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Fyilosofía en Expresión | Lo que tienes que hacer

CARLOS DOMÍNGUEZ

Todos alguna vez hemos requerido un consejo. El que alguien nos escuche, analice nuestro caso, enjugue inclusive nuestras lágrimas y emita una sugerencia que pueda ayudarnos a resolver la problemática planteada o, en su caso, mitigar el daño que ésta esté ocasionando en nuestras vidas.

Regularmente buscamos a un experto o alguien que por su edad, comportamiento o estatura en asuntos de la vida nos parezca mayor a nosotros o a nuestros alcances, salvo ocasiones en las que el sufrimiento o la preocupación nublan la mente y vamos a alguien que nada conoce sobre el tema o que incluso ha fracasado en él.

Hoy no hablaré de esas ocasiones, ya que un consejo tiene sin duda la calidad y el porte del consejero, ahora, regularmente acertamos en nuestra elección al buscar dicha ayuda, casi siempre hallamos a quien pueda resolvernos el asunto, porque regularmente, si me lo permiten comentar, conocemos la respuesta.

Hoy quiero referirme a ese consejo horrendo, terrible, frustrante, que causa salpullido, comezón, ardor y creo que hasta mal olor. Ese que proviene de la mente intrincada y calenturienta del que escucha nuestros problemas pero que jamás escucha la invitación a intervenir, ese metiche despiadado y ruin que abusa del uso de la voz.

Ese oportunista de la autoayuda, hijo putativo del Buda, representante en la tierra de Kiyosaki, gurú de las miles de tradiciones milenarias, sabedor de todo y experto en nada. Ese vulgar ladrón del foco de la sabiduría, que en el más leve descuido toma la palabra para descargar de forma inmisericorde su casi siempre desafortunado contenido.

Regularmente está sentado con nosotros y nuestro verdadero consejero, aunque en algunos casos es un familiar o amigo, que cuando escucha el comentario que también erróneamente hacemos en su presencia de alguna situación problemática o preocupante que nos aqueja, no duda en disparar como una flecha una respuesta.

O, en su defecto, es parte de nuestras redes sociales, en donde de forma también descuidada hemos decidido ventilar el incidente. Sin dejar de mencionar esos momentos en que la respuesta llega aún sin haber sido formulada la solicitud de una guianza.

Por último y para mencionar a los más aguerridos cibernéticos actores del fenómeno que nos atañe, aquellos que lanzan sus consejos sin ton ni son a cuanto caso de actualidad se les ocurre.

Opinan de todo, sin atinar a casi nada. Sabedores de respuestas sin fundamento alguno, doctos rematadores de acciones definidas sin contar siquiera con experiencias parecidas, descoyuntados, desbrujulados, agresivos e inflexibles se elevan autoritarios a dictar sus directrices.

Perfil que cumple con algunas características en la mayor parte de los casos. Casi siempre se trata de alguien que no es un conocedor en el asunto a tratar, ya que de ser así seguramente sería a él a quien por estar presente, obviamente nos estaríamos dirigiendo en busca de la ansiada solución a la problemática en cuestión.

No siempre tiene una notoria mala voluntad, más bien los asiste una clara necesidad de atención con vías de volverse aprobación, si es que se asomara alguna conclusión favorable a su ponencia. Además, en casos pudiera ser un afán controlador motivado por un asomo de liderazgo “influencer” que de paso consideran pudiera regalarles el gran golpe de suerte y favorecerlos con algún tipo de popularidad.

Ahora bien, el comentario en sí, tiene ciertos datos importantes que vale la pena, en mi opinión, analizar, ya que en todos los casos cumple con requisitos que lo convierten en un alfiler que como a un mono de vudú se clava en lo profundo de nuestro “yo” y causa sentimientos horrendos e incluso deseos de responder como a una ofensa.

Es una respuesta a una pregunta no hecha. Es una participación sin invitación. Casi nunca aporta una solución ya que es producto no de un análisis concienzudo sino de una fiebre propia de un momento de locuaz algarabía, egocentrismo y algunas otras malvadas actitudes que se cocinan a fuego lento en la hoguera de la vanidad.

Otro de los detalles inherentes a este fenómeno, es que regularmente o casi en todas las ocasiones, minimiza y llega hasta a ridiculizar de modo grotesco el problema por el cual estamos pasando.

Algunos son livianos, grotescamente livianos, que ofrecen a casos de terribles dimensiones para el portador, como algunas condiciones emocionales, enfermedades que ponen en riesgo la existencia o problemas de índole grave, soluciones que atinan únicamente a negar la condición o soslayan la potencia de los daños.

Lo más grave es lo siguiente: Que a veces somos nosotros quienes nos ocupamos, entiendo, sin mala intención de propinar este golpe disfrazado de caricia. Por eso considero que lo que deberíamos hacer, es tener cuidado de no hacer lo que no debemos hacer, como contestar a lo que nadie nos ha preguntado o de lo que no sabemos.

Fuente: El sol de Tampico

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