Columnas

Historias de Frontera: el tercer corazón…

El Fogón

(Capítulo: III)

José Ángel Solorio Martínez

Su padre me la encargó.
Me dijo en el ejido La Reforma de Río Bravo, Tamaulipas:
“Llévatela. Acaba de salir de la Universidá. Pá que aprenda a ganarse la vida…”
Tenía 21 años.
Yo andaba rondando los 65.
Desde que la vi, supe que terminaría enamorado. Era un cromo la muchacha. Tez blanca -lechosa como grano de elote-, rostro afilado, nariz recta y unos ojazos color canela. Cuerpo esponjoso, de sensualidad inocultable. Modosita, llevaba un limpio y modesto vestido azul, zapatos de piso y una dentadura que de tan armónica, blanca y hermosa, parecía falsa.
Cabello negro a la cintura, centellante, que en su espalda era como una parvada de cuervos escurriéndose.
Sobresalía de la manga izquierda de su atuendo, en su muñeca, un reloj Timex de acero inoxidable que brillaba como la hojalata.
Su nombre, era tan común que decidí llamarle “Reina”, desde el día que la nombré mi auxiliar en Reynosa donde tenía la oficina de la constructora.
Dos años anduve cortejándola.
Rejega la muchacha.
O más bien: recatada; muy recatada.
Hablé con su madrastra. Le expliqué, mis intenciones de casarme con su hija. Se sorprendió. Charlamos sobre nuestras edades. Ella me comentó algo sobre la novela, de un tal Benedetti. No escuché los argumentos de la señora; pensaba en Reina.
El día que ella cumplió 23 años, nos comprometimos.
Penoso pleito con mis hijos.
-¿Qué vas a hacer con la casa de Mc Allen?
-¿A quién le vas a dejar la Constructora?
-¿La casa en el Campestre de Victoria, con quien se va a quedar?
-¿Las cuentas en dólares, quién las va a manejar?
-¿Qué vas a poner a nombre de tu nueva esposa?
Mi ex esposa, tras 5 años sin vernos, apareció:
“!No cometas pendejadas, viejo..!”
Aguanté la andanada familiar de reclamos, amenazas y augurios fatales y maliciosos. Les lancé una sentencia:
-¡Esto se chingó! Cada quien, recibirá lo que le corresponde…
Salí airoso de la emboscada.
Sin un rasguño, pero con el 75 por ciento de mis cuentas evaporadas.
No me siento viejo. Mis tres horas diarias de frontón, son la admiración de mis amigos del Club. Me rejuvenece, la inocultable envidia que flota sobre la cancha, incitada por la presencia de Reina en pantaloncillos cortos viéndome hacer zumbar la pelota.
Las suspicaces miradas de los hombres y mujeres del Club, cuando cruzamos tomados de la mano el restaurante no me preocupan. Al contrario: divertidamente, adivino su codicia carnal disfrazada de conmiseración.
En la descendente curva de mi vida, muy pocas cosas puedo ver como escandalosas. Y menos, pecaminosas. He visto, he vivido y he sentido, virtudes y debilidades de la gente. He conocido y saboreado, mujeres buenas, mujeres honestas, mujeres ejemplares y mujeres perversas.
Ni una me ha decepcionado.
Cada una, ha respondido a su propia historia. Ahí está, inseparable de su piel, de su corazón, de su sangre, de sus poros, de sus retinas. Escarbar en la urdimbre sentimental de quien estás amando, no es sensato: puedes herirte con lo que fue, o magullarte con lo que sigue siendo.
El amor real, debe vivir en el presente.
El pasado y el futuro, son comarcas vetadas para los cariños verdaderos.
-Si no fue en tu año, no fue en tu daño…-decía mi madre cuando serenamente, sin rencores y sin amarguras, recordaba a una mujer con la cual mi padre había tenido públicos amoríos.
Hasta ahorita, nadie ha vivido para contar el porvenir tal como será. Ella es joven y yo viejo, lo sé. No sólo mis hijos y mi ex esposa me lo dicen, también mi cuerpo me lo canta. Me levanto seis o siete veces en la noche a orinar y mi vista ha disminuido: manejo dificultosamente por la noche.
Mi futuro con Reina, ni me espanta ni me agobia.
¡Chingue a su madre: que venga, lo que venga!..

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