas y a las que se encargan de impartir justicia en una condición igual?

En el primer término, me permito recordar el lamentable suceso ocurrido en la región lagunera, en la que un jovencito descargó dos armas de fuego – por cierto, indebidas para la población civil – en contra de su maestra. Después de ese suceso se activó a lo largo y ancho del país el llamado “operativo mochila”, mismo que fue suspendido en los noventas porque se “violentaban” los derechos de los niños en lo que a privacidad se refiere.

Después de la tragedia actuaron maestros, cuerpos policiacos y padres de familia para abrir los morrales de libros. Ya no importó el derecho a la privacidad ¡Qué bueno que lo hicieron para que ya no ocurriera un hecho de sangre!, ¡Qué malo que se acordaron de realizarlo después de una historia cuyo final se escribió en el cementerio de Torreón!

En esos días escuché a un personaje de la vida pública de nuestro país reconocer que habían “tapado el pozo, después de ahogado el niño” y, como si se tratara de un premio de consolación, agregó: “Pero ya no volverá a suceder”.

Hoy, el caso de Fátima, narra en cada uno de sus episodios una lamentable historia, pero no de una niña que ha fallecido, sino de una sociedad mexicana en decadencia y los escenarios, protagonistas y antagonistas solo cambian de nombre, pero cada papel está representando con fidelidad en cada uno de los montajes.

Los testigos descuidados o desentendidos que lo mismo pueden ver que se están llevando a una jovencita, que golpear a un anciano y son incapaces de hacer algo por impedir la atrocidad, pues eso “sería meterse en problemas”. La autoridad, muchas veces, pasiva, actuando de manera tardía a menos que la indignación mediática sea el reloj que les marque la cuenta regresiva. El descuido, el maltrato y el olvido en el entorno familiar que le dan la condición de fragilidad a la víctima y la colocan en lugar y en el instante menos indicados. Y, por último, el villano, quien – por lo general – en su historia de vida es una víctima sobreviviente del delito o la carestía y busca replicar en el alguien más los sucesos que le atormentan en su pasado.

Empero, en los últimos años, dos ingredientes más se han sumado a esta lista de personajes.

Uno, es un hombre que sentenció que la corrupción, la pobreza, la miseria y el neoliberalismo son los detonantes de los fenómenos de delincuencia común, crimen organizado y violencia intrafamiliar y, al ser cuestionado en una de sus conferencias por una reportera en torno a este tipo de situaciones, la interrumpió para pedirle que no se distraiga del tema de la rifa de un avión.

El segundo actor, está representado por los grupos sociales que demandan justicia con métodos cada vez más violentos, cuyas manifestaciones se van alejando del marco de la legalidad, apareciendo como turbas que, en la transgresión, reclaman justicia y, por otro lado, curiosamente, como si se tratara de una gracejada, los perjuicios que ocasionan son minimizados por el orador que insiste en llamar la atención a otros menesteres.

Mientras tanto, los valores continúan diluyéndose en un vertiginoso andar de la sociedad que, en muchos sentidos, no tiene un rumbo definido. ¿Cuántas víctimas más?, ¿Cuántas manifestaciones más?, ¿Cuántas rifas menos? Y ¿Cuánto falta para aceptar la realidad para empezar a corregirla entre todos?

¡Y hasta aquí, pues como decía un periodista, el tiempo apremia y el espacio se agota!

Notas relacionadas

Botón volver arriba