Análisis

BARTLETT Y EL FRAUDE DEL 88

HÉCTOR GARCÉS

Eran los días en que no existía un órgano autónomo e independiente que se hiciera cargo de las elecciones.
Eran los tiempos en que el PRI todavía era invencible, todopoderosa estructura territorial financiada a manos llenas con recursos públicos.
Era el fin del sexenio de Miguel de la Madrid, cuyo secretario de Gobernación portaba genes echeverristas, el poblano Manuel Bartlett Díaz.
Era el 6 de julio de 1988, histórica fecha en que la democracia irrumpió con tanta fuerza en las urnas que ‘se cayó el sistema’.
La frase de ‘la caída del sistema’ está asociada en automático con Manuel Bartlett Díaz, pero en realidad fue expresada por uno de sus subordinados de confianza, Fernando Elías Calles, secretario técnico de la Comisión Nacional Electoral.
‘Efectivamente, el sistema se cayó’, dijo visiblemente nervioso Fernando Elías Calles frente a los reporteros y en complemento a una declaración hecha por el panista Diego Fernández de Cevallos. ‘Se nos informó que se calló la computadora, afortunadamente no de caerse, sino del verbo callar’, comentó el abogado blanquiazul.
La anécdota, lapsus semántico que sintetizó lo que sucedió ese histórico día, es narrada en el libro ‘1988: El Año que Calló el Sistema’, escrito por la periodista Martha Anaya, una estupenda crónica que relata e interpreta los hechos de la conclusión de una etapa política de México, ‘la época del partido prácticamente único’.
Inmersos en la vorágine informativa de una jornada insólita en el país, los periodistas entendieron la frase de Fernando Elías Calles con el verbo ‘caer’ y no como la había expresado Diego Fernández de Cevallos, con el verbo ‘callar’. Diría un reciente clásico del populismo venezolano, perdón, de la 4T: ‘Les cayó como anillo al dedo’.
Una hora y unos minutos antes, el centro de cómputo instalado por la Comisión Federal Electoral fue apagado por el director general de Programación, Organización y Sistemas de la Secretaría de Gobernación, Rubén Guerra Hasbón. Fue su reacción al saber que se habían empezado ‘a meter’ al sistema. Con los nervios de punta, presionado, apagó la máquina.
Con las primeras casillas recibidas, provenientes de los estados de Hidalgo y Morelos, la tendencia era clara: el PRI estaba abajo en los resultados. Carlos Salinas de Gortari, candidato presidencial priista, perdía, hasta ese momento, la elección.
Desde el mediodía del 6 de julio, esa tendencia ya era registrada por los gobernadores de los estados, todas las entidades en poder del priismo.
Manuel Bartlett, quien tuvo la ilusión de ser candidato presidencial tricolor e incluso participó en una ‘pasarela’ de seis aspirantes en 1987, comunicó a Los Pinos los reportes negativos provenientes de todas las regiones del país, principalmente de las zonas urbanas, de las capitales estatales.
‘Las cosas vienen mal’, dijo el secretario de Gobernación a Miguel de la Madrid. Horas después, Bartlett confirmaría la tendencia: ‘La votación viene muy abundante para Cuauhtémoc Cárdenas’.
Desesperados, los gobernadores hicieron lo que mejor sabían hacer en esa época: robar y rellenar urnas. También recurrieron a cambiar de manera descarada las cifras de las actas electorales y hasta falsificaron las firmas de los representantes de casillas. Días después, bajo la presión y el reclamo de la oposición, se encontraron boletas electorales quemadas en basureros. Las huellas dactilares del fraude estaban por todos lados.
Ante los representantes y dirigentes de los partidos políticos, Manuel Bartlett había prometido que la elección sería ‘limpia y transparente’. Por supuesto, como hombre fiel del viejo sistema priista, no cumplió con su palabra. Mintió.
José Luis Salas Cacho, coordinador de la campaña presidencial del panista Manuel Clouthier, el célebre ‘Maquío’, advirtió a Bartlett Díaz: ‘Si la elección no es limpia, no te vuelvo a hablar en mi vida’.
La advertencia por lo menos se la cumplió la tarde del 6 de julio, cuando no le contestó las llamadas telefónicas al secretario de Gobernación y, en cambio, sí accedió a hablar con Manuel Camacho Solís, amigo de Carlos Salinas de Gortari y maestro político de un tal Marcelo Ebrard.
A pesar de la presión y la protesta hecha por los candidatos presidenciales de la oposición, Cuauhtémoc Cárdenas, Manuel Clouthier y Rosario Ibarra de Piedra (que leyó el manifiesto ‘Llamado a la Legalidad’, escrito por Porfirio Muñoz Ledo y Carlos Castillo Peraza), el sistema político se negó a ceder más allá del ‘apagón’ intencional del centro de cómputo.
Eso quedó evidente desde el momento en que Manuel Bartlett volvió a la sesión de la Comisión Federal Electoral cuando el reloj marcaba ya la 1:47 horas del 7 de julio de 1988, minutos después de que Jorge De la Vega Domínguez, presidente nacional del PRI, declaraba el triunfo ‘rotundo, contundente, legal e inobjetable’ de Carlos Salinas.
Con la vista puesta en el vacío, el secretario de Gobernación era la voz del ‘sistema’: ‘Lo que aquí hemos oído se reduce a un mínimo de casillas que hay en el país. Los planteamientos no corresponden a lo que ha vivido la nación en las últimas horas’.
A pesar de que millones de mexicanos votaron por la oposición de izquierda y otros tantos por la de derecha, Manuel Bartlett minimizó los hechos.
Esa es la historia: Manuel Bartlett, pieza clave del arcaico sistema priista de finales de los ochentas, participó en el fraude y robo electoral de 1988.
Sí, Manuel Bartlett Díaz, el actual y sumamente cuestionado director general de la Comisión Federal de Electricidad, el oscuro personaje que es un pesado lastre para la 4T, pero que es defendido a capa y espada por el presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador.

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